LUGARES

12 Jun

Los malagueños siempre hemos ido al centro como quien va de excursión. El de barrio anuncia su jornada de gestiones, compras o paseo ocioso diciendo: ‘voy a Málaga’, y aunque el centro es de todos, tiende cada vez más a ser un parque temático que reúne tiendas, algo de patrimonio, museos, bares y restaurantes inalcanzables. Un espacio turístico, más allá de que el turista haya viajado desde Australia en avión o desde Huelin en autobús de línea. Una vez fui al Centro y me quedé a vivir. Los vecinos del centro son seres invisibles sometidos al imperativo de festejos, festivales o eventos deportivos. A cambio tienen las ventajas de recibir la parte del león de los fondos públicos destinados al escaparatismo: arreglo de calles y fachadas, decoración navideña o de feria y plantas ornamentales, especialmente en los itinerarios que llegan a transitar los cruceristas en sus cinco horas de estancia media.

El antropólogo Marc Augé analiza la evolución de las ciudades en la era moderna alertando sobre la transformación de los lugares en ‘no lugares’. Un lugar es un espacio con alma; dotado de significado por quienes lo habitan. Las Cuatro Esquinas de El Palo se constituyeron como lugar por la confluencia de gente que se relacionaba allí, comerciando, esperando un autobús o tomando un chato en una taberna. En el otro extremo están los aeropuertos, las estaciones de metro, los modernos centros comerciales. Cumplen una función, pero no son de nadie.

En Málaga quedan lugares, incluso en el centro. Calles casi secretas donde los vecinos sacan la silla a la puerta en las noches de verano o donde se improvisan fiestecillas familiares. Y quedan, como vestigios de otra ciudad a la que se superpone ésta, unas cuantas decenas de corralones. Se concentran en El Perchel y La Trinidad, barrios heridos de muerte por el desarrollismo, históricamente separados del meollo urbano por una frontera mucho más honda que el casi siempre seco Guadalmedina: el olvido.

Una iniciativa municipal liderada por la Junta del Distrito Centro y el Área de Derechos Sociales aspira a situar los corralones en el mapa turístico malagueño. Con mucho menos bombo y presupuesto que otros eventos públicos, cada primavera se celebra desde hace nueve años la Semana Popular de los Corralones, y los humildes patios de vecinos emergen de detrás de fachadas a menudo anodinas con un insuperable esplendor de verdad. Plantas mimadas por los vecinos, fachadas enlucidas con cal y pinturas, ingenuos adornos artesanales confeccionados en talleres de manualidades y algo difícil de encontrar en otros lugares abiertos a la visita: calor humano. Tanto, que fui sin muchas ganas y salí con la impresión de haber hecho un descubrimiento: existe un costumbrismo espontáneo y moderno que supera cualquier intento de seducirme de los cuadros del Carmen Thyssen. Gema del Corral, que lideraba la excursión, explicó que el Ayuntamiento quiere organizar visitas a los corralones todo el año, y dar oportunidad a los vecinos de rentabilizar su patrimonio. Si al crucerista no le da tiempo a alargar su paseo hasta allí, merecería la pena que los locales nos lo propusiéramos. Y recordar que hubo lugares.

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