Más sol y playa. Eso es lo que nos queda por vender. Volvemos al discurso landista, sí, en busca del sueco que amaine el temporal de la crisis. El sueco británico que debemos reconquistar centra el discurso de todos los técnicos políticos del turismo costasoleño, porque al japonés culto o el norteamericano demócrata de Nueva York que hemos pretendido atraer durante el último lustro, está comprobado que no le interesamos demasiado. Ya se ha visto que con el Museo Picasso y se sospecha que con el Thyssen y otros veinte como él, no nos llega la cuenta de resultados. Lo de la millonada gastada en el no proyecto del 2016 ha servido para que unos cuantos ilusos abran los ojos en cuanto a la competitividad que la Costa del Sol pueda ofrecer en esos términos: ninguna. Quien quiera cultura se irá de vacaciones a Segovia antes que a Málaga, porque si alguien cayó por aquí, con ganas de otras cosas ofrecidas en los panfletos turísticos de las peores agencias de viajes europeas, ya se debe de haber encargado de anunciar en internet que el viaje ha sido una estafa de dos tumbonas y un tinto de verano.
Málaga turística no es culta, es bronceada. Bronceada como el comisionista nuevo rico de la política o de la promotora inmobiliaria que se ajustó un traje de Armani después del tercer pelotazo y que por haber ganado tantísimo dinero blanqueando los pueblos blancos, se le nombró empresario turístico-cultural del año. Lo malo es cuando ese inculto nuevo rico organiza fiestas en su piscina y le da por invitar a escritores y artistas para que adornen. De ahí, se pasa al interés de aprender para no hacer el ridículo en las conversaciones de sobremesa y de ahí al Quijote, y si les hace gracia, a inventarse un turismo cultural que no casa con los veinticinco «benidores» que llevan construidos en viejos pueblos de pescadores.
La opulencia del resort abandonado a la decadencia ha creado un monstruo que mira al mar, que si no se llena de gente, se pudre, como nuestra oferta turística. Dar vida a tanto hormigón supone convencer a los pobres británicos de que vuelvan y se conformen con achicharrarse al sol por la mañana, emborracharse en la discoteca hortera por la tarde y dormir la mona por la noche. Todo baratito, para que nos dejen la limosna que nos haga funcionar o hasta sobrevivir. El World Travel Market ha servido para que sepamos que la política turística cambia el rumbo y se decanta hacia el conformismo, al menos en cuanto a la nacionalidad del visitante se refiere. Nuestro alcalde inventa fundaciones y más fundaciones con gerentes y más gerentes y desde la Junta proponen nuevos planes, para concluir todos con una verdad empírica: puede que el sol nos salve de tanta ineptitud cometida durante los últimos veinte años de desarrollo urbanístico. Ya no somos un pueblecito de una isla griega a medio construir, como pudimos parecer en los 70. Ya estamos mal construidos. Ya no quedan pícaros de la mar o el campo que descubran el negocio del turismo en vender dos melones y mucha simpatía a los guiris. No. Lo que nos queda es atrapar el sol y meterlo en una botella para que los albañiles en paro puedan venderlo al mejor precio en los chiringuitos. Se acabó inventar, se acabó. Nos morimos de hambre si no, qué pena de única industria malagueña tan torpe. Es lo que hay. Ingleses del mundo, venid, que ya tengo preparada la pandereta.
Demoledor. ¡Vaya articulito, coño! Pero, usted sabe a ciencia cierta lo que es turismo de ocio. Pero tiene usted como cierto, don Gaby, que la Costa del Sol es eso, del sol y no la Milla del Arte de Pinacotecas de París, Louvre, D’Orsay. Pues si a este emporio turístico, primero en Europa en su clase media, le arrimamos museos curiosos y magníficas pinacotecas Thyssen y Bellas Artes, no me negará que lo mejoramos, vamos que le metemos un subidón que ya, ya. Pero somos lo que somos y encima encabronados en ser más y más; sólo que con los ánimos que usted transmite, mejor se queda unos días entre el cloudy y el foggy londinense y después, cuando baje en el aeropuerto Pablo Picasso de Málaga, verá lo que vale un peine, perdón lo que vale un sol continuo y sin riesgo de que desaparezca en un rato.
Le agradezco el artículo, señor Beneroso. Un saludo y gracias.
Holden
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