A mí no me gustan los toros y no me refiero a que me aburran, que también, sino a que no me gusta ser testigo de la agonía de nada ni de nadie. Si lo estoy pasando mal con Zapatero, que ya ni me va ni me viene, imagínense lo que puedo sentir por un pobre animalito, con lo ecologista, pacifista, moderno y buena persona que me obligo a ser. Pero, si bien no me gusta la fiesta taurina esa de la que tanto se habla, menos me gusta que se prohíba hacer algo en concreto. Para mí, una ley que señala con bisturí y restrictivamente lo que no se puede hacer, me parece una mala ley. Y me explico: si dentro de todas las crueldades que realizamos a diario -también en el mundo animal-, se proscribe normativamente sólo un caso específico, lo que parece inducirse es una especialidad, que al menos debiera de contener una serie de motivaciones, algo que nuestro ordenamiento jurídico acomoda mejor en el poder judicial que en el legislativo.
Yo aplaudo una ley general que sancione el maltrato animal, que tipifique los casos en delitos o faltas y que por seguridad jurídica incluya las penas en su desarrollo. Incluso vería con mejores ojos, aquella otra que concretase un poco más y se dedicara a una especie en concreto. Pero prohibir el espectáculo taurino, sin mencionar “los correbous”, los toros de fuego, o los que los valientes matan a lanzadas valle arriba, me parece más una pose postmoderna que una necesidad ciudadana que normalizar.
Supongo que me pasa como a cualquiera que no conozca nada de ese mundo de ganaderos, apoderados, toreros y millonarios, y que considera las corridas de toros como una auténtica salvajada. A mí no me vale que los protaurinos hablen de ningún arte que justifique tal derramamiento de sangre o que afirmen que si no existiera su cruento espectáculo, el toro de lidia se extinguiría, que yo aún no sé en qué circo trabajan todas las cebras, jirafas, osos pardos o lagartijas que sin servir para nada, se libran de tan terrible fin, pero lo que no puedo concebir es la ley que les prohíba hacer a ellos lo que les permite hacer a algunos concejales de fiestas en virtud del manoseado costumbrismo y sus inhumanas tradiciones.
Yo, una vez, estuve en una corrida de toros, de la que afortunadamente no me acuerdo. No marcó mi vida. Sí lo hizo una matanza de un cerdo, de imborrable recuerdo. Aún lo veo y lo oigo con la misma mirada de niño de ciudad al que los zapatos nuevos le causaban ampollas. Por mí que prohíban las matanzas. Por mí que prohíban los toros. Pero si lo hacen, con una ley general que regule como debe funcionar un matadero y no con otra tan hipócrita, que castigue lo que ocurra dentro de un ruedo y no fuera, y eso sí, que el jamoncito no me lo prohíba nadie.
La ley catalana que parte de una iniciativa popular y que ha sido refrendada en su parlamento, cuenta con la máxima legitimidad democrática. Hay que quitarse el sombrero por su pulcritud de derecho. Pero ahora temo a los progres que, por quedar bien, intenten copiarla a nivel estatal por decreto. Si hay corridas, no iré a verlas. Si no las hay, me sentiré mejor conmigo mismo. Pero que no sea un debate nacional. Que no sea un debate nacionalista. La fiesta taurina es española. Y la mosca pesada que no consigo espantar mientras escribo, también. Lo cruel español no es menos cruel que lo extranjero. Duele lo mismo y la tradición, de verdad, no lo cura.
Para mi que soy vegetariana y defensora de los animales y sus derechos, todo esto me averguenza y me parece bochornoso. No lo considero un éxito, para nada. Es una muestra más de la imbecilidad humana, algo así como si al llegar a casa ves como alguien le esta dando una paliza a un minusválido y profundamente escandalizado al ver la escena, mandas al agresor a ejercer su oficio a otra manzana…
Con lo bien que viven los toros, si son los reyes del mundo animal!!!!! Y a los cerdos, a los patos, a las gallinas, a los atunes y todas las especies en extinción por la pesca masiva a esos… que les salve otro nacionalismo.