Creo que echaré de menos las elecciones. Un año de campañas ha dado para mucho. Sobre todo para el desahogo en bares y mercados con los muñecos del pimpampum. La clase política dejará de darnos la mano para dedicarse a sus asuntos de la democracia durante una larga temporada. Ahora tienen que hacer muchas cuentas para contentar a Europa, esa figura mítica que imaginábamos estilizada como la Venus de Milo y que poco a poco ha debido de ir engordando porque, cuando por fin la hemos visto, la hemos descubierto esteatopígea, no de Willendorf, sino de Merkeldorf.
Los analistas políticos hablan de unas y otras elecciones y comparan sus resultados con las de hace cuatro años, cuando todos éramos otros. En el 2007 o incluso en el 2008, no éramos los mismos, simplemente. Éramos más ricos que nuestros padres y seríamos más pobres que nuestros hijos. Y unos ilusos. Pero la cosa ha cambiado. Ya, acongojados, nos importa un pito lo que no nos resuelva el día a día. Por eso creo que un análisis acertado de tendencias en cuanto a los gustos políticos o sus miedos correspondientes, deben de reducirse a eso, a nuestro corto plazo. A ese que sospechamos que podríamos sobrevivir sin un trabajo o, si tuviéramos suerte, con un trabajo indigno. Tan pobres como ahora, o un poquito menos pero sin darnos cuenta, lo fuimos en 2011, no en 2007. Y desde aquel año de confirmación de la segunda o tercera crisis hasta hoy, ya hemos ido a votar tres veces pero, todas, en los últimos diez meses. O sea, que con la crisis asumida, soportada y a cuestas, ya hemos puesto a todo el mundo en su sillón a trabajar para curarnos. Pero hace nada, como quien dice. Empezamos el 22 de mayo, por los más cercanos, por los alcaldes y, desde entonces, las Generales del 20N y las Autonómicas del pasado domingo. Ahora toca sentarse a mirar. Con cierta esperanza de haber elegido a milagreros y cruzando los dedos aunque, a diferencia de los brazos, por gusto.
Pero como el tiempo pasa tan despacio cuando se tiene tan poco que hacer, me he repasado los números de las tres últimas elecciones y, lo primero que me ha llamado la atención es que no se corresponden los datos con las sensaciones. Al menos, a primera vista. Por ejemplo, me daba la sensación de que el bipartidismo iba cediendo terreno en favor de otros partidos más minoritarios como IU o UPyD. Pues no. Én Málaga, no. Desde mayo del año pasado hasta el domingo, 25M, el incremento porcentual de votantes de estos partidos apenas ha superado el uno por ciento en la capital malagueña e incluso se puede hablar de un descenso de dos décimas en el caso de IU, si tenemos en cuenta los resultados en el total de la provincia. En realidad, lo que sí ha variado considerablemente es el apoyo con el que han contado los dos grandes partidos. Tal que así: el respaldo al PP en Málaga ha bajado un 8 por ciento en la capital y ¿casualidad?, el del PSOE ha subido en ese mismo porcentaje en esa misma etapa. Exactamente, el 22 de mayo de 2011, en las elecciones locales, 123.655 personas votaron al PP en Málaga -53,46%- y el 25 de marzo, 106.099 -45,37%-. Respecto al PSOE, 57.245 -24,75%- lo votaron el 22M y 76.097 -32,54%- en las recientes autonómicas. La participación en unas y otras fue muy similar: 55,59% en 2011; 55,90%, el pasado domingo. ¿Será que no gusta tanto Arenas como Don Francisco?, ¿será que gusta más Griñán que María Gámez? Si tuviera que elegir, consideraría más probable la primera que la segunda opción, aunque yo me quedaría con una tercera de la que Zapatero, si sacara la cabeza de su tumba, podría hablar largo y tendido. 16 puntos porcentuales en diez meses, se miren como se miren, son muchos.