Hoy en el bar de abajo se hablaba de fútbol. Ni el señalamiento de Ronda le quitaba protagonismo al debate del día. Que el señor Marín Lara pactase con el PP y el GIL cuando pertenecía al PA y que después se uniera y afiliase al PSOE para terminar de configurar el penúltimo gobierno de Ronda, no indignaba a nadie. Se comparaba con los casos de Figo, que del Barcelona se pasó a corretear detrás de la pelota en favor del Madrid por causas de la profesionalización deportiva, o del propio Mourinho, que prometió amor eterno al Barcelona asomado a un balcón, en desliz precoz de juventud tardía. Nos hemos acostumbrado a ganar mundiales y eurocopas, como también a vernos reflejados en los casos de supuesta corrupción urbanística. Aunque una cosa y la otra no coincidiera en el tiempo. Los sustos en los Ayuntamientos, los registros por sorpresas y los alcaldes esposados se relacionan con la bonanza económica que el blanqueo hacia el euro produjo en España. Catetos convertidos en doctores economistas, honoris causa, en virtud de la cultura del pelotazo que preconizaron con el favor de la clase política y a los que nadie responsabiliza de la situación actual del país porque les salió un tío en América. Pero ya no duele ver el despropósito urbanístico de los más listos en algunos ayuntamientos. No tanto. O aún no. Porque lo que preocupa al cada día más pobre ciudadano malagueño no es el partido del Madrid ante el Ajax pero se lo cree, por quitarse de la cabeza otras cosas, más insomnes.
Hoy juega el Barcelona y reabrirá el debate a cuenta de una ronda entre amigos y contrincantes en gustos futboleros. El jeque los ha unido como en una tángana de la selección. El Málaga es el punto en común que hace ver al forofo enemigo como una oveja negra a la que abrazar el domingo si marca Cazorla. Y buena parte de este sustento del ocio y terapia de olvido se lo debemos a la selección española de fútbol, que desde el 2008 no pierde casi nunca, casi de manera inversamente proporcional a lo que lo hace nuestra calidad de vida desde entonces. Las balanzas del destino son así de sarcásticas. La selección actúa de ansiolítico y nos ayuda a olvidar donde tenemos los pies y, de paso, salvaguarda a la clase política de la consecuente indignación que conllevaría un despertar. Pero no debe de arrogársele todo el mérito al combinado nacional. El salvador, con mayúsculas, irrumpió el año pasado en nuestras vidas. Al estilo del Doctor House, con retoques a lo Risto Mejide, Francisco Umbral, Jiménez Losantos y Labordeta a partes iguales, llegó Mourinho para pacificarnos. La crispación futbolística trajo la paz social. El pan y circo romano se ha renovado sin pan y nos ha amansado en lo cotidiano para alborozo de la prensa deportiva. Tanta convulsión producen las actuaciones públicas del entrenador del Real Madrid que no deja aliento a la exasperación en los demás devaneos de lo cotidiano. Mourinho, si no cura, calma. Atrae tantos sentimientos encontrados, rayanos al amor o al odio, que no deja lugar a más esfuerzo emocional. Y en tiempos de crisis, se agradece. Sobre todo, lo harán los poderosos. No sé a qué esperan en Naciones Unidad para contratarlo de entrenador en zonas de conflicto. Cuántas guerras evitaría. Cuántas revoluciones. Cuántas críticas a gobiernos democráticos jóvenes, guapos y deportistas, como el nuestro, evita, casi sin proponérselo. Si no el Nóbel, que le den un Príncipe de Asturias, no del Deporte, sino a la concordia.
Mourinho, el fútbol, el circo, amansa a las fieras que, dicen, llevábamos dentro. Seguirán sacando esposados a nuevos o viejos alcaldes por delitos urbanísticos cometidos hace un lustro pero los que han manejado o permitido el cotarro pueden estar tranquilos. Ya sea Messi, Cristiano o Villa marcarán un golazo y será noticia. Siempre a su favor.