Descubrí lo del 15-M a partir de una invitación virtual a asistir a una manifestación a través de un evento del facebook. Me produjo casi tanta curiosidad como desconfianza. Busqué convocantes, portavoces, pretendiendo encontrar una mano negra detrás de tanta indignación. Debió de ser porque estoy acostumbrado a valorar a los congregados según la opinión manifiesta de sus líderes, ya sea por su locuacidad literaria o por su provechoso don de oratoria ante los medios de comunicación. En cuanto a que decida si el prohombre me cae bien o peor, más o menos tiempo le dedicaría a indagar en sus intereses o incluso a asimilarlos a los míos. Así ha sido hasta este movimiento invisible que ha conseguido removerme pues cuenta con mi agrado y no le pongo cara. Tal vez sí, pintas. El 15-M es un poco perroflauta pero en el sentido más piadoso. Aquél que incluye a los que serían capaces de dedicar su tiempo libre a dar clases de inglés gratuitas en Nicaragua. Pero esto no lo hace especial. Lo que sí, su espontaneidad en el día a día y su tenacidad a la hora de reivindicarse sobre la marcha.
Me gustan. De entrada, que alguien se queje me atrae mucho más a que se conforme pero, lo que me suma, tiene más que ver con que sus críticas comulguen con el mínimo común múltiplo social. Hay que mejorar. Hay que humanizar. La democracia no está por encima de la ciudadanía, es la ciudadanía. No ha estado de más que nos devuelvan aquel recuerdo vago, casi desmantelado de los ideales entre tanta crisis y más necesidad de encontrarle culpables. Reunirse o manifestarse en democracia, acto saludable y cívico, convertido en derecho fundamental por Perogrullo, no se sustenta en el hecho puntual discrepante, como algunos se empeñan en señalar. Es justamente lo contrario: la gente se reúne –como bien dice la palabra- cuando tiene algo en común.
Por último, si a los espontáneos del llamado movimiento del 15-M y a sus propuestas mínimas, comunes y democráticas, le unimos su metodología pacífica, aparte de rellenar todos los campos necesarios para que en cualquier estudio científico los previeran como ejemplo de cómo pasar desapercibidos en sus demandas ante la opinión pública, resulta una reivindicación intachable.
Sin embargo, un asiduo a leer los comentarios a los artículos de prensa a través de internet puede encontrarse a una legión de detractores de los acampados. Algunos muy airados. Con argumentación sensible cuando se trata de comerciantes que aprecian menoscabo de sus ingresos; irracional cuando se exige el desalojo por provocadores, drogadictos y/o alcohólicos; y una mayoría destacable, que muestra su disconformidad con las demandas por cuestiones de índole política o práctica y que suele poner en duda el valor de cualquier iniciativa ciudadana de participación democrática, o lo que es peor, que pueda llegar a algún sitio.
Pero sí puede. Es democrático. Es legal: la Asamblea de la Acampada de Málaga presentó ayer en el Parlamento de Andalucía la primera Iniciativa Legislativa Popular que se ha impulsado desde el movimiento 15-M y que tiene como fin aumentar la participación ciudadana en la toma de decisiones políticas. Entre las propuestas, que se rebajen de 75.000 a 10.000 las firmas necesarias para admitir a trámite las iniciativas populares y que las materias económicas y de política de empleo puedan ser reformadas a través de este sistema.
Y a mí, de todo esto, lo que me gusta es sumar.