Ha acabado un año que nos ha dejado helados. Ojalá que sea recordado como el de la crisis, pues significaría que los vaticinios de recuperación que pregonan los más optimistas han sido acertados. Uno ya no se fía. Sobre todo cuando las predicciones científicas auguran que se avecina la ola de frío más dura de la última década, esta que nos dejan los Reyes Magos con un descenso estimado de las temperaturas de diez grados para mañana. Pero que haga frío en la calle no es tan grave como que lo haga en nuestros hogares. Ese frío sí que cala hasta los huesos de no sólo los 200.000 malagueños inscritos en las oficinas del paro, también de al menos otro tanto que intentan no pensar hoy en su inestable situación laboral para no estropearles el día a los más pequeños de la casa.
Hoy nos toca el roscón. Ese que de buena gana le dedicamos a los culpables invisibles que montaron esta pirámide con pies de barro del entramado financiero y sus paquetes tóxicos de libre mercado. Ese icono intangible al que poder achacar todos los males de la crisis y al que ponemos la cara de algún político cercano porque a pesar de votarle, no ha hecho milagros.
Milagreros no. Poco se puede hacer contra la crisis desde un cargo público de esta pequeña ciudad de muy al sur de Europa. Muy poco o nada contra el paro. Ahora bien, tal y como están las cosas, que no se les pueda exigir que nos devuelvan al estado de bienestar que nos creímos merecer hace dos años, no quiere decir que no se les deba consentir que continúen con sus dispendios inmorales en cuanto a los sueldos de directores generales, gerentes y demás cargos de confianza, o que contraten obras o servicios a amiguetes o familiares sin que medie concurso público. En estos tiempos tan gélidos que nos ha tocado vivir, ya no sólo hay que ser honesto y parecerlo, sino además, demostrarlo.
Pero el estado de necesidad no sólo nos lleva a buscar culpables de nuestros males entre la clase política y sus cargos. Supongo que cualquier buena persona que trabaje en un banco, en una constructora, en alguna gerencia de urbanismo o, simplemente sea inmigrante, les habrá pedido a sus Reyes Magos un poco de autoestima y otra cabeza para cambiarse la suya, de turco, que soporta a duras penas.
Los meteorólogos nos alertan de esta ola inminente que nos llega de Groenlandia el mismo día en que podemos leer en la prensa varias buenas noticias muy deprimentes. Por ejemplo, que el tráfico cae en Málaga a niveles inferiores a los de hace un lustro o que el precio de la vivienda bajará este año de nuevo tras el descenso del 5% en el 2009. Que frío da esta ola de frío.
Las autoridades nos aconsejan que no salgamos de viaje. Quién pudiera. Para mañana se anuncian mínimas poco usuales en nuestra ciudad, de apenas tres grados centígrados. Desgraciadamente, muchos malagueños -doscientos mil-, podrán quedarse frente a una estufa en su casa si quieren. No tendrán derecho a irse a trabajar. Aunque la mayoría, supongo, preferirán buscar el calor en la calle con su currículo bajo el brazo.