Las dudas sobre si era puente de la Constitución o de la Inmaculada se me han disipado este año, por fin. Ni lo uno, ni lo otro: no hay puente. Mis sobrinos van al cole, los funcionarios trabajan y los demás le rezamos plegarias constitucionales a la burbuja del Estado del Bienestar para que vuelva a nuestro lado. Vivíamos por encima de nuestras posibilidades, dicen los sabios, los mismos que callan acerca de que ahora lo hacemos por debajo y a tenor de sus caras serias, nos incitan a especular con que así seguirá siendo un poquito más que a largo plazo. Así las cosas, el mejor regalo navideño que le podemos hacer a un amigo es una buena pala que lo ayude a seguir cavándose. Pero todavía, no. Cuando llegue la Navidad, que no sé exactamente cuándo será. Otros años era ahora. Éste a saber. Sin puente por detrás ni por delante que nos delimite, no cruzamos a la otra orilla, esa de los momentos entrañables, los turrones y la zambomba. Los comercios son la prueba palpable. Siguen sin decorarse. Los arbolitos continúan en el campo y los belenes en los altillos de los armarios. Por no haber, ni pandereteo callejero del que arrepentirse en la oficina al día siguiente, tras la cena de empresa. No se sabe si habrá cena porque tampoco se puede asegurar que seguirá habiendo empresa. Cestas, pocas. Loterías, muchas. Pero acoquinando.
Nadie da nada aún, a pesar de tanto cuento navideño. Bueno, nadie, no. Para romper una lanza sobre el estado crítico de las cosas, nuestro Ayuntamiento ya ha hecho el encendido austero de las luces navideñas. Y han ahorrado en bombillas. 20.000 nada menos. Aunque al mismo precio del año pasado. No sé yo cómo, pero así ha sido. Quizá sea para reactivar al empresario bombillero, para ayudarle a crear dos puestos de trabajo. Debe de ser por eso que Málaga fue la provincia española donde más subió el paro el mes pasado, pero con dos parados menos de los previsibles.
Pero las bombillitas preciosas son tristísimas y a pesar del diseño exclusivo, decadentes, porque nadie las acompaña. Parecen luces de mediados de enero, a punto de llevarse a su almacén para que duerman. La culpa es de Europa y de las ganas que tenemos de ser como no somos. A ver si el próximo año regresa el puente y nos ponemos de acuerdo el Consistorio y sus representados para volver a darnos las pascuas conjuntamente. Aunque lo veo complicado sin permiso de Sarkozy y de Merkel, que nos subrayan la pereza hispánica en cada telediario y nos provocan remordimientos hasta de nuestras fiestas de guardar. Yo estoy seguro de que los pocos que aún podemos trabajar, lo hacemos en el no puente para demostrarnos a nosotros mismos y a los belgas y a los daneses ese mismo afán germánico por la productividad que no se nos presume, como tampoco la cobardía en la mili.
Si la semana que viene aún no es Navidad, no se preocupen, a la siguiente, con el sorteo, sí. El primer enfado navideño se pasará con la llegada de los pocos que queden por volver a casa, como en el anuncio. El resto ya lo habrá hecho a lo largo del año, con el carnet de paro bajo el brazo y ocupando a destiempo su vieja habitación de adolescente entrado en años -o estará a punto-. Sólo espero que para entonces, algún empleado de los servicios operativos municipales, no se haya despistado y haya recogido los adornos deteriorados por el abuso. No sería tan raro tras un ataque epiléptico o simplemente por estrés post-deslumbramiento. Y sería terrible perderse ese momento de Jijona sin que se reflejaran parte de esos 900.000 euros austeros en los cristales de mi hogar.