Café de Chinitas

8 Dic

No será éste el mejor año para la industria turística malagueña. Los datos señalan un descenso en los diez primeros meses de casi seiscientos mil visitantes respecto al 2008. Sin embargo, el vértigo de los datos debería de atenuarse en cuanto se tuviera en cuenta la crisis mundial que padecemos y, sobre todo, que el curso anterior fue históricamente el mejor a este respecto. Así las cosas, la curva negativa se ha situado a niveles de 2007, con lo que no ha llegado aún el momento de echarse las manos a la cabeza. Lo preocupante sería encomendarse a los caprichos de la fortuna o excusarse en los imponderables de la crisis para aplacar el desánimo sin tomar medidas que no pasasen por ponerle unas velitas a la Virgen del Carmen, pero no parece el caso. Lo mejor de este aviso de los números es que se aproveche la coyuntura para mejorarnos, a la espera de que los vericuetos económicos nos devuelvan al estado de bienestar que nos saque tanto miedo del cuerpo. Y eso parece que sí –me persigno-, que está ocurriendo, con un plan de nombre horroroso –Qualifica- que aboga por modernizar las maduras –viejas- instalaciones turísticas landistas. Además, el Consejero de Turismo de la Junta, Luciano Alonso, considera fundamental aumentar la oferta de ocio y de tanto empeño que pone en cada una de las manifestaciones públicas que viene realizando en los últimos tiempos, va a acabar convenciéndonos de que su idea de que es necesario implantar el flamenco en la oferta turística tiene razón y sentido. Ojalá.

El año pasado visité la ciudad de Buenos Aires por razones laborales íntimamente relacionadas con el tango. Allí descubrí, para mi sorpresa, el hecho paradójico de que a los porteños de mediana edad, la música que los identifica mundialmente no les interesaba lo más mínimo. La consideraban una atracción turística necesaria para su economía pero ni lo escuchaban, ni lo bailaban, ni lo apreciaban en su inmensa mayoría. Sin embargo, nadie cuestionaba la grandeza de Gardel. No era el tango sino Gardel quien los identificaba. En cada tanguería, en las confiterías, en cualquier lugar relacionado con el tango, lo que se podía ver era una placa en la que se explicaba que un día había estado allí, puede que comiendo macarrones.

Supongo que a nosotros, los malagueños, lo que nos falta es ese icono incuestionable al que endiosar para que el flamenco, aunque no nos interese lo más mínimo, ni lo escuchemos, ni lo bailemos, nos lleve a asumirlo como propio o a considerarlo al menos, como una factible fuente de ingresos turísticos. Ese adalid que incluso a los que se tapan los oídos y salen corriendo cuando oyen un “quejío”, les hiciera sentirse orgulloso del terruño compartido.

Pues bien, yo creo que sí existe. A los flamencos y a los no flamencos oír hablar del “café de chinitas” les llena de orgullo. Esos mismos que se tapan los oídos y que jamás han leído un poema de Lorca, Prados o Altolaguirre, si hay que hablar de un tablao –o de un café cantante-, defenderán como el mejor del mundo ese nuestro mitológico. Incluso a los que no soporten el flamenco hasta la tumba, reivindicarían como propia, esa sí que sí, su historia. ¿A alguien le importaría un café de chinitas falso haciéndose pasar por el verdadero en la misma ubicación o con parecidos decorados? Una plaquita con aquí estuvo ubicado el viejo café de chinitas en el interior de un local con afanes flamencos y todos en devota peregrinación a consagrarlo, ¿o no?

 

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