Qué paz. No hay escándalo en los pasillos de la confrontación política malagueña. Debe de ser que una intensa semana de actos populacheros ha quebrantado las fuerzas de los concejales y diputados locales más guerrilleros. Aunque no me fío. La última vez que comenté algo sobre la calma mundial fue un 10 de septiembre de infausto recuerdo. Pero no parece. Desde que nuestros representantes, unos y otros, se echaron en cara los enchufados y otros cargos de confianza, parece que no quieran saber nada de pedruscos propios ni tejados ajenos. Lástima de crisis porque solía ser habitual en otras lagunas de bonanza calma parecidas a esta que nuestros gobernantes locales se pusieran a pensar en sus mausoleos y demás obras faraónicas. Cuando se aburrían solían proyectar su gota de posteridad sobre el cauce del río, ya fuera con bóvedas, puentes, cascadas o subterráneos. Se hacían planes de algún plan y se planeaba y planificaba para, definitivamente, devolvernos el tranvía, empaquetar el puerto, peatonalizar el mar o regalarnos seis o siete circunvalaciones. Qué pena, ya no hay dinero ni para imaginarse tonterías. O casi. Porque IU ha señalado como un disparate una de esas obras pendientes -quiero pensar que muy pendiente-, de nuestro Ayuntamiento, la del funicular a Gibralfaro.
El portavoz de la formación en el Ayuntamiento de Málaga, Pedro Moreno Brenes, criticó ayer al alcalde –aún le quedan fuerzas, ventajas de un señor de izquierdas en Semana Santa- por plantear proyectos que, finalmente, “quedan en el aire”. El juego de palabras no solo hacía referencia al teleférico, sino también al puente sobre el litoral, inviables desde el punto de vista económico y medioambiental en su opinión –y en la de cualquier otro malagueño poco imaginativo. Tristemente, mi caso-. Se queja el buen hombre de que el Ayuntamiento se haya gastado 166.000 euros en el diseño de un funicular que, afortunadamente, tiene pocas posibilidades de ser llevado a cabo. Yo también me quejo, pero no sólo por el despilfarro municipal, sino por no haberme dado cuenta antes de que debería de haberme dedicado a diseñar funiculares.
En realidad, a falta de dinero, lo que se suele hacer es entretenerte con obras menores. Esas de ensanche y tirar tres barandillas en algún lugar emblemático de la ciudad con capacidad para crear polémica. Crear polémica es bueno en política porque posiciona a los conformistas. Los saca del letargo y estadísticamente crea una mitad de adeptos y otra de críticos. Lo que ocurre es que en todos los órdenes de la vida, ser adepto es más cómodo que ser crítico, con lo que a la larga, has crecido en adeptos y los demás, cansados, regresan al conformismo; matemática pura.
Esta obrita emblemática menor de la que se hablará hasta que haya dinero, será la que se proyecta hacer en la Plaza de la Merced. Va para largo. Habrá que menear la cuchara hasta que se sepa qué hacer con los edificios de los viejos cines que Unicaja no ha querido comerse sin patatas. Cuánto equipamiento cultural y qué pocos equipos culturales. Dice el alcalde que el proyecto que prepara la Gerencia de Urbanismo «mantendrá el carácter decimonónico de la plaza», lo que es lo mismo que decir que no lo mantendrá, o que quedará muy clásica o muy vanguardista o no decir nada. Se hará algo, tras muchos planes de planes y remodelación de planificaciones. Probablemente se gasten más en el proyecto que en la obra. Pero poquito y largo, que no hay dinero.