En el 11 de la calle Nosquera se ha producido un hecho insólito para el devenir de nuestra ciudad. Esto es, que se hayan juntado más de tres malagueños con pretensiones de ofrecer alternativas culturales al margen de las instituciones y no se hayan aburrido o arruinado en el intento.
He de reconocer la poca fe que mis prejuicios burgueses le pusieron al asunto cuando me enteré de que el edificio había sido ocupado, presuntamente por unos chalados, peludos, anti sistema, ecologistas y vegetarianos sin dos dedos de frente. Acogerse al derecho natural para cometer un acto ilícito, como es la ocupación, dejó de ser una premisa permisible en mi conciencia acomodada desde hace más años de los que quisiera, aquel día en que quité el póster del Che Guevara de mi cuarto.
Y el tiempo ha ido pasando y me quitó la razón, agradablemente. Uno se siente más joven cuando fracasan sus postulados más conservadores y el único hecho irrebatible sobre la casa invisible a día de hoy, es que, al menos en su aspecto cultural y de ocio, ha funcionado muy bien.
No creo que este éxito invisible pueda verse con buenos ojos en las administraciones. En ninguna. Que unos jovenzuelos sin sueldo sean capaces de alentar el sustrato cultural de una ciudad que parecía dormida, sin subvenciones, deja en mal lugar a los altos cargos de la gestión cultural malagueña que solo entienden la cultura a base de talonario.
Yo voy poco a la Invisible porque me he acostumbrado a la función por canapé. Asisto a saraos, exposiciones y demás presentaciones de la cultura institucional según imagine el catering, descartando las que no creo que ofrezcan copa. Me llegan invitaciones por correo muy bien diseñadas en las que el alcalde o el presidente de la diputación me invitan muy gentilmente a acudir a esas ceremonias caras que tanto más me agradan cuanto más se parezcan a una boda. Pero ahora pienso, que sólo con el dinero de la cartulina bien diseñada de uno de esos actos, en la invisible le pagan el viaje a Luis García Montero, por ejemplo.
Si bien voy poco a la casa de calle Nosquera, no es menos cierto que sí la uso. Cuando necesito un plató para un rodaje de interiores, voy allí a rodar. Sin papeleos, sin permisos por escrito, sin burocracia. Te abren la puerta con una sonrisa y te intentan –y consiguen- agradar. Lógico, claro. No tienen la titularidad del edificio, pensarán muchos. Sin embargo, ese mismo acto, tan sencillo, demuestra también que lo que se mueve en aquel lugar, nada tiene que ver con un colectivo encerrado en sí mismo. Lo mejor de la Casa Invisible es que tiene las puertas realmente abiertas a cualquier propuesta ciudadana.
Ahora, se debate con el desalojo. Absurdo. No puede haber nadie tan torpe, ni en el Ayuntamiento de Málaga. Lo que está claro es que la situación ilegal no puede persistir, pero las partes están condenadas a entenderse. Con el supuesto apoyo de la Junta y la Diputación, que algún día ha de concretarse con alguna firma, digo yo, sólo quedará que el Ayuntamiento llegue a un acuerdo satisfactorio que permita que las actividades culturales continúen realizándose como hasta ahora. Lo que se tarde, dependerá del jugo que los partidos quieran sacarle de cara a las municipales.