Soy de los pocos malagueños a los que no les gustan las dramatizaciones de Semana Santa. Por supuesto que no estoy en contra de que se produzca, faltaría más, pues no dudo de que forma parte de la memoria cotidiana de cada uno de nosotros. Es más, me encantaría formar parte de los miles de adeptos que la disfrutan. Pero, qué le voy a hacer, soy rarito.
A mí, todo lo que sea fervor por lo tradicional, me produce paradojas emocionales. De un lado, lo contemplo como un bien cultural necesario pero por otro, me da mucho miedo.
En el caso de la Semana Santa, más. Yo creo que me produjo un trauma infantil del que aún no me he repuesto y debe de ser por eso que así me he quedado, entre lelo y aturdido, supongo que ya para siempre. El ruido, los encapuchados, el olor a incienso, los militares desfilando, las flores, los mantos y sobre todo, las figuras tan dolorosas que portan los dueños de la Semana Santa, me siguen produciendo escalofríos, cuando no pesadillas. Y yo era de los que deseaban que llegara la fecha de sentarme en una silla en calle Larios para ver los jueves desfilar a la Legión. Iba toda la familia menos mi padre y entonces no sabía por qué. Yo cantaba lo del novio de la muerte hasta que coloqué en la pared de mi cuarto un retrato pop del Che Guevara. Ni sabía que era pop, ni sabía que era el Che, al principio, pero enseguida nos hicimos amigos.
En aquellos tiempos de procesiones era católico. Ahora no, ahora soy un agnóstico católico, la situación ideal, pues es la única que permite cierta mano ancha en todos estos asuntos religiosos para no despotricar contra las veleidades de un estado laico de derecho y bienestar donde el ruido podría considerarse durante estos días como un cruel atentado. Hacerse el sueco, vaya.
Porque, aunque no lo parezca, el trasfondo de la Semana Santa es religioso, de verdad.
La gente llora y ríe de emoción con la única causa común de no dejarte cruzar la calle y uno, que es educado, no suele hacerlo más que por los pasos habilitados al efecto a no ser que lo empujen. Lo que ocurre es que se nota. Cuando alguien tiene prisa, desesperación en mi caso, por huir de la manifestación cultural en la que se ha metido por no haber otro camino que lo lleve a su cita, se le debe de encender un pilotito en la frente, porque percibe cómo los piadosos se cuadran y aprietan los codos a su paso, como haciendo una ola en un campo de fútbol.
Y puestos a criticar, porque se me ha debido de ver el plumero por más que haya intentado echarle flores a mi civismo, este año se ha producido una novedad ventajosa para los que gustamos de quejarnos aunque sea –o especialmente- de la Semana Santa: se han llevado los contenedores de basura. Qué bien, ya tengo excusa.
He decidido solidarizarme con la Semana Santa porque le gusta a mucha gente que quiero, por las bondades turísticas, por la tradición, porque añade un par de festivos al calendario y porque en el fondo, disimulo cierta corrección política. Pero –jeje-, el miedo que me producen los penitentes es nimio comparado con el que me supone imaginar en lo que puede convertirse el centro a partir de esta madrugada a poco que los empleados del servicio de basuras no actúen de macgyvers. Alguien en el Ayuntamiento ha decidido dar de baja a los contenedores de basura del centro durante la Semana Santa sin avisar ni a hosteleros ni a residentes y cada uno la está dejando donde puede.
Así que a rezar, que toca.
Seré muy breve, no te quedes con el Folclore/traición/teatro, como quieras llamarle. Busca detrás a Aquel que por amor a tí, entregó su vida ¿Hay algo más grande???????????????
Es la primera vez que escribo, y a propósito : soy argentina, conoces al CHE, o te dejas llevar por el Folclore también…Te seguiré desde ahora, pues has demostrado coraje…ya que para los españoles, los cofrades, son muy celosos…..hasta pronto