Esto es una feria

24 Ago

La feria transcurrió según lo previsto, sin milagros. El botellón imaginable se hizo carne, se confirmaron los seis millones de visitantes de los que todo el mundo hablaba, eso sí, sin posibilidad de contrastarlos y los 18.000 cruceristas se difuminaron entre la algarabía, presuntamente gastando sin mesura. Yo conocí a uno. De Salamanca. Y echó por tierra la imagen que pudiera hacerme de los demás, pues era mileurista y ahorrador, o sea tacaño. Llevaba alpargatas, pantalón corto y camiseta de mercadillo y su obsesión era que lo llevase a algún sitio donde sirvieran sangría de gorra, para llevársela puesta y que le protegiera del sol. No le dio tiempo a llegar. Se lo impidieron a medias sus prisas y la muchedumbre enfervorecida en rebujito. Y regresó, supongo que a tiempo, donde el crucerista se convierte en lo que es, es decir, a su barco, para hacer lo que un crucerista hace mejor que nadie en su todo incluido flotante, que no es otra cosa que despedirse sonriente desde la cubierta. Luego están, claro, los que cobran de las instituciones públicas del turismo por conseguir que el barco nos atraque seis horas. El gasto público se justifica indicando los miles de turistas que pasan por Málaga y dejando que los imaginemos jeques, millonarios e inversores. Aunque no hay mal que por bien no venga, porque si esas 18.000 personas, humo berlanguiano, perteneciesen a esa élite capaz de sacarnos de la crisis y se bajasen en la feria psuedochurchiliana del Centro –sangre, sudor y pipí-, no les veríamos el pelo ni en cien años, ya todos calvos.

Y si la feria pasó como no le quedaba más remedio, su posterior debate también. Se echa la culpa a los jóvenes y se saca pecho en cuanto a las numerosas actividades y actuaciones que ha llevado a cabo el consistorio. ¡200!, dice orgullosos el señor Caneda. ¡200 actuaciones!, nada más y nada menos. Si con tantas como dice no ha conseguido calar en la sociedad malagueña, imagínense cuántas más necesitaría programar este señor para hacer una ligera mella en la curiosidad del ciudadano. Dos centenares de actuaciones en ocho días, veinticinco diarias, una cada hora y le sobra otra. Cantidad o calidad, he ahí la cuestión. Ni con cinco mil de esos actos, como los que asegura haber llevado a cabo, cambiaría un ápice del peor tradicionalismo al que se ha acostumbrado el malagueño en feria por la falta de alternativas que le ofrecen sus gobernantes. No es culpa del joven malagueño que prefiera emborracharse en la calle que acudir a uno de esos actos añejos que se les regala por compasión. Culpa no, drama. Siendo muy generosos, si a cada una de esas doscientas actuaciones oficiales, fueran quinientos feriantes, cien mil personas se apartarían del botellón. Los otros cinco millones novecientos mil, no. No se trata de hacer muchas actuaciones, se trata de programar actos suficientes para que el malagueño con ganas de fiesta pueda optar a ir a uno o a otro y no quedarse a medias para montárselo, sin alicientes, por su cuenta. ¿Qué actividades? Hay un responsable que cobra un buen sueldo para imaginarlas. La altura de miras se mide en señalar la culpabilidad del desaguisado en que se ha convertido nuestra feria en la idiosincrasia malagueña o hacer un examen de conciencia sobre la escasa motivación que los responsables institucionales han conseguido al respecto con sus fútiles políticas de ocio, concretamente en la feria. Aquí no hay moros ni cristianos, ni barcos vikingos que nos invadan, ni encierros, a pesar de tanto fenicio suelto, tanto romano teatrero, tanto árabe por desenterrar o tantos reyes católicos. Están los Montes de Málaga, las playas, las jábegas, los Cenacheros, el flamenco, tan vírgenes de feria como el vino de Málaga. Habrá que copiar, habrá que reinventarse, habrá que pensar, habrá que trabajar para que poco a poco podamos estar todos orgullosos de nuestra feria y, sobre todo, de nuestras tradiciones que, por supuesto, no desmerecen a las de ninguna otra ciudad del mundo -ni parte del extranjero-.

2 respuestas a «Esto es una feria»

  1. Los vecinos de calle Cister estamos pensando presentarnos al certamen del próximo cartel de feria, eso sí, se ajustará a la realidad: botellón, borrachos, vómitos, meadas e incluso, una chica subida a la higuera del Museo Picasso «cagando» (verídico) y, por supuesto, en camisetas y chanclas.

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