Benedek, mi amigo de Budapest, llega el viernes a Málaga. Espero que le guste la que le he contado que es nuestra “Semana Grande”, la del Festival de Cine. Él piensa que viene a la feria y espero que se vaya encantado. Ya sé que pudiera parecer que lo traigo engañado, pero no, en todo caso, vendría confundido, que es como se llama a estas cosas cuando, sobre el pecado, prevalece la buena intención. Le invité a pasar unos días en Málaga hace poco más de un año, en Semana Santa y me decepcionó que le gustase por pequeñita, nuestra semana de pasión. ¿Pequeñita? Dijo que era entrañable. Como los sanjuanes de Soria respecto a los sanfermines.
Me lo tomé con tal arrebato iracundo de disimulo patriotero que me pensé, muy seriamente, llevármelo de la solapa hasta el Paseo Marítimo de la Malagueta, para preguntarle si aquella inmensidad marina que lo ocupaba todo hasta el horizonte también le recordaba lo pequeñito que podía llegar a ser el río Guadalquivir. Afortunadamente no lo hice y por tanto, sigo siendo un chico fino y muy bien educado.
El problema es que mi amigo magiar aprendió español con acento andaluz en su año sabático repartido a medias entre Sevilla y Cádiz. Por eso, cuando me propuso visita en febrero, inventé todas las excusas inimaginables para retrasar su viaje. En mitad del carnaval, no. Tampoco. Ni loco. Lo que me faltaba. Atendiendo a lo que Damián Caneda cree que es exportable porque no se entera de la misa la mitad, una vez descartado el carnaval sin re-arraigo y la Semana Santa parecida, me quedaba la feria. Qué horror. ¿Cómo voy a traer a un concertista de piano húngaro a la feria de Málaga para que se crea que nuestra idiosincrasia es esa? No me salva del ridículo ni la asociación Zegrí con otra danza del vientre. Por eso fue todo. Por eso me inventé que la semana del festival, era una fiesta de la ciudad, camino del prendimiento, culta, popular e incluso con un ligero aporte de sofisticación decimonónica pre filoxera. ¿Me lo inventé? Camino de que no.
El festival de cine es lo mejor que le ha pasado a Málaga a nivel institucional en los últimos años. De una catetada de otro Damián Caneda cualquiera, de los muchos que han pasado por la cultura de la Casona del Parque, ha florecido una cita de terraza y afán de ocio muy bien entendido por la ciudad. Es otro agosto para la hostelería con el cine de mar de fondo y muchas adolescentes gritonas en un bote de salsa. Siete noches en blanco sin tanta cola gratuita, ni horarios de carreras a ciegas. Un tinto de verano con una peli y un photocall. O sea, una bendición.
Ya no es el cine malo, los despropósitos presupuestarios ni las fiestas elitistas de pollos descabezados los que mandan, ordenan ni organizan. El festival es una fiesta popular. Lo divertido está fuera y la enjundia, dentro. Las sensaciones mejoran porque las cosas han caído por su propio peso. Mientras dejen hacer las cosas bien a Juan Antonio Vigar, Juan Antonio Vigar hará las cosas bien. Cuando no lo dejen, se irá, lo que ofrece toda la tranquilidad a un certamen demasiado nervioso hasta ahora como para disfrutarlo. Mientas, Isabel Coixet o Gracia Querejeta irán estrenando. Lo impensable. Lo que viene sólo. Naturalmente. Sin artíficos, chequeras ni necesidad de doparse con la terrible hormona del crecimiento.
Esta sí que es una Semana Grande, Benedek. Esta es nuestra, que nos la hemos inventado y la estamos criando a base de bien… Toca descruzarse de dedos –apartar a los mandamases de cultura- y presumir de alfombra roja.