He leído que a la Iglesia española no le gusta la fiesta de Halloween. O por lo menos al obispo de Sigüenza-Guadalajara. Y me he puesto muy contento de –por fin- compartir el gusto en algo con la institución más bendita que conozco. A uno, que la fe le dio calabazas en cuanto dejó de creer en los Reyes Magos, que sean precisamente calabazas las que le devuelvan al buen camino del buen cristiano, sinceramente, le llena de buenos propósitos y mejores expectativas. Poquito a poco, quizá retome el camino y me convierta en virtuoso, si no de la fe o de la caridad, por lo menos de la esperanza.
Tampoco me gusta el carnaval, yo creía que por soso, pero ahora pienso que pueda ser que mis estudios de adolescencia en un colegio religioso me hayan servido para algo. No bailo, no entiendo los chistes ni sé contarlos, me aburro en Nochevieja y me dan miedo las hogueras en San Juan, yo pensaba que por raro, pero ahora me veo iluminado por el buen gusto cristiano que me separa del afecto a esos festejos tan paganos. Es más, algunos no es que no me gusten, sino que me molestan. Las dos celebraciones más paganas que conozco, la feria y la semana santa malagueña, las considero insoportables. En cuanto a mis efusividades festivas, debo de ser el prototipo de fiel que busca el obispo Don José Sánchez.
En cuanto a Halloween, la primera vez que oí mencionarlo, creí que me hablaban del enano saltarín de un cuento. Después de dos o tres pelis, me enteré de lo que sé ahora sobre la fiesta, o sea, nada. Porque Halloween en Málaga es todavía muy joven. Por eso será que todas las tiendas modernas se disfrazan. Yo creo que los comerciantes aún no se han dado cuenta de que no les supone ningún ingreso extra y por eso debe de ser que siguen adornando sus escaparates de una forma especial. En realidad, esa noche esperpéntica sólo sirve para que los bares nocturnos hagan fiesta con telarañas y los camareros se maquillen de fantasma. Creo que ya está. Nadie se regala nada, nadie se felicita, simplemente es una conmemoración anglosajona que aquí no entendemos pero, será la globalización, nos motiva para llenarlo todo con calabazas de plástico. Un verdadero timo.
Pero el obispo de Sigüenza-Guadalajara no lo ve como una moda absurda. Este señor ha alertado del riesgo de que hábitos paganos como la fiesta de Halloween prevalezcan hasta hacer desaparecer costumbres cristianas tan “arraigadas y beneficiosas” como son la devoción a los santos y el recuerdo a los difuntos. Dice que Halloween “no es una fiesta inocente”, porque “tiene un trasfondo de ocultismo y de anticristianismo”.
Yo lo que no entiendo es que a la iglesia le preocupe el trasfondo de una celebración cuyas consecuencias puedan ser que unos niños se disfracen de bruja o de vampiro y pidan caramelos. ¿Dónde pierde este cuento chino americano su inocencia? ¿Qué ocultismo y anticristianismo puede haber en algún trasfondo de una fiesta tan superficial?
Supongo que lo que la Iglesia –o uno de sus obispos- pretende conseguir con tales afirmaciones es darnos más miedo con Halloween del que cualquier Halloween podría producirnos por más que se esforzara. Será su manera de apuntarse a la fiesta. Pero relacionar esta celebración intrascendente con la mengua de la devoción a sus santos o el recuerdo de nuestros difuntos, más que un timo, como Halloween, me parece un truco irreverente.