Aprobado general

1 Feb

Veo las curvas keynesianas que se manejan los entendidos en Bruselas y me echo a temblar. Sobre todo porque no las entiendo y he de fiarme de la libre traducción en el discurso que hacen de ellas los políticos liberales con derecho a interpretarlas. Supongo que la mayoría de los que están obligados a hacer declaraciones tras una reunión macroeconómica europea por razón de su cargo, tampoco las comprenden y eso me tranquiliza en buena medida, pues de no ser así, estaría aún más inquieto por la mirada perdida que añaden a tan angustioso trance. Yo creo que lo único que se sabe de esta primera, segunda o tercera crisis que padecemos desde hace uno, tres o cuatro años, tanto por parte de los entendidos como de los torpes, es que los datos que se manejan son los de un desastre. Del desastre, mejor dicho. Y de ahí, el punto de partida y único de consenso, se pasa a las medidas del ensayo y error, hasta que se dé con una fórmula, a día de hoy, imprevista, que invierta la tendencia que nos está arruinando.
Así, sin querer ahondar en lo que nos está deparando el futuro continuo de cada día, la ciudadanía sobrevive al malhumor, la desgana, la incertidumbre y la baja autoestima, como puede, aprobándose cada uno su existencia con el cinco raspado que le puedan proporcionar los buenos ratos con la familia, los amigos o la gente que quiere. No es época de envanecerse, por tanto, ante el esfuerzo. La vanagloria está bien cuando te sobra cualquier cosa que no incluya tanta carencia como por la que estamos pasando.
Pero como en el pueblecito de Astérix en las Galias, en Málaga existe un colectivo que a pesar de la depresión generalizada, se autoimpone un notable alto en su gestión de gobierno o subgobierno, según se mire, durante los cuatro –o treinta- últimos años. Son los subgobernantes con síndrome de Up, delegados por la Junta en Málaga. Yo no sé quién le dijo a la señora Martel que se autocalificase a ella misma y a sus compañeros a menos de dos meses de las elecciones autonómicas pero, si se trató de un impulso súbito, flaco favor le ha hecho a su partido. Menudo striptease de soberbia. A eso se le llama sacar pecho y no a lo de Latoya Jackson.
Es sencillo: si el PSOE subdelegado malagueño valora la gestión del gobierno andaluz en Málaga con un notable alto, induce a pensar que, de gobernar, continuarán por el mismo camino. Si el ciudadano no está contento con su situación personal actual y algo le induce a pensar que, de gobernar de nuevo el PSOE en Andalucía, las cosas continuarán igual en Málaga, sencillamente no les votarán. Dos premisas lógicas en las que la señora Martel no debió de caer antes de darle rienda suelta a su arranque de orgullo público.
Digo yo, que tras esta columna me presento a encargado de marketing de campaña electoral a un módico precio, que si de verdad la señora Martel valorase en tan alta medida la gestión de la Junta en Málaga –que todo puede ser- y, sin embargo, la hubiese calificado con un mísero aprobado indicando que, a pesar del gran tesón y de los muchos logros conseguidos, estaba segura de que podría mejorarse, redoblando aún más el esfuerzo y el trabajo a realizar, se habría granjeado mayores simpatías –que es de lo único que vive la política-, que presumiendo de sus propios y notables méritos, con nosotros de quejicas, llorando por nada.
Pero parece que el PSOE malagueño sigue sobrado. No se sabe de qué, tras tanta derrota, pero sobrado de algo. Como si se hubiesen acomodado en una posición vaporosa que los mantuviese por encima de la realidad, satisfechos de lo que hacen, son y tienen, a pesar de la incomprensión que se ven obligados a soportar por parte del vulgo y su condición de mortales sin casa, sin trabajo y sin futuro, algo que, a su entender, no debe de ser para tanto. Lo de los notables altos es notable, sí. Ni cambio de caras, ni de discurso, ni de estrategias. Se dejan llevar hacia no se sabe dónde, a la derecha de su destino. O por ahí. Lo malo es que no se enteren de que puedan estar colocando la alfombra roja del cambio en la otra puerta.

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