El Ayuntamiento ha aprobado un plan para rehabilitar y reedificar el entorno de Calle Nosquera, una zona hasta hace pocos años sumida en la marginalidad, el abandono y la ruina perpetua que, ahora, cuando el crédito bancario sólo es recuerdo impreso en folletos, se pretende convertir en viviendas y aparcamientos con riesgo sobre plano de que se queden entre los activos tóxicos municipales que ya se encuentran bien llenos, según las cuentas publicadas durante la semana anterior. El entorno de Carreterías ha cambiado mucho en los últimos años y hay que reconocer el esfuerzo que las distintas concejalías hicieron en los años en que el Ayuntamiento podía endeudarse mediante los avales de hipotéticas licencias de obra. Con la llegada de la crisis nos hemos quedado con una ciudad al revés; esto es, con unos distritos nuevos en el exterior de la ciudad y con un Centro en gran parte deshabitado y deslucido por el que se pretende que paseen los viajeros pero sólo por unas cuantas calles que se deberían señalizar como de recorrido oficial para cruceristas. Imaginemos las fotos de la familia viajera feliz en Málaga junto a los derribos de Lagunillas o en los aledaños de Carreterías.
La operación para modernizar Málaga, emprendida hace una década muestra que el comenzar la casa por el tejado acaba teniendo nefastas consecuencias; pero es que el techo de las nuevas promociones en Teatinos o en la zona del Martín Carpena parecía como de chocolate y caramelo en cuento infantil para promociones inmobiliarias. Las recaudaciones por una recalificación de terrenos y por el trazado de una obra nueva y a lo grande dejan más euros en las oficinas municipales que la rehabilitación o reconstrucción en terreno ya urbano. De igual modo, es más barato alzar un bloque de viviendas donde aún no hay vecinos, ni posibilidades de que aparezca una tumba fenicia, con lo que todas las partes maridadas en el cóctel de la construcción y de los impuestos municipales están de acuerdo con que es preferible olvidarse de las esquinas desconchadas y de las aceras con socavones si se buscan beneficios monetarios y a corto plazo. Los teóricos impuestos que se recaudaran permitirían la rehabilitación de los barrios del Centro que si llevan tantos años de olvidos podrían esperar unos cuantos más. Pero en esto llegó la crisis del ladrillo, o de las especulaciones, y este tejado aún no tiene cimientos y sólo ha dejado trampas además de una ciudad con un trazado y unas necesidades que multiplican el gasto público sólo en la gasolina con la que tiene que patrullar la policía, por ejemplo.
En estos días Málaga vuelve a mostrar su potencial turístico que se ha convertido en una de las fuentes de ingresos con caudal continuo durante estos malos años. Los mejores hoteles se encuentran hoy ocupados al 95% gracias a un congreso médico al que acompaña esta sequía otoñal que, aunque exaspere al autóctono, significa un placer de sol, luz, playa y espetos que se grabará en el recuerdo de los participantes. Si el Centro de Málaga estuviese habitado y rehabilitado en todo su callejero histórico podría competir con todas esas ciudades del Sur de Francia o de la Costa Mediterránea para atraer a visitantes que activen los diferentes resortes de una industria turística más allá del efecto de los cruceros y de la ruta de los museos. Pero sin una máquina del tiempo esto ya no puede hacerse. Habrá que esperar mejores tiempos para que el Centro de Málaga deje de ser un problema estético y social que, en cierto modo, lastra las posibilidades colectivas de esta ciudad que vive de su imagen, aún deteriorada como una magnífica sopa que llega a la mesa del restaurante con un pelo dentro, o una sábana en hotel de lujo salpicada por manchas de café, o una ciudad con apariencia de decorado a medio pintar para turistas de oferta.