Cada día hay más pobres en Málaga. Las cifras son escandalosas. Hace un año, en octubre, cuando la crisis no acuciaba como ahora, el Ayuntamiento los cifró en cien mil personas, teniendo en cuenta para el baremo un índice estadístico deshumanizado, el del umbral de pobreza relativa. Esto quiere decir que, al menos, uno de cada cinco presuntos votantes asume a diario esa indeseable condición de pobre solemne en nuestra ciudad y ruega a Dios y a sus sociedades occidentales y democráticas del bienestar que hagan algo por él. Le ponen una velita al santo de turno, al alcalde, a Bendodo, a Griñán, a Zapatero y a quien haga falta, para que alguno encuentre una fórmula que le devuelva la esperanza. Y este es el único motivo por el que semana a semana la clase política malagueña se enroca en la presunción de austeridad de la que todos nuestros gobernantes hacen gala en los últimos tiempos, a pesar de que pocos se librarán de pagar el futuro Impuesto de Patrimonio. La austeridad ya no es lo que era, al menos no lo es entre la clase política. La austeridad ahora significa, sencillamente, demostrar en la gestión pública que se despilfarra menos que el anterior.
Las pasadas elecciones municipales fueron el detonante. Con el triunfo indiscutible del PP en las urnas, se pasó auditoría del desastre a los perdedores en todo el país. Demostrar que el PSOE había dejado a España en quiebra técnica por su mala gestión era la consigna que debían de seguir todos los nuevos gobiernos del PP. Y en Málaga se siguió a pies juntillas. El cambio de gobierno PSOE-PP se materializó en la Diputación Provincial. El nuevo presidente, D. Elías Bendodo y su equipo se han empeñado en ofrecer una imagen de gestión basada en dos novedades fundamentales: transparencia y austeridad. La transparencia nos ha iluminado en cuanto al número y los sueldos de los cargos de confianza. Por fin, conocemos el despilfarro anterior y el actual. Casi ochenta cargos de confianza constituían el remanente de técnicos que PSOE e IU habían necesitado unir a su causa para llevar a cabo su responsabilidad de gobierno, incluyendo ahí a los necesarios e indispensables y a los otros.
Pero al nuevo gobierno del PP en Diputación, tal política de transparencia le podía perjudicar en lo concerniente a los datos que sobre sus nuevos cargos de confianza –sesenta reconocidos- y sus sueldos debían proporcionar a la opinión pública. La solución pasaba y pasa por lo que autodenominan, política de austeridad.
La política de austeridad del PP en Diputación consiste en despilfarrar menos que los otros y demostrarlo con papeles. Que haya ochenta mil pobres más en Málaga que hace seis años no figura en las curvas estadísticas del gasto público. Y ellos van a ahorrar un millón de euros mal contados y bien contrastables en sueldos de cementerio de elefantes respecto a lo que hicieron sus predecesores. La prueba es la prueba. Puede que haya cien mil malagueños desesperados, que no superen los quinientos setenta y cinco euros mensuales y que cada uno de los gestores, consejeros, asesores, directivos y diputados que trabajan en nuestra institución pública cobren entre cuatro y ocho mil euros al mes, pero, ¿y qué? Son austeros. Con consejeros taurinos. Con subvenciones a los tronos. Con chóferes asesores. Con lo que sea y con margen suficiente de derroche hasta empatar con sus contrincantes despilfarradores.
La semana pasada, en las noticias de Cuatro se refirieron a Málaga en dos ocasiones. Por motivos distintos pero en el mismo informativo. La primera referencia era a la multa de 300.000 € por la red Biznaga. Al alcalde le gustó. Que hablen de uno aunque sea mal es bueno, debió de pensar. Y la segunda noticia hacía referencia a la posible tipificación del delito de despilfarro público que propuso en el congreso la Defensora del Pueblo, Doña Mª Luisa Cava de Llano. Como ejemplo de la noticia, mira que puntería, se incluyó un reportaje sobre el sueldo del chófer asesor de D. Elías Bendodo, el austero. Hay que ver… Se equivocarían.
Esto es una vergüenza. Todos los políticos son unos zarrapastrosos que han llevado a Málaga a la quiebra. Debería existir en el Código Penal castigos ejemplares para esta banda de trileros, lameculos y correveidiles que viven en la abundancia mientras la mayoría de la población está en la ruina.
Son peor que la Peste Negra, insolidarios, egoistas, prepotentes, chulos y semianalfabetos.
Que la tierra no os sea leve.
Pero resulta que el malagueño no sale a la calle. Me hizo gracia en la manifestación del 15-M, al grito de: «A ti que estás mirando, tambien te están robando». Mucha gente miraba con cara de estar con la manifestación, parecían pensar: «estos son de los buenos», metafóricamente hablando. Lo que ocurre es que el malagueño tiene un segundo pensamiento: «a ver si hacen algo». Es decir, el malagueño NO HACE NADA. Espera que los demás hagan algo. Si el 15-M ha tomado las riendas, el malagueño interpreta que no hace falta salir a la calle, protestar, perder una tarde de domingo y fútbol en manifestación. ¿Para qué? Total, uno más que menos. Ni siquiera se ha informado de qué persigue el 15-M en realidad, ni siquiera sabe por qué protesta. Lo saben unos pocos que leen el periódico. Los demás, miran las protestas como: «eso no va conmigo». Y, puede que esos tengan la soga al cuello, pero piensan que una manifestación no va con ellos. Aquí a la hora de actuar nada va con nadie. Poco a poco se entreve que estamos más cerca de Grecia de lo que nos hacen pensar nuestro gobernantes. Estamos al filo, un empujón y se acabó todo. Pues nada, esto no va con nosotros. Eso sí, si eres un profesor y te tocan el sueldo y el horario, ahora todo el colectivo a protestar, pero por uno mismo, no por los demás. Y eso que estoy en contra de los recortes. Pero hay mucho ir a nuestra bola en este país.