Cuenta D. Francisco de la Torre entre sus méritos con la capacidad de unir a todos los malagueños en torno a él, sin dar lugar, en ningún caso, a la posibilidad de discrepancia. El último ejemplo de este mesianismo sin parangón se puso de manifiesto a lo largo de los últimos meses en cuanto al Metro. Todos los malagueños, según él, queríamos –o queremos- un Metro de Málaga bajo tierra. Lo demostró con una acción de recogida de firmas que, si no recuerdo mal, contó con el apoyo de 35.000 incondicionales en tan sólo quince días de campaña. La adhesión de la Agrupación de Cofradías, con todos sus tronos y de la Fundación del Carnaval, con todo su pitorreo avaló la cuestión hasta la categoría de unánime o lo que es peor, de indiscutible.
Yo creo que D. Francisco es un hombre de consenso mientras no se demuestre lo contrario. Y en pocas ocasiones he podido corroborar lo contrario, siendo sincero. Recuerdo una ocasión cercana en el tiempo, en cuanto al concurso de ideas para el Guadalmedina. Se pagó lo que sí está escrito en encontrar a un arquitecto que comulgara con la idea preferida por nuestro alcalde acerca de embovedar el río salvaje. Pero la mayoría le quitó la razón. A los arquitectos no les gusta esa vieja propuesta decimonónica que con tanta vehemencia sigue defendiendo. Claro que al ser un concurso de ideas, la propuesta ganadora no era vinculante. El día que haya dinero, me temo que vuelva a intentarlo, hasta alcanzar la unanimidad a la que nos viene acostumbrando y terminemos embobados (sic) en busca del cauce del río.
La nueva unanimidad del alcalde se refiere a la Avenida de Carlos de Haya. Afirma, con la taxatividad que le está proporcionando el paso de los años, que cambiar el nombre de la Avenida por tratarse del de un aviador franquista, no responde a la petición de los ciudadanos. Es más, asegura que “no hay ningún malagueño que me lo pida; hay bastantes malagueños que me piden lo contrario”. Debe de ser que ha excluido a nuestros representantes legítimos de IU en el Ayuntamiento porque no los considerará de Málaga sino de Stalingrado por marxistas o por masones. Si yo le sirvo, Don Francisco, un malagueño orgulloso de serlo, se ofrece voluntario para ser señalado como el primero que le solicita que le cambie el nombre a esa avenida. No porque el aviador guipuzcoano fuera una mala persona, que ni lo sé ni me importa, sino por su condición de oficial del Ejército sublevado durante la Guerra Civil fallecido en combate, además de piloto personal del dictador de tan infausto recuerdo. ¿Por qué somos más papistas que el papa? ¿Por qué en Bilbao no queda ni huella de este magnífico inventor y sí en la ciudad cuya única relación la consumó a través del matrimonio con una malagueña de muy buena familia? Al aeropuerto de Bilbao le quitaron su nombre y hasta el busto del capitán Carlos de Haya lo enviaron empaquetado desde allí hasta Málaga, donde aún se exhibe, supongo que por ser más provinciana.
Yo no quiero que la Avenida Carlos de Haya se llame más así. No por ser nieto de un malagueño represaliado sino por ser un demócrata amparado por la ley. Una ley que no debería ponerse en tela de juicio en virtud de votos en potencia ni otros estímulos populacheros. Si lo que le preocupa a nuestro alcalde de la salvaguarda de mis derechos es su temible apología de las mayorías, le propondría un nombre de consenso que me apresuro a suponerle perfecto: Avenida del Metro Bajo Tierra. Sumamos a los cofrades, los de la Fundación del Carnaval y los 35.000 malagueños que le firman donde quiera y todos –hasta los rojos más pesados- unánimemente contentos y en consenso.