Desde que se inició el nuevo año, cuando pongo la tele, intento –sin conseguirlo- no moverme de televisión española para esquivar los anuncios. No se debe a que me cansen las ideas de los creativos de la publicidad española, ni mucho menos, pues yo he sido de esa clase de gente rara que solía disfrutar más de esos pequeños cortes publicitarios que de la propia programación de las distintas cadenas. Pero mi cambio de rumbo lo ha motivado un anuncio que una empresa cervecera holandesa a la que representa un señor orondo vestido de jotero y que lleva puesto un sombrero tirolés ha hecho sobre algo que me atañe emocionalmente.
Esta empresa lanzó durante las pasadas navidades una campaña televisiva promocionando su producto con el lema “hecha de Andalucía” que me conmovía tanto, que tuve que tomar la decisión de intentar evitarla por temor a que me produjera alguna desavenencia con mi aún calladito colesterol. Es tan bueno, tan “sentío”, que a partir del segundo o tercer visionado, algo muy hondo caló de mi andalucismo que me impelía a correr al mando a cambiar de canal para no echarme a llorar, por cierto, algo que no me ocurría con la tele desde que Marco se encontró con su madre a dos kilómetros de mi infancia. El vello como escarpias.
El anuncio en cuestión tiene una banda sonora muy andaluza de champions al que presta su voz un señor que, como hacía algún político de imborrable recuerdo, debe de hablar el andaluz con sus amigos, en la intimidad. Y creo que es precisamente este asunto, el del habla, el que más me ha llegado al corazón. Cuando afirman los publicistas que “el andaluz no es un acento, es un castellano entre amigos” me entra algo por el cuerpo que yo identifico con ese duende que algunos dicen que tenemos los de la tierra y que me lleva a un estado de excitación tal, casi lisérgico, que desconocía de mí mismo, hasta el punto de encontrarme en una ocasión con el televisor en brazos, a punto de tirarlo por la ventana mientras me hacía un “zapateao”. Es que es bonito, leñe. Y qué bien lo han descrito todo. El andaluz no es ni habla, ni lengua, ni “ná”; es un castellano entre amigos del que no debemos de avergonzarnos demasiado. Gracias, cerveza rubia hecha de mis sentimientos, de mi Andalucía, por el consuelo a mi ignorancia mal hablada.
Pero el cúmulo de emociones no concluye en el acento por el que soy perdonado por gracioso ante mis amigos castellanos, no. Además, el anuncio define tan bien todos los tópicos que tanto nos enorgullecen a los andaluces, que les ha quedado sembrado. Somos exagerados, juerguistas, flamencos, toreros y nos encantan las bombillas de colores. ¡Y hasta tenemos ingleses en Gibraltar! Qué buen gusto. Una imagen de Alfredo Landa persiguiendo suecas en las playas de Torremolinos no les podría haber quedado mejor para definirnos con tal exactitud y derroche de imaginación.
“En Andalucía no nos dan miedo los cuernos, los toreamos”, es otra de las magníficas sentencias del spot, que debería de ser, a mi modesto entender, el eslogan para toda la vida de cualquier campaña turística andaluza. ¿Puede alguien encontrar una frase que nos aglutine mejor a todos los andaluces? Yo no.
Tenemos mar, campo, nieve, desierto y tal sentimiento servil construido a lo largo de los siglos que a la mayoría nos ha gustado que nos digan lo majos y lo conformistas que somos. Pobres pero chistosos. Ay, me da un no se qué de orgullo.
Que no me muevo de la primera.