Me siento patriotero. Será el día. Me he perdido el desfile porque me recojo tarde en vísperas de fiestas de guardar. Pero aún puedo observar algunas banderitas colgadas en los balcones y eso me anima a reivindicar el día y sus emociones. Yo soy muy español ya. Sobre todo desde que ganamos el mundial y le perdí el miedo a los porteadores de enseñas nacionales. Será que me estoy acostumbrando al nuevo tradicionalismo retrógrado que se nos avecina. No está mal. Volver a ser un país en vías de subdesarrollo tiene su aliciente. Y vivir en una ciudad de cola dentro de ese país, su aquél. Empecé a notarme así, como personaje de españolada orgulloso, hace ya algunos meses. Debe de ser porque siempre me apunto al carro y, desde mayo, lo que se lleva es eso, ser aficionado a los toros, la Semana Santa, los bailes regionales y la canción ligera. Pobres pero dignos y con unos valores reinculcados que mucho tienen que ver con la servidumbre, el conformismo y la disciplina preconstitucional.
Tan español de españolada me siento que no me sorprende lo que está pasando con la política cultural malagueña en los últimos tiempos. Si bien es cierto que se han producido pocos cambios en las concreciones artísticas de sus proyectos, la dialéctica entre las instituciones, sí ha cambiado. Ahora las cosas se las dicen a la cara, a través de la prensa. Teniendo en cuenta que la subdelegación malagueña de la Junta se borró hace unos años, nos quedan dos grandes marcos institucionales en disposición de desarrollar algún tipo de actuación con mayor o menor fortuna, Ayuntamiento y Diputación. En tiempo de bonanza, el Ayuntamiento se encargaba de las obras colosales de cartón piedra que tanto fruto nos dieron de cara a la capitalidad europea y la Diputación a los pequeños formatos que tanto gustaban a las minorías. Pero, pasadas las elecciones y sin un duro por montera, dos protagonistas con mucho afán de eso mismo se pusieron al frente de cada una de las instituciones públicas: Damián Caneda y Salomón Castiel. En común, el baloncesto y el PP. Y a partir de ahí, la armonía.
Al Concejal de Cultura y Deportes, Damián Caneda, no le servía López Nieto para continuar su labor al frente de la Sociedad municipal “Málaga Deporte y Eventos”. A la Diputación sí y le nombra “Director General de Deportes”.
Por su parte, a la Diputación no le servía Juan Antonio Vigar para continuar con la suya como director del Área de Cultura. Pero a Caneda, sí, y lo nombra Coordinador General del Festival de Málaga.
Salomón Castiel ocupa el cargo de Director General de Cultura en Diputación y en declaraciones a la prensa señala que a pesar de los 90.000€ de sueldo –más ayudante- a los que no renuncia, no puede programar nada hasta enero porque los anteriores gestores se han gastado en seis meses el dinero de todo el año. Juan Antonio Vigar, que es un caballero, no responde. Pero Caneda, sí: “el enchufismo es habitual en el sector público”, aseguró el domingo pasado en referencia a las contrataciones “de personas no adecuadas”, en el Festival de Málaga, del cual fue director Salomón Castiel durante varios –muchos- años.
El mismo partido, buenos titulares. Viva el baloncesto.
Hoy, día del Pilar, la bandera, la hispanidad, o lo que quieran, no tengo más remedio que sentirme español en todas sus vertientes. De la manera más dolorosa, también. En esta situación crítica por la que estamos pasando, lo mínimo que se les debería de exigir a los que han nombrado nuestros representantes para fomentar la cultura en nuestra ciudad es que se pongan manos a la obra y se dejen de enviar recaditos los unos a los otros. Ante los recortes, imaginación, y si hay que sufrirlos, que no sean los de prensa en las carpetas de estudiante.