Se acabó. Y como suele suceder, se proponen foros para renovar el modelo de feria. Las críticas al gran botellón que paulatinamente sustituyó a la feria del centro de Málaga durarán una semana. Después, el curso político desviará la atención a otros menesteres, más productivos de cara a las municipales. Así, hasta el próximo año no se volverá a hablar de la semana grande más mediana del sur de Europa. Es la única tradición que conserva nuestra fiesta. La de conformarnos y pasar página. Se olvida pronto el mal trago y la consabida resaca porque aquí, en nuestra ciudad, el valor de la crítica lo miden sólo los partidos políticos, esos mismos a los que las técnicas de marketing les aconsejan crear grandes titulares y no profundizar en la letra pequeña, no sea que se revuelva. Este año, en este sentido, sin novedades. Para el Gobierno Municipal, las cifras han hecho de la actual, la más visitada, lo que la convierte en exitosa. Al PSOE y a IU no les ha gustado tanto. Tumban los datos con otras cifras que poco importan a los malagueños porque menos las entienden. Lo que a nosotros, los ciudadanos, nos queda, es que algo se nos escapa. No sé dónde quedó la tradición. Se la han llevado. O puede que nunca estuviera, ya lo dudo. Aquí no hay barcos vikingos, ni fiestas xenófobas de disfraces con moros o cristianos. De cívicos que somos, ni tiramos cabras desde campanarios ni lanceamos toros –afortunadamente-. Nuestra memoria debe de ser muy corta porque lo único que parece que siempre estuvo ahí es el pregón y los fuegos artificiales, que deben de recordar la visita de algún chino en alguna etapa de nuestra historia. Pero, tampoco. Lo de los fuegos es algo relativamente reciente. El problema está en que a Málaga nunca debieron de venir fenicios, ni romanos, ni musulmanes y que nunca debió de ser conquistada o reconquistada –según se mire- por ningún rey católico ni budista. Aquí, nunca debió de implantarse el flamenco, supongo. Málaga nació con las discotecas puestas, los rebujitos y las hamburguesas. El traje típico debe de ser el del pobre de solemnidad, sin camisa en el presupuesto. Por aquí no debieron pasarse esos escritores vagos de la generación del 27. Ahora, eso sí, Picasso, sí. Málaga debe de ser un lugar sin tradiciones y Picasso. O eso, o un lugar sin memoria, que sería más desalentador.
Yo creo, con disposición a equivocarme, que a un valenciano puede que no le gusten sus Fallas o a un pamplonica sus Sanfermines, pero supongo que sería más difícil de encontrar alguno que no sintiera cierto orgullo en su disgusto. Igualmente pienso que puede haber muchos malagueños que se diviertan en nuestra feria actual pero, sinceramente, no creo que entre las causas determinantes, el orgullo de sus fiestas ocupe un lugar primordial.
Mi sensación, ojalá que vuelva a equivocarme, es que a falta de cosas que hacer durante la feria, a falta de programa, propuestas o iniciativas institucionales, el malagueño con ganas de divertirse hace lo que sabe, puede y le dejan. Como en Nochevieja o en una boda. Tengo la ciudad-discoteca, bebida, amigos y ganas de divertirme, pues me pongo un sombrero mejicano y reviento. Y si pasa una panda de verdiales, brindo. Y si pasa Picasso, le doy un beso. Y si pasa algún policía buscando un bar que multar, le saco la lengua. Y si me caigo, alguien me arrastrará y me llevará a casa, que otra cosa no, pero para simpáticos y hospitalarios, pocos nos ganan.
Dame un cartojal y yo me apaño
25
Ago
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