El alcalde se lo está pensando. Allá donde va, saluda y se vuelve, se lo imagina uno con gesto reflexivo durante esta feria. El motivo, que tiene que decidir si hace del Cid o de Poncio Pilatos de aquí a seis o siete meses, cuando anuncie si se presenta y gana las próximas elecciones o en vez de seguir mandando, nos manda al sitio donde nos recogió o aún más lejos, para dedicarse al latín y a sus nietos. En esta tesitura le ha puesto el partido y las prisas políticas. La semana pasada lo invitaron oficialmente a ser candidato a lo mismo, temiendo que los setenta años le hicieran sospecharse menos joven, guapo y deportista de lo que inmediatamente se siente. Porque seis años a corto plazo son difíciles a cierta edad, cuando no imposibles. Seis años, con veinte, son una carrera de letras y un año en prácticas. Con setenta, una maratón que puede llevarse además del aliento, el medio, el largo o toda la vida de plazo.
Si fuera otro apostaría por verlo lavándose las manos, en loor de multitudes y saludando desde el balcón del reconocimiento público y notorio. Es evidente que no habría otra manera de despedirlo que no pasase por un abrazo de admiración, por su manera de ser y, sobre todo, de entender la democracia. Para que sirva de ejemplo, recuerdo una ocasión, en una entrega de premios en el Castillo de Gibralfaro. Tenía yo a mi amigo Martín Moniche a un lado y a Mario Cortés, el actual portavoz municipal, al otro, dispuestos a pedirnos un refresco –el mío aliñado- en la barra de alcance dispuesta para la ocasión, cuando se acercó el alcalde a saludarnos. El momento lo aprovechó una muchacha para aproximarse a increparlo: “fascista”, le decía voz en grito y exacerbada en sus ademanes. Martín, que fue más ágil, la sujetó con cuidado de que lo anécdota no pasara a convertirse en un peor recuerdo y Mario Cortés intentó llevarse al alcalde a un lugar apartado sin llamar la atención. Pero éste se negó y sin alarmarse lo más mínimo ni elevar su habitual tono didáctico le expuso a la chica que estaba dispuesto a reunirse con ella a charlar y debatir y si podía, demostrarle que estaba equivocada en cuanto al pensamiento ideológico que le achacaba. Asistí a esa conversación mudo, boquiabierto y paralizado hasta que Mario nos dijo que los dejásemos solos, para que hablasen y eso hicimos. La joven se calmó y no sé cómo continuó la historia pero todo hacía presagiar que acabaría votándole en las siguientes elecciones…
En definitiva, el respeto se lo ha ganado a pulso. Cuando el alcalde se vaya a casa se le echará de menos y se repasarán sus méritos, sin gemas ni expropiaciones astóricas… Eso sí, si no le da tiempo a estropearlo todo -¿un poquito más?- antes. ¿Qué puede llevar a un señor septuagenario con patrimonio suficiente, agradable y numerosa familia, más querido que odiado por sus conciudadanos, a no disfrutar del tiempo que le queda con los suyos apartado de lo público? Yo creo que sólo dos cosas. La primera, la insistencia entre la gente de su partido de que se suba al caballo para aún muerto, derrotar a los infieles. Una vez ganada la batalla, se designaría un delfín que lo sustituyese antes de que acabase la legislatura, con tiempo suficiente para que la ciudadanía se acostumbrase al cambio. Opción que a priori, yo descartaría. No creo que Francisco de la Torre se sienta en deuda con su partido. Es más, suele ir por libre y si acaso oiría a los técnicos y consejeros de su Corte, antes que a cargos de la empresa, perdón, quería decir del partido político. Y la segunda, que mantuviera la ilusión de seguir. ¿Con 72 años hasta los 76? Creo que en el PP ya han comprado a Babieca. Están con la Tizona. Habrá que ver si lo convencen de que se ajuste requetebién la armadura…