Por diversos motivos conozco bien aquella zona de la provincia malagueña donde sus habitantes siempre han sabido combinar ocio y quehaceres, cada uno en su proporción necesaria y conveniente. Cuando el forastero alude a su fama de negociantes, los lugareños siempre acudirán al dicho de que cuando Colón llegó a América encontró a un alhaurino vendiendo ajos. Por desgracia, en estos días el nombre de Alhaurín el Grande está siendo conocido en España a causa de una manada de descerebrados que se ensañó con una vaquilla moribunda durante un festejo. Nada más injusto que esta adscripción a la barbarie de un municipio que se caracteriza por el cuidado y orgullo con que conserva los bosques en su sierra, o por ese peculiar vínculo nunca perdido con las tareas agrícolas a pesar de que los ingresos mayoritarios ya procedan de la industria o del sector servicios.
Mientras miles de protestas han colapsado con llamadas y mensajes los teléfonos y correos del Ayuntamiento y otras instituciones que se suponían relacionadas con la organización del encierro, otra parte de los jóvenes alhaurinos, la enorme mayoría civilizada y educada, se ha apresurado a publicar un manifiesto de repulsa y condena de esos actos que a tanto espectador ha horrorizado, incluidos esos chicos y chicas del lugar que emplean su tiempo en la formación de bandas musicales y en otras muchas agrupaciones centradas en la cultura y el entretenimiento constructivo. En ellos al igual que en sus mayores reside la certeza de que no volveremos a lamentar un suceso tan triste como el que genera estas líneas. En aquellos bares me he divertido y con sus vecinos he tomado copas; conozco alhaurinos que ingresaron en escuelas de cine en Madrid, a pesar del difícil examen de selección que debe realizar cualquier aspirante; sé de otros que muy jóvenes no tuvieron miedo para irse a estudiar a Londres, o completaron su preparación de post-grado en otras universidades nacionales o extranjeras. En la gran mayoría de los hogares de Alhaurín se cultiva la ética del trabajo, y del éxito en la vida mediante el esfuerzo.
El Consistorio ha comunicado la supresión de ese tipo de espectáculos. La tradición no debe convertirse en el pasaporte de la irracionalidad y, habitantes del siglo XXI, deberíamos de reflexionar sobre la crueldad que se cobija bajo la excusa de la juerga según la realizaron nuestros abuelos por toda la Península Ibérica. Ahora sabemos que los animales sufren como los humanos, en cada acto con ellos la ciudadanía exige el máximo celo para que se evite el dolor innecesario. Carecen de sentido esas fiestas donde con la excusa de la reivindicación popular se arroja una cabra desde un campanario, se arranca la cabeza a una oca, se lanza un toro al mar mediante una gran dosis de pánico, o se prenden teas en los cuernos de algún bóvido a la carrera. En Alhaurín hemos visto el comportamiento de una muchedumbre con ganas de hacer daño; ni el alcohol ni la adolescencia explican por sí solos un ensañamiento con el débil que manchará de forma inmerecida el buen nombre de unas magníficas gentes.
Lo que ha ocurrido ha sido una auténtica salvajada. No entiendo como nadie hizo nada en el momento para detenerlo.
Su artículo expresa a la perfección el sentir de muchos españoles.
Nuestra cultura es demasiado rica y hermosa, como para quedar reducida a «maltrato animal», y lo que es peor, ser estos hechos los que nos representen en el exterior cuando es una minoría que por desgracia, hace mucho ruido.
Pero es que su crueldad es mucha. Por favor, no la toleremos.
No sé, señor Gaby, cuánto tiempo hace que no pasa usted por Alhaurín el Grande, pero: Los campos están atestados de casas sin ningún orden ni control, el paisaje es bastante desalentador (feo: dista ya mucho del paraíso que fue); y, no es que las construcciones y urbanizaciones hayan llegado al pie mismo de la montaña, es que están ya en la misma montaña (o sierra); y, ¿qué decir de los bares? Hace tiempo que dejé de visitarlos, porque, ya no eran lo mismo. Un cordial saludo y, pese a todo, vaya a dar una vuelta por allí, quizá usted lo vea, y sienta, distinto que yo.