En estos días en que la excavación de la fosa donde yacen los restos del poeta Federico García Lorca da tanto alimento a informativos y titulares de prensa, me alivia pensar que al frente de las negociaciones haya una persona con capacidad para escuchar, como parece serlo la consejera de Justicia, Begoña Álvarez Civantos, porque los procesos de recuperación de la memoria histórica a menudo se asemejan a la tarea de desenmarañar alambradas de espinas: las heridas son inevitables.
En el caso de la exhumación de Lorca hay posturas encontradas, y yo, que soy poco dado a ver en blanco y negro, diría que todos tienen algo de razón y, en todo caso, que la exposición de los motivos de cada cual llevaría más tiempo y tendría más matices que el ‘minuto y resultado’ que impone la vertiginosa realidad mediática. Pero al final lo que queda es que el hispanista Ian Gibson, que ha dedicado buena parte de su vida a investigar la figura de Lorca, ha amenazado con devolver la Medalla de Andalucía si los restos no se recuperan, y que la familia amenaza con no facilitar la identificación cediendo el ADN que comparte con el poeta si no se le garantiza que después los huesos se van a devolver a los Barrancos de Víznar, junto con los de casi 2.700 granadinos más que perdieron la vida en esos parajes.
Hace unos días escuché en la radio a uno de esos opinadores profesionales que abanderan la progresía proclamar, con la vehemencia que caracteriza a los tertulianos de éxito, que Lorca es patrimonio universal, y que la familia no tiene ningún derecho a privarnos a todos de comprobar, científicamente y de una vez por todas, cómo acabó sus días. Es cierto que todavía quedan maledicentes; personas a las que la simple mención de las palabras memoria histórica les provoca sarpullidos, pero sus opiniones a mí no me merecen ningún crédito. A estas alturas podemos no saber con certeza las coordenadas de la ubicación de los huesos de Lorca, pero que fue asesinado por sus ideas en la Guerra Civil parece un hecho más que contrastado.
Lo que no comparto es la afirmación de que Lorca sea patrimonio universal. Su obra literaria lo es. El destino de sus huesos, según la Ley, es en cambio patrimonio de su familia, tanto si nos gusta como si no.
La familia dice que en la fosa donde se cree que está enterrado Lorca hay como mínimo tres personas más, de las cuales sólo una va a ser exhumada por expreso deseo de sus parientes. De los otros dos cadáveres, hay uno que no tiene quien lo reclame y otro cuya familia comparte el parecer de los Lorca. El destino de quienes no sean reclamados por nadie es ir a parar a otra fosa común, en este caso en el cementerio municipal de Alfacar, o permanecer bajo tierra a la espera de que alguien los busque. La familia Lorca plantea que el paraje donde se va a excavar sea clasificado como cementerio y lugar de memoria. La propuesta tiene sus trabas legales y encontrará opositores, pero a mí me gusta. Podríamos honrar los restos de Lorca en cualquier otro lugar, pero permaneciendo donde está, las generaciones futuras no llegarán a olvidar que el poeta, como cientos de miles de españoles, muchos de los cuales siguen enterrados en cunetas y barrancos, fue víctima del odio de una Guerra Civil que no queremos que se repita. Cobra sentido la frase que reza en la lápida de piedra que señala el lugar de su sepultura: Lorca somos todos.