La Barbacoa y el Tiburón

13 Jun

Pues ya nos hemos quitado el sayo y supongo que comienza la temporada turística. Digo supongo porque, tras tanta feria y congreso internacional y con tanto dinero invertido o derrochado en intentar superar la estacionalidad de nuestra única industria corriente, ya no sé si hay que disimular el verano o, si acaso celebrarlo. A mí el sol me produce alegría pero me da miedo decirlo, no sea que me oiga algún turista con prima de riesgo. Temo tanto a los mercados que ya el turístico también me solivianta el comentario. Tal vez sea mejor no hablar, como hace Rajoy, no vaya a ser que lo que busque un guiri pobre en sus vacaciones veraniegas sea en lugar en el que en febrero la gente se siga tostando, aunque nunca vaya a tener vacaciones en febrero. Pero creo que no. Yo sospecho que lo que pasa es que cuando acaba una Feria Internacional y nuestros expertos políticos del turismo repasan sus exposiciones ante la prensa, se imaginan otra cosa. Un turismo de interior, otro cultural, otro de congresos… Pero siempre les pilla el toro. Y la gitanilla. Y el sombrero cordobés. Y les llega el cuarenta de mayo a contrapié, con las playas a medio retocar y los museos vacíos. Y menos mal. Menos mal, sí, que el sol no depende de los enchaquetados que nos representan democráticamente a su antojo de confianza porque si se supeditase nuestro pan a sus pesquisas con los touroperadores exóticos, andábamos apañados. Aquí seguirán viniendo los mineros irlandeses de las películas de los setenta a cogerse la mundial y volverse coloraditos. Les dará igual el cemento playa de la Malagueta si les dejan macerarse quince días en el Mediterráneo con espirituosos a precios de saldo. Y tan felices ellos y tan felices nosotros. Pero de los que nos llenen las arcas quebradas durante los próximos tres meses, muy poquitos vendrán a un congreso y menos aún a descubrir al joven Picasso o a los viejos bandoleros costumbristas que vigilan que al Thyssen de Málaga no se atrevan a venir las obras de Hopper. Por no venir, de aquí a un año, tampoco, los cruceristas. Y da mucha pena. Pienso en las señoras concejalas pensando en floreros que adornasen el paso de los turistas estupendos con la mejor voluntad y enseguida me viene, al mal pensar, las carcajadas que debe de ocasionar a los cocheros de caballos imaginarse que de aquí a San Juan probablemente puedan echar a las llamas su nuevo uniforme. Lo de la naviera Royal Caribbean no tiene nombre. Mejor dicho, lo tiene pero nací cobarde y me educaron en colegios religiosos. En sus cuestionarios al pasaje, dicen, salimos muy bien parados. Aún así, prefieren cambiarse de puerto y dejar en bañador a los que tanto han luchado –y cobrado- por convertir nuestra parada en algo más que una fonda. Pues sin cruceros, sin dinero para regar la costa del golf, sin criterio cultural, sin capacidad ni aptitud para desarrollar un programa congresual estable y con tanto señorito que ingresó en las juventudes de algún partido y le ha dado tiempo a crecer y colocarse en alguno de los cientos de cargos que ofrece el amplio abanico de instituciones públicas que dedican parte de su gobierno al sector turístico, mejor rendirse. Sol y playa. Sangría y terrazas. Al turismo, una sonrisa y la canción del verano. Eso nos sale solo, sin planes ni ocho cuartos.

Lo peor del asunto son las banderas negras de la bruja Lola, perdón, quería decir de Ecologistas en Acción. Nada menos que ocho en la provincia. Tanto estudio y tanto plan y a la hora de la verdad, ocho banderas negras en la costa malagueña. Da miedo. Menos que confirmar que sólo un tercio de nuestras playas dispone de la certificación de calidad de la marca “Q”. Que sea suficiente y sobre persignarme. Por la cuenta que nos trae, ni mentar la filoxera.

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