¡Por fin! Empezaba a preocuparme. A menos de cinco meses de las elecciones municipales y aún no se había cumplido por parte del alcalde de Málaga con la tradicional propuesta de darle un retoquito al río. Ayer fue. Lo leí en La Opinión de Málaga. Sí, Don Francisco habló y me quedé tranquilo. El alcalde afirmó que considera que la mejor solución ciudadana para el río Guadalmedina es su embovedado, pero no descarta ninguna otra alternativa, «siempre buscando el mejor proyecto posible» y la participación máxima de todos. Y habla de un largo camino que recorrer para poner en marcha un proceso que se abrirá el 3 de febrero, en la reunión de la Fundación Ciedes que gestiona el Plan Estratégico de Málaga, etcétera, etcétera…
Me doy cuenta de que, con los años, me apego al costumbrismo. Pobre pogre descarriado. Y si las cosas no están como estaban, me pongo nervioso y no me ubico. Y eso me pasaba. Ya estoy mejor. Las aguas vuelven a su cauce.
Y es que, desde el siglo pasado, no hay alcalde precioso o despreciado en Málaga que no le haya dado una vuelta a su inventiva para ver lo que se le ocurría hacer con el cauce del Guadalmedina. Es el común denominador de todos. Cuando llega la hora de postularse o cuando poco le queda para marcharse, el alcalde malagueño recurre, siempre, por hábito, al río. Recuerdo que una vez vi un documental americano muy moderno en uno de los muchos canales que le sirven de gimnasia dactilar a esta nueva era de las telecomunicaciones, que trataba sobre personas que estaban convencidas de haber sido abducidas por extraterrestres, qué miedo. Demostraba un estudio de una universidad muy notable de cuyo nombre no consigo –ni me importa- acordarme, que la imagen del marcianito con bisturí que todos recordaban haber vivido entre malos sueños, podían reproducirla en un laboratorio con cuerdos muy voluntariosos a los que sometían a pequeñas descargas eléctricas en una zona específica del cerebro. Por lo visto, no se quedaban tontos del todo, que ya era un logro, pero sí un poquito alelados pues, al día siguiente, buena parte de los hombres y mujeres conejito que se habían dejado electrocutar las neuronas por amor a la ciencia, aseguraban haber vivido esa noche una experiencia parecida con un E.T. malo. Por eso, yo, que soy muy listo, he llegado a la conclusión pseudo-científica de que cuando un alcalde de Málaga se estresa ante la inminencia de unas elecciones, por los vericuetos de sus gajes oficiales y el poco sueño, y le pilla una tormenta, le debe de dejar alguna neurona tocadita. La neurona precisa para que decida ponerse manos a la obra en planificar chapuces en el río. Estoy seguro. Lo conté hace cuatro años y hace ocho. Siempre hay que embovedarse antes de unas elecciones. Pero no es motivo de preocupación, se pasa. Después no se emboveda nada. Lo más, se paga a un planificador para que prepare una estrategia de actuaciones. Y hasta dentro de cuatro años.
Lo que sí ha cambiado, y esto me preocupa más, no vaya a deberse al cambio climático o esas cosas que nos enseña Iker Jiménez en la tele, o wikileaks en el telediario, y que no comprendo pero me asustan, es que ya no proponen devolvernos el tranvía. El río y el tranvía siempre iban unidos en las proyecciones de un alcalde que se sometiera a la voluntad del que lo designara, ya fueran las urnas o el dedo de la gracia divina, pero desde la legislatura pasada, ya no. Ahora es el río y el carril bici. Del Guadalmedina y del carril bici sólo se habla cuando llegan unas elecciones, de verdad.
Deben de ser las tormentas.
Pingback: casino online