Lo de Bárcenas sí está escrito y lo que es aún peor, sí tiene nombre. Parece ser que todo el mundo está de acuerdo en que es un presunto pedazo de delincuente, con lo difícil que se me hace aceptar las generalizaciones. Creo que sólo un compañero de fatigas al que regaló unos pantalones cortos en la cárcel y su amigo del jersey amarillo, lo defienden aún sin tiranteces. Al menos, eso proclamaron ambos el día que recuperaron su libertad en declaraciones difundidas en directo por mi telediario. Aunque, bien pensado, sin tiranteces, tampoco. Más bien, al contrario, vaticinaban que ya tiraría, ya… que ya tiraría de la manta… Y eso es lo que parecía gustarles del hombre que nos hace a todos la misma puñetera peineta cada mañana.
Pues dicho y hecho. Los dos íntimos de celdilla llevaban razón. O van a montar un programa de videncia en una tele digital con licencia de municipio bananero o Bárcenas se confesó en el talego. Supongo que la “b” es la opción correcta. Yo también lo habría hecho, a tenor de la agradable compañía. Y también hubiera regalado todos mis pantalones, a poco que le hubiesen gustado a alguno de mis nuevos compis. Hasta con marca, si tuviera alguno. Y largar… de Rajoy es poco, de la lista entera de reyes godos si mi relato conmoviese a tanta pobre alma perdida, en vías de extinción o de desarrollo. Estar en la trena con 40 millones de euros a la vista en cuentas suizas debe de hacer –posiblemente- que te abras, cuanto menos de corazón, en la penuria del calabozo y su letrina.
Ya ha reconocido Bárcenas que la letrina era la suya. Tanto perito calígrafo y él redondeando las oes para parecer otro ante el juez hasta anteayer y han sido suficientes unas cuantas pesadillas a la sombra para que, de repente, reconozca que los papeles de Bárcenas no se llaman así por casualidad sino por asuntos que tienen que ver con su puño y letra y una calculadora muy ambiciosa.
Y ahora, ¿qué?
Toca rezar. A todos los que confiamos en esta democracia -no sé si en presente o en pasado-, nos toca rezar para que las teorías conspiranoicas que nos hacen dudar sobre el sistema de partidos, la ley D´hondt, las listas cerradas y las viejas instituciones continuadoras del Antiguo Régimen no derrumben lo que con tanto esfuerzo levantaron nuestros padres. Nos toca rezar para que no se demuestre fehacientemente que el segundo problema que señalan los españoles en las encuestas del CIS es razonable. En definitiva, nos toca rezar para que aquello que nos decían los políticos en la cumbre, que no todos eran iguales y que son los menos los que ceden ante la corrupción, sea cierto o deje de producirnos carcajadas nerviosas.
Necesitamos fe para rezar. Que Bárcenas sea el único malvado y, por la cuenta que nos trae, además un gran mentiroso. Porque lo que presume de llevar bajo su manta no es un caso aislado, otro más, sino el caso único, el que confirmaría el poder de un partido por encima de todas las cosas y convertiría a los que nos representan en simples monigotes, juguetes a sueldo y en manos de unas siglas impersonales entre cuyas virtudes no destacarían la supremacía de los valores democráticos. Si un partido es una empresa, se financia y se gestiona como una empresa, su consejo de administración se debe a sus accionistas. Nada más.
No creo a Bárcenas. Bárcenas no existe. Maldita su peineta.