He leído una noticia en el diario La Opinión de Málaga de ayer que, de nuevo, ha hecho que me cuestione algún problemilla existencial. Por eso acabo de llegar a casa con un animalito que me mira en brazos. Vengo del campo. De la vega de Antequera, precisamente. Pero provengo de ciudad. Urbanita hasta la médula. De hecho, unas gafas de culo de botella y unos tacones podrían definir mi fina estampa de caminata por “el campo, ese horrible lugar donde los pollos se pasean crudos” ante Gabriel García Márquez. Toda la culpa de que dejara mi ciudad rectilínea durante unas horas, puedo achacarla a la lectura, a media mañana de ayer, de las primeras conclusiones del seminario “Los retos del siglo XXI para una hortofruticultura sostenible’, que forma parte de los cursos de verano que la UMA desarrolla durante estos días en Vélez-Málaga. Hombre prevenido vale por otro y como no consigo enderezar el rumbo económico de mi crisis personal, me quedé con aquella de que “la cosa” apenas ha afectado a la agricultura española: «durante todo este tiempo de crisis la producción se ha mantenido», según Eduardo Rodríguez, catedrático de Genética de la UMA y director del citado seminario. Además, cuestionado sobre si se está produciendo “la vuelta al campo” que algunos analistas preveían al inicio de la crisis, asegura que, al menos en la Axarquía, el relevo generacional sí se palpa: “las crisis tienen sus partes positivas y negativas. Y este año, después de cuatro o cinco, está aumentando de nuevo la superficie dedicada a invernaderos”.
Aquello y que mi chino de abajo colgara ayer el cartel de “se traspasa”, me hizo reflexionar sobre los nuevos brotes verdes de la macroeconomía política que anuncian nuestros representantes con las mejores vistas y me subiera al coche, con la intención de echarme al monte. Más concretamente, fui a oír a mi amigo Antonio a Humilladero, para que me diera norte y ánimo, como cura y dios me libre, de los peores augurios. Llegué minifundido. Lo escuché y como siempre, llevaba razón. -Gaby, vamos hacia la autarquía -me dijo-. La prueba palpable está en los jóvenes jipis que se trasladaron al campo en la época de la bonanza económica. Sus viejas plantaciones de marihuana las han ido cambiando por los nuevos cultivos de coles…
Es grave. Muy grave. Pero si la cosa se pone aún peor, en el campo hay tomates.
No obstante, según Eduardo Rodríguez el margen de beneficios se ha reducido mucho en nuestra provincia porque hay países con clima parecido en los que la mano de obra supone una décima parte de la inversión de aquí. Por otro lado, tendría que dedicarse una parte de los beneficios empresariales a la investigación y no se hace. Tampoco ayudan los recortes de las administraciones públicas en desarrollo científico: tanto del Gobierno central como de la Junta de Andalucía.
O sea que el campo no es negocio, pero se come. Ya lo dice Antonio, vamos hacia la autarquía: autosuficiencia y economía de subsistencia para el dolor de oídos del pareado. Y para los que no les gusten los bichos como a mí, a hacer el huerto en la terraza y a cuidar el ganado en el piso. Gallinas en el salón. Criar un cerdito. Y llego al problema existencial que me embargaba al principio: ¿te puedes comer a tu mascota? Un tío de ciudad, ¿podrá mirar a los ojos a una bestia comestible a la que ha criado con ademán de perrito y zampársela?
O la economía mejora pronto o además de pobres, todos vegetarianos. Al tiempo.