Creo que soy un perroflauta. Aunque no estoy seguro. Tampoco sé si está bien o está mal. Si tiene que ver con disfrutar en las manifestaciones impopulares de indignación, lo soy. Y si es perverso tal disfrute, me supongo también malvado. Que no está mal, a mi edad. Como el Doctor House o Mourinho. Porque mi época fue otra. Manifestarse era de demócratas buenos. Un derecho. Ahora creo que ha cambiado. Ahora es un derecho si me lo dan. Los tertulianos de la tele dicen que en todo caso, es un derecho si está autorizado. Si no, estoy ejerciendo violencia contra el sistema aún sin saltarme la ley ni pretender causar daño a nadie. Recuerdo mi transición de adolescente y no puedo evitar asomarme a ella con nostalgia. En aquella época ese discurso sería radical. Ahora el radical soy yo. Creo. Casi porreta y, por supuesto, pies negros.
El cambio no se sustenta en una nueva ley orgánica que haya subdesarrollado el precepto constitucional. Al menos, aún no. La ley sigue siendo la misma. Lo que ha cambiado es su interpretación. Porque yo creía que las leyes sólo podían interpretarlas los tribunales, pero eso debía de ser antes. Ahora también la interpretan los que comparten siglas políticas con nuestros legisladores. Por afiliación ideológica. Desde un cargo público con sueldo de confianza hasta un ministro. Y sobre todo, desde algunos medios de comunicación afines. Sin ir más lejos, he llegado a oír a un periodista, en el programa de debates de televisión española de la semana pasada, que para manifestarse había que pedir permiso. Como en China. Pero no. Eso, no. Afortunadamente, eso es un cuento chino. Aquí se informa. Allí se pide permiso.
El resultado de esta desinformación es que manifestarse está feo y se desliza entre líneas que también pudiera ser ilegal. Por si cuela. Por si da miedo. Por si te quedas en casa para quitarte de follones. Así me miró mi vecino el sábado en su cola a la Alcazaba cuando se cruzó conmigo en manifestación, asombrado al sol de verme el perro y la flauta, casi el rabo y los cuernos, y cantando aquello de “hay dinero para rato”. Desde entonces, en vez de interesarse por mis películas en el ascensor, me da los buenos días, muy amable y pensativo. He decidido comprarme una camiseta para tranquilizarlo, y porque lo echo de menos, aunque no sé aún si con un eslogan libertario o conmemorativa de los treinta años de democracia. No sé cuál pudiera causarle mejor efecto. A ver si va a ser peor y lo asusto con tanta democracia. Tanta democracia radical…
Ayer se cumplió un año del 15-M. Ese movimiento que decían estaba promovido por algún partido político con vistas a las elecciones. Ahora, sin elecciones a la vista, se rumorea que sufragado por alguna organización secreta antisistema. Cualquiera que sea peligrosa y oscura. Terrorista o extraterrestre. Había entonces 4.189.659 desempleados en España. Ahora –en abril-, 4.744.235, ¿tendrá algo que ver eso con la indignación? El ministro alemán de finanzas da el visto bueno en rueda de prensa a las medidas económicas que toma el Gobierno español. ¿No sería mejor que nos dejaran votar en Alemania? Porque se puede repetir hasta la saciedad que la gran manifestación democrática es el voto, para que todos estemos de acuerdo. Pero los matices hay que ponerlos en que votar no es, según nuestro ordenamiento jurídico, ningún punto final. Manifestarse, también, de verdad, es una fiesta democrática. Y ruborizar a los que nos representan con nuestro inconformismo, otra manifestación, más coloquial, de ésa, nuestra soberanía popular.
En el aniversario del 15M, un indignado con arte.
http://www.youtube.com/watch?v=SEeOscG9K3c
Saludos