El Thyssen va fenomenal. Qué alegría. Los responsables del Museo han hecho público el resultado económico del pasado ejercicio y se salda con un superávit de 11.990,88 euros, que tiene mérito, con los tiempos que corren. Sobre todo, acostumbrados como estamos a que los grandes proyectos que impulsa el Consistorio, a pesar de magníficos y colosales, tiendan a descuadrarse en sus previsiones presupuestarias. Me persigno pensando en el Festival de Málaga y sus empresas albenizadas, o blasfemo recordando los citrinos borbónicos de Tabacalera, para contrarrestar el efecto místico y mantenerme fiel a los ejemplos culturales. Pues no, el Thyssen se ajusta a lo previsto como si hubiese un experto al cuidado de sus cuentas. Repito, qué alegría. O más bien, qué sorpresa. Euro a euro, bien contados, hasta llegar a los casi cuatro millones que manejan. En este punto, los que nos echamos las manos a la cabeza cuando dimitió la dirección artística original por desavenencias con la omnipresencia vitalicia, deberíamos aprender a taparnos la nariz antes de irritarnos pues, de un despropósito, alguna vez, puede salir algo bueno, como demuestra la estadística y la ley de los Grandes Números. Eso sí, me he referido a la nariz, no a la boca.
Pero si el resultado económico ha sido excelente, no menos llamativo resulta el éxito de público. 184.000 visitantes son muchos. Sobre todo cuando se cuentan uno a uno porque llevan su entrada. Quinientas personas diarias en el Thyssen son muchísimas más que mil en otros lugares gratuitos contados por el ojo perspicaz de su gerente. Pero muchas más. Y en cuanto a la calidad de la colección expuesta, a la luz de los resultados económicos, que todo hay que decirlo, mi percepción ha cambiado. De considerarla una catetada he pasado a considerarme una hipotenusa. Si me hablan del Thyssen de Madrid, me deshago en elogios y si pienso en el de Málaga, me ahogo en burlas sobre el saloncito demodé de anciana folclórica que me están vendiendo. Es un uso típico del malagueño criticar lo propio con alevosía. Puede que afortunadamente. Porque comparar la exposición madrileña con la de aquí, sería para taparse la nariz para no despeinarnos, echándonos las manos a la cabeza.
De modo que lo del Thyssen, perfecto. Ya me gusta mucho. Es una suerte tenerlo cerca. Si no de orgullo, sí me llena de satisfacción que no se convierta en otro pozo municipal sin fondo. Pues, a pesar de que nos cuesta a todos los malagueños cinco mil euros diarios, que se dice pronto, producen treinta eurillos cada día. Exactamente obtienen treinta y dos euros diarios de beneficio. Todo un ejemplo empresarial. O sea, más que un ejemplo, un negocio redondo, quería decir. Sin el sustento de nuestro generoso Ayuntamiento, las pérdidas del Thyssen ascenderían a 4.898,50 euros diarios. Como para autofinanciarse. La aportación municipal es de 1.800.000 euros anuales y sólo en el sueldo de los veinticuatro empleados fijos, se va más de un millón de euros. Exactamente, si dividimos la partida entre los empleados, cada uno cobraría más de 43.000 euros anuales. Descontando el sueldo miserable de los cuatro mileuristas que allí trabajan y conozco, los demás no conocerán la crisis. Aunque si, como sospecho, hay otra docena de empleados con parecida remuneración a la de mis amigos, lo que se reparten los cuatro que mandan no sería un sueldo, sino un botín.
Qué caros son los Museos. Qué suerte tenemos con que éste, tan importante, cuadre sus cuentas.