El mes que viene dará comienzo la Feria de Málaga. La novedad es que se anuncia un recorte presupuestario del 22% por parte del Ayuntamiento, lo que reducirá el gasto hasta dejarlo en torno a los tres millones de euros, lo que vale un festival de cine o una maravillosa tele local (siendo muy bondadosos). Lo esperado –no tanto por añorado como por habitual- es que se ha presentado el cartel oficial, siguiendo tradición tradicionalista. El cuadro en sí es un cúmulo de tópicos costumbristas malagueñísimos: biznaga, coche de caballos, la Farola y Gibralfaro, farolillos verde y moraos o verdiblancos, dos buenas mozas vestidas de faralaes, el mar… Sólo le falta Picasso y un cofrade. La elección del autor, el artista José Rando, presagiaba un resultado poco sorprendente de antemano. En mi caso, pude disfrutar de su trabajo enviando alguna de sus postales navideñas a los pocos amigos que me quedaban. Es más, me atrevería a asegurar que he debido probar alguno de los “vinos con doble talento” cuyo diseño etiquetado pude olvidar en lo achispado del asunto. Lo que sí recuerdo es su “Última Cena” en la que Jesús se parecía mucho al autor y los apóstoles a Antonio Garrido Moraga y otros insignes cofrades de la más alta alcurnia empresarial malagueña. Aunque, demostrando caridad cristiana, también figuraban un emigrante senegalés, un malagueño con síndrome de Down y otro con movilidad reducida, que no sólo de la parte Este del río vive el hombre. El artista y su vasto currículum, incluido el cartel oficial de la Semana Santa 2010 o el de la Corrida Picassiana 2011, ostenta además el honor de ser considerado autor de cabecera de varias cofradías malagueñas, para las que ha realizado numerosas escenas religiosas. Dicho lo cual, me reafirmo en el poco margen a la especulación que los que encargaron la realización del cartel al artista esperaban: malagueñismo decimonónico, altoburgués y tirante a fino.
Yo, que admiro sinceramente la aptitud del artista, no comulgo con su técnica, ni sus contenidos, muy a mi pesar. Sin embargo, me encantaría que esa visión municipal de la feria que pretendían mostrar los que nos gobiernan, al menos fuera real. Pero, ¿dónde está esa feria? Ojalá tendiese al menos a ese costumbrismo trasnochado. Ojalá fuese medio burguesa. La nuestra, buscándole una fonética similar, como mucho, podría ser una hamburguesa. Es como el carnaval de Louisiana, cuando se apartan las carrozas y dejan paso al despendole, pero sin jazz. Con más sombreros mejicanos, eso sí.
A mí, me encantaría que nuestra feria fuese esa del folclore, el flamenco, la gastronomía, el encuentro familiar… Pero no lo es. Es un macrobotellón salvaje sin callejón en la parte trasera donde esconder las miserias más íntimas. Una discoteca al aire libre sin fin a la que si le buscásemos una causalidad, tal vez podría sustentarse en el intento fatuo de alcanzar un record Guinness sin notarios. En realidad, un cartel realista de la feria, nos espantaría. ¿Se imaginan? Yo también pienso en la botella de vino dulce en lugar de la biznaga y en el descamisado en su baile ritual descompasado por el vino pendenciero y en la joven en el tranco de un portal esperando un recogedor que la barra.
Habría solución. Si a la ciudadanía le dices, toma las calles y diviértete a tu aire, sin ofrecer ningún aliciente, hace lo que sabe y puede: emborracharse. En cambio, tomo como ejemplo la Noche en Blanco, llena de actividades. Los malagueños, los mismos, llenan las calles, participan y se divierten. No hay parte de guerra, no hay comas etílicos, no hay trancos con señoritas por recoger. No es tan difícil. El único, penoso y gravísimo problema de la feria de Málaga es el total abandono y absoluta dejadez institucional. Casi nada.
Verdades como puños.
Sin desperdicio; enhorabuena por su forma de comentar lo que muchos pensamos. ¿No se podría -pregunto en mi ignorancia- encargar los carteles de publicidad a los que se dedican a ello, haciendo que un producto local se «venda» allende las fronteras de nuestra patria chica? Si yo no viviese en Málaga y viese algunos de los carteles (cuadros más o menos afortunados) que anuncian nuestros eventos, no se me ocurriría desplazarme hasta aquí, pues lo que viera no me diría nada. Por ejemplo: el cartel(?) de la Feria de este año; si le quitamos el nombre de Málaga al título, por la vestimenta de las dos «bellezas» -¡anda que…!- y el resto de decoración no sabría si es un anuncio de la Feria de Sevilla o la de San Próculo de los Riscos. ¡La imaginación -y el «padrinazgo»- al poder!