El Ayuntamiento socialista de Coín ha decidido erigirse en salvaguarda de la igualdad entre hombres y mujeres prohibiendo el uso del burka y el niqab en las instalaciones públicas de su municipio. Para demostrar que se trata de un acto de progresía, muy feminista, han sido las concejalas de igualdad y bienestar social las que han anunciado el contenido de la ordenanza que prevén que sea aprobada en el próximo pleno del 28 de junio.
Si prestas atención al argumento de la normativa hace un extraño quiebro, pues amaga con que se trata de una norma de seguridad pero remata aduciendo que lo que pretende regular son los principios que afectan directamente a la igualdad sexual.
Respecto al burka, supongo que se trata de una prohibición expresa a que David Delfín programe un desfile en su comarca, porque si no, no se entiende. No hay en Coín ninguna mujer, ni moderna, ni disfrazada que se haya puesto uno de esos vestidos calabozo para darse una vuelta por los olivos. Desde luego, yo estoy a favor de que prohíban ese tipo de atuendo que perjudica la salud, como los pantalones de pitillo ajustados que desde los años 80 sólo he visto seguir usando a una buena moza a las afueras de Alfarnatejo.
Pero, respecto al niqab, no lo entiendo.
Cuando la propuesta del equipo de gobierno del Partido Socialista hace su fundamentación en que el uso de este atuendo impide identificar a las personas que lo utilizan y que por motivos de seguridad han decidido prohibirlo, me resulta complicado imaginar que un pañuelo en la cabeza -en el caso del hiyab- pueda alterar tanto la fisonomía de una persona. Aunque será. Pero lo que un poquito más que roza la desigualdad de esta supuesta ley feminista y progre de igualdad desigual, a mi modesto entender, sería que específicamente sólo se prohibiera esta prenda islámica. No las gorras, ni los sombreros, ni las orejeras en diciembre.
Y la segunda vuelta, el requiebro de la normativa, aquella que señala que el uso del niqab trasgrede la igualdad de género, pues podría ser. Hilando fino es cierto que pocos hombres pueden estar dispuestos a usarlo mientras Miguel Bosé no se decida. Como las faldas. El uso de las faldas, en igual sentido, trasgrede la igualdad de género. Y los calzoncillos. Aunque yo, que no soy tan progre ni igualitario como el gobierno socialista de Coín, no me importa tanto que algunas prendas de ropa sean sexistas como que en un Estado democrático de derecho se prohíba a alguien vestir como le dé la gana. Seré un anticuado.
Que una mujer sea obligada a vestir de alguna manera es perverso. Tanto por parte del padre o marido musulmán o católico que obliga a la mujer a ponerse el niqab o alargarse la falda como por parte de un gobierno democrático que la castiga por usar determinada prenda. Yo y cualquier moro o cristiano de las fiestas valencianas, supongo, apoyaría medidas que impidiesen obligar a usar determinadas prendas. Pero al que obligue, no a quien decida ponérselo porque le dé la gana. Y esas ganas pueden tener que ver con la moda, el mal gusto o incluso con la religión. Y si un derecho fundamental de nuestro ordenamiento jurídico es la igualdad, otro, es la libertad religiosa. Totalmente compatibles. Y si los conectas, impedir a un musulmán usar una prenda de índole religiosa no sólo conculca su derecho a la libertad religiosa sino que también aquel derecho a la igualdad que recoge nuestra Constitución en el artículo 14 y que específicamente indica que somos iguales ante la ley sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón religiosa.