Qué sensación tan extraña la de los últimos días del agosto malagueño. No se sabe si uno sigue de vacaciones o ha vuelto ya a sus obligaciones con el desempleo. La culpa la tiene la feria, que nos deja frente al precipicio. A medio baile de distancia. Así llevamos desde el lunes y la pájara nos durará hasta que volvamos a tener tiempo de sentarnos frente a la tele para dejarnos embaucar por las curvas de la prima de riesgo. Dicen que el lunes llegaron unos cruceristas y se fueron hipnotizados. Todo lo malo se pega. Estábamos nosotros con el 4,3 de desánimo ferial, sin tiempo ni ganas de hacerles caso por tanto orgullo trastabillado. Qué digo ganas. Sin fuerzas ni de agacharnos a subirles la persiana. Porque la flojera del fracaso es psicológica y contra eso nada se puede hacer. Un suspenso en feria era lo que nos faltaba. De aquí al libro de autoayuda. Ni en el despendole nos aprobamos. ¿Qué fue de aquella fe ciega en la mayor Feria del Sur de Europa? El lunes no había ganas de abrirnos, no. Te planteabas el esfuerzo en frío, pero te imaginabas teniendo que sonreírle las gracias al turista y te desmoronabas. ¿Para qué? Si no voy a salir de pobre y encima ni tengo salero. Y así que se fueron, sin poder comprarnos ni rebajados. Y así que nos arrepentiremos, una vez nos hayamos recompuesto del mohín apático del desencanto y su resaca. Ojalá que sea pronto. Que yo creo que sí.
El viernes podría sacarnos del letargo. Habrá Consejo de Ministros de 450 euros para parados casados sin subsidio con dos niños. Ahora entiendo a la señora Fabra. Lo que soltó desde la tercera fila de la más remota de sus entrañas era un consejo de planificación familiar dedicado a las parejas de pobres con un solo churumbel, para que se reprodujeran apresuradamente en tiempo y forma. Qué iba a ser de ellos sin la caridad gubernamental. Qué seguirá siendo, a pesar de todo.
Pero si confío en recuperar la marcha de la ciudad a partir del viernes, no se debe a la reunión madrileña del Gobierno de Rajoy. Mi apuesta tiene más que ver con la vidilla que le dará a Málaga la cabalgata que nos ha preparado, en el Centro, Sánchez Gordillo. Será como una segunda oportunidad. A diferencia de la de Caneda del domingo pasado, que era de moros y cristianos, la del próximo viernes, protagonizada por el alcalde de Marinaleda, será la de todos moros o todos cristianos. Sánchez Gordillo y los cuarenta carritos llegarán a Málaga, con permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide, en autobús desde Casabarmeja para devolvernos a las portadas de la prensa nacional que nos quitaron los envidiosos de nuestra feria. A ver dónde entran o contra qué arramblan. A ver si esta vez, estamos a la altura. A ver. Que nos pille a todos despiertos y confesados. Con las grandes superficies abiertas, y los bancos, y los salones de plenos, y las subdelegaciones de gobierno… Va a ser una romería con rebujitos y faralaes. Fiestón, que nos quedamos cortos. Estoy seguro de que nuestros representantes elegidos democráticamente vestirán sus mejores galas para recibirlos y, si se apuntan al guiño, podían aconsejar a sus cargos de confianza que se hicieran con un babero para que en una fiesta del merengue actuasen de muñecos del pim pam pum. Cruzo los dedos para que atraque un barco. Qué razón tenía Don Francisco de la Torre. Y yo no lo entendía. Nada de Sevilla. El turismo de manifestación, a Málaga. Y si no lo nota el bolsillo, al menos, que nos suba la moral.