El festival de Málaga más pobre que se recuerda llega al ecuador de esta, su decimotercera edición, con menos pena que gloria. No sé si ha sido una fórmula magistral o si el azar se ha puesto de nuestro lado, pero lo cierto es que en tan sólo dos años de andadura de la nueva dirección, se ha conseguido enderezar el rumbo desde aquel festibar famoso por sus fiestas hacia el que hoy tenemos, con menos glamour y más cine.
Fui yo el que -tan solo hace cuatro ediciones- vaticinaba que en el nuestro, nunca estrenarían película los grandes directores nacionales. Pues fíjense que en la programación de este año, Médem o Saura han arrebatado el sitio a los chocolates del loro que cada año nos imponía un comité de selección tan invisible como bochornoso.
Ya el año pasado se dio un paso adelante en este sentido. Y, a las pruebas, me remito. Entre las películas nominadas a los goya a la mejor dirección novel, se encontraban tres de las premiadas en la duodécima edición del festival malagueño: “Pagafantas”, de Borja Cobeaga, “La vergüenza”, de David Planell y “Tres días con la familia”, de Mar Coll. Ganó el goya, la simpática Mar Coll, ¿y saben quién había conseguido antes la biznaga de plata a la mejor dirección? Sí, Mar Coll.
Ahora, con la perspectiva de trece años de festival, me entristece que no fuera ese el camino desde el principio. Se han perdido once años y muchísimos millones de euros en levantar un coloso con pies de barro que cuando a punto estaba de desmoronarse, alguien ha sabido erguir para convertirlo en el festival de cine español que todos los amantes del séptimo arte deseábamos.
Las cosas han cambiado profundamente. Esto ya no es un cortijo. El vergonzoso presupuesto dedicado a emborrachar de felicidad a los actores de las series televisivas de Antena 3, se ha esfumado. Bendita crisis. El dinero que se gastaba en nuestro festival turístico de pandereta quintuplicaba el de sumar los cinco festivales de cine más importantes de nuestro país. De aquello, casi no queda nada, afortunadamente. Digo casi, porque algo sí, los chistes de la industria, por ejemplo, en los que cuando se quería indicar que una película era muy mala, se decía que ésa, no ganaba premios ni en el festival de Málaga. Ese sambenito perdurará hasta que dos o tres Mar Coll o David Planell ganen las próximas ediciones. Pero, sin duda, lo peor de aquellos once años de desatinos, no son los comentarios jocosos sino la inmensa deuda, que éste, ya sí, festival de cine español, arrastra. Una deuda que a punto ha estado de eliminarlo de nuestra necesitada agenda.
Este es un festival austero. Este es un festival de cine. Por fin, una pequeña nota cierra los telediarios de cualquier cadena nacional, mencionando tal o cuál estreno. Me llena de orgullo que en los informativos de televisión española se haya comentado del nuestro que es el festival más importante del cine español.
Ojalá que sirva de lección. Ojalá que nuestros prebostes culturales abran los ojos y les sirva de ejemplo. Ojalá que averigüen de una vez, que el talonario no sire para crecer, sino para mantenerse. Primero hay que crear una base, y después adornarla lo que se quiera. En un festival de cine, lo primero son las películas. Y después, toda la pandereta, el glamour o el despilfarro que se pueda.
Señor Gaby, el despilfarro no está justificado ni en primer lugar ni en segundo, y tampoco al principio ni al final de nada. Un cordial saludo, y gracias.