Esta noche es jálogüin y me he apuntado. Con lo que he despotricado de esto… La parte buena es que, en este desdecirme, por fin he encontrado cierta afinidad con el Gobierno del Reino de España. Que no sé por qué ahora se llama así, si por causa del paquidermo del Rey solamente o si también por los arreglos que la crisis ha impuesto en la cacharrería estatal. Pues de un tiempo a esta parte, cada vez que oigo el nombre de España alargado de monarquía parlamentaria en boca de un ministro, en vez de la fotografía de Zapatero, Aznar, González, Calvo Sotelo o Suárez, no me acuerdo de Rajoy el Desaparecido, sino que me viene a la cabeza la imagen del joven vestido de militar con honores que, junto a Victoria Prego, desde la pared del despacho del director de mi instituto, me trajo la democracia envuelta en una bandera constitucional hace 35 años. Y una de dos, o el Gobierno del Reino de España cada vez es más de derechas y apela a la Historia reciente para devolvernos el orgullo nacional felizmente perdido, o el gobierno del Reino de España cada vez es más de derechas y pretende eliminar de nuestro subconsciente la cara del responsable de nuestras miserables alegrías microeconómicas, su Presidente, para que nos acordemos del Rey y de toda su familia. Creo que había dicho que comulgaba en algo con el gobierno pero me desdigo de nuevo, con lo que no sé si me acerco o me alejo de lo dicho, por ahora o hasta el momento.
Pero a los cantos de sirena de jálogüin, como decía, sí me he apuntado este año. Para aliviar tristezas en mi calendario, supongo. Me ha pasado como con los teléfonos móviles, que de repudiarlos, por modernos, han pasado a formar parte de mi tradición en un plisplás. Es la parte mala. Que yo no quería. Me llevo el móvil hasta al aseo, violentado, como le pasó a mi abuelo cuando cambió su escondrijo en una baldosa suelta por un banco con libreta de ahorros a desgana. Si viviera aún, tendría que explicarle, no sé cómo, que la visita al camposanto para llevarle flores pierde fuste frente a la fiesta americana de los sustos de risa. Lo del banco malo, él a mí, porque le gustaba llevar razón y nunca llegó a fiarse de ellos.
Pero, aunque violentado, esta noche me voy a disfrazar, para no ser menos. Como soy pobre, de los no privilegiados por Francisco de la Torre, según Francisco de la Torre, he decidido gastar lo indispensable y hacerme sólo una careta triunfante. Pero ¿de quién? Había pensado, en principio, en el presidente de la Junta, el señor Griñán, pero no sé si al pertenecer al PSOE, en vez de miedo podría producir pena, y lo descarté en seguida, junto a Gámez, Heredia y hasta Rubalcaba. De IU, me acordé de Llamazares pero temí que, tras lo ocurrido en el País Vasco y con tanto amigo perroflauta que tengo, alguno pudiese ser seguidor de Cayo Lara y, al verme, sufriera tal miedo insuperable que no pudiese evitar saltar por la ventana. Un drama de Izquierda Abierta. Así que, previsor, tuve, igualmente, que descartarlo. De los altos vuelos ministeriales del Gobierno del Reino de España, se me ocurrió Wert, pero mi cupo de conocidos artistas vagos, de los que no se levantan a las seis de la mañana, son muchos y podría acabar siendo linchado, así que tampoco. Montoro, no, que podría confundirse con Yoda y está demodé. Y de Fátima Báñez, no me disfrazaba ni de broma. ¿Quién me quedaba? ¿Rajoy? Tendría que explicar de quién iba disfrazado, no todo el mundo se acuerda de cómo era. Y de los políticos locales, quizá el alcalde. Pero no tengo tanta paciencia. De reunión en reunión, con tanto talante y diplomacia, tanta humanidad manirrota, no tendría sentido sin un séquito de cargos de confianza…
Al final, he decidido bien. Si hay premio en la fiesta, me lo llevo. Iré de Merkel. Y estaré espantosa.