El inesperado anuncio de la venida de Michelle Obama a Marbella parece que nos ha pillado a todas y todos con la necesidad de pasar por la peluquería y con el fondo de armario bajo mínimos. La visita ha causado revuelo; los medios de comunicación se han puesto nerviosos y esas sensaciones se contagian como la gripe o los rumores de quiebras bancarias. No es para menos, la última aparición de Marbella en el panorama internacional se produjo hace unos meses cuando su alcaldesa, Mª Ángeles Muñoz, visitó Nueva York y en las pantallas de Times Square apareció el nombre de su ciudad impreso con grandes letras luminosas durante unos segundos.
Un grano no hace granero pero ayuda a su compañero, dice el refrán. Quizás de aquel desembarcó marbellí en Estados Unidos, junto con la ausencia de Marbella en nuevos titulares sobre desfalcos, estafas, timos y caspa rosa, llegue ahora esta elección de destino turístico presidencial, para nosotros un moderno rescate del sector servicios que, además, sanciona la probable resurrección no sólo del turismo lujoso en Marbella, sino de paso en toda la Costa e incluso en España, país que aunque desde aquí no podamos explicárnoslo casi nunca aparece en los informativos norteamericanos. Eso es lo que hay. Si los vaticinios se confirman y la Señora Obama veranea en Marbella, nos habrá regalado una lluvia de confeti publicitario. Lo que sí aparece y mucho en todos los medios norteamericanos es cada paso y cada gesto que realiza su presidente o su familia. Los Obama no vaciarán los escaparates de las joyerías de Puerto Banús, como monarcas del petróleo, antes pueden sorprendernos con su almuerzo en una hamburguesería al estilo de su tierra, pero sí van a sembrar una semilla de luces sobre Marbella, con mayor valor que el oro en este mundo mediático si se sabe aprovechar por parte de instituciones e industria privada.
El buen paño en el arca ya no se vende. Algo tendrá Marbella, como dice la canción. De la amiga americana llega la oportunidad para la redención de una década en que se cambió el prestigio por las lentejuelas, y la calidad por el ladrillo. A corto plazo los beneficios especulativos llenaron algunos bolsillos, pero arruinaron durante mucho tiempo los de todos. Parece que España está de moda en Estados Unidos, nación con tamaño de continente y nivel de vida muy alto. En las calles españolas, desde hace algunos años, se ruedan con métodos y capitales Hollywood, películas de acción trepidante, como de mundo moderno; queda lejos el desierto de Almería, también por fortuna cada vez menos desierto. Los americanos adoran todo lo francés; España no es ya aquel terruño de «Bienvenido Mister Marshall» pero aún necesita un mayor encaje en los escenarios internacionales y necesita demostrar su modernidad y eficacia allí donde tiene que demostrarlo, en el país de la modernidad y la eficacia. La buena fama cuesta, como en aquella serie juvenil. La presencia de la Señora Obama por sí sola atrae los focos y la curiosidad de sus conciudadanos. Esperemos que además de las reuniones protocolarias disfrute de sus vacaciones y de todo lo bueno de España. Y Que luego lo cuente. Y que los demás vengan a verlo.