Ayer comenzó mi Navidad, como cada año. Mi ceremonia inaugural se inicia cada 22 de diciembre con el maldito sorteo. La jornada de reflexión de hoy, suelo dedicarla a repasar una y otra vez la pedrea en cada uno de los diarios que maltrato en los bares, sin encontrar ninguno que me entienda. Nada. Ni las migajas. Algún reintegro, eso sí, de la más pequeña participación en aquella cafetería en la que tuve que entrar para desahogar la urgencia de mis necesidades fisiológicas menores. Qué hacía yo por ahí, en ese barrio, me pregunto yo también, con la conciencia intranquila de prever que no volveré para recuperar mis dos euros antes de que se me acabe el plazo. Sí, mi Navidad empieza siempre con ira e indignación de ombligo susurrando algún villancico del que solo conozco la letra del estribillo.
Este año, como el anterior, había optado por apuntarme directamente al reintegro que supone no comprar ningún boleto de lotería. Saltarme ese impuesto de los pobres a los que los más listos califican como impuesto de los más tontos. Pero es que en mi interior, algo subyace que me impele a considerarme el ser más importante de mi vida. Y si al ser más importante de mi vida no le toca, a quién le va a tocar la lotería. Caí en la tentación de los débiles cuando creí descifrar en aquella administración un mensaje divino. Aquel número que me miraba era la fecha de mi primer beso con lengua, aunque al revés y menos uno. Estaba clarísimo que me iba a tocar. Como el del año pasado, que era la matrícula del coche del vecino de un amigo de mi hermana. Tan enrevesado que estaba que lo descubriera y tan sencillito que fue que no me tocase, ni de lejos.
Pero lo que más rabia me da es que si me hubiese encontrado el número que ha tocado, me lo hubiera comprado. 78.294, claro. Dividido entre dos resultaría la edad de mi novia, 39, la de mi sobrino, 14, y la de mi perrita, 7. Yo creo que estoy cerca, lo que pasa es que no consigo encontrar el divisor apropiado. En este caso habría sido el 2, porque esa es la cantidad de dedos gordos que tengo en mis pies. Ahora lo veo preclaro: gordos por el gordo y pies porque no conduzco, aunque sí bebo en las fiestas de guardar.
Aunque mal de muchos, ya se sabe. En nuestra provincia le han tocado 5.000 euros a cincuenta personas. A 10 en Málaga y otros tantos en Marbella por el 49.271 -49 serán los años que tendré dentro de 8, 27, los que tenía mi hermana cuando tampoco le tocó el gordo en el 2001 y el 1 por mi única nariz, que huele todos los premios aunque yo no sepa entenderla- y a otros treinta en Villanueva del Trabuco por el 43.802 –las veces que me he equivocado durante el pasado año-. Solamente cincuenta afortunados y la pedrea. Qué bien le vendrán los 5.000 euros a los ricos que les haya tocado. Un extra navideño por jóvenes y guapos. A los pobres, más que alegría será un desahogo, que nunca viene mal. Tapando un quinto de sus deudas, tal vez les quede para un jamón sin pata negra.
Por esta vez y no recuerdo ya cuántas, qué infortunio el malagueño. Qué penita me doy. Menos mal que para mañana se nos olvida. Será Nochebuena.