La niña de la trenza

27 Sep

Mi amiga Lola Alcántara me envía el testimonio conmovedor de Noor Ammar Lamarty, activista jurídica y feminista magrebí, especializada en Derecho Internacional Público y Derecho Penal Internacional con perspectiva feminista. Es conferenciante y divulgadora sobre desarrollo y derechos de las mujeres en la zona MENA. La zona MENA (o región MENA) se refiere al Medio Oriente y al Norte de África, un acrónimo en inglés para «Middle East and North Africa». Es una vasta área geográfica que se extiende desde Marruecos en el noroeste de África hasta Irán en el suroeste de Asia, e incluye 22 países. Esta región es importante por su gran población, reservas mundiales de petróleo y gas, y por su relevancia histórica y estratégica. 

El relato de Noor Ammar es conmovedor porque pone el foco en un pequeño y a primera vista insignificante detalle. En medio  de un desastre de características apocalípticas en el que reina la muerte, la destrucción, el hambre, la miseria, la desolación, el terror, el caos y el miedo, Noor pone su mirada, su pensamiento y su corazón en la trenza de una niña. Y es que una niña perdida en un caos infernal es el símbolo más claro del horror.

Cuenta Noor que en la franja de Gaza, en pleno genocidio (qué sensibilidad lingüística la de nuestra derecha que no encuentra justificación semántica para definir lo que está sucediendo en Gaza) se encuentra a una niña que busca agua con otros niños debajo de un camión. Una niña que, en un abrir y cerrar de ojos, puede saltar por los aires reventada por una bomba o quedar tendida en la calle destruida  por el hambre y la sed.  Noor se fija en un hecho minúsculo: la niña lleva en su cabeza una trenza hecha con una delicadeza extrema y una admirable perfección.

Voy a

 Transcribo sus palabras literalmente  porque están cargadas de una sensibilidad, de una fuerza y de una belleza estremecedoras. Nadie podría expresarlo mejor:

“Ayer vi una trenza. Era la trenza de una niña. No de cualquier niña. Una niña que vive el exterminio de su pueblo. Una niña en mitad de un genocidio. Llevaba una de esas trenzas que una no puede hacerse a sí misma. Se inclinaba debajo de un camión donde otros niños buscaban agua como ella. Su trenza impoluta  era, lo sé,  una trenza que solo pude hacerte bien una madre, una abuela, una tía, una hermana. Una de esas que requieren paciencia, dedos atentos, alguien que se detenga. Recordé cuando de niña adoraba que mi madre me peinara como yo quería, aunque a veces lo sufriera. Y pensé en lo que cuesta una trenza cuando no hay casi nada. Cuando escasea el agua, la comida, el tiempo, cuando la infancia se esfuma, cuando la muerte ronda tan cerca que el cuidado parece un lujo imposible. Esa trenza era un acto de amor, es un acto de amor,  un acto revolucionario. Una madre en un rincón del mundo eligió traer al presente belleza y dignidad, aun con hambre, con miseria, con dolor, con desplazamiento. Un gesto minúsculo y radical. Alguien decidió que el pelo de esa niña merecía cuidado, que incluso en medio del genocidio su cuerpo merecía respeto.  Que a veces el mundo no se rompe solo con bombas, se rompe cuando creemos que los cuerpos amenazados  no sueñan, no se peinan, no juegan, no cantan. Pero esa trenza dice lo contrario, dice: aun somos aunque no quieran vernos, aunque nos quieran borrar, aquí seguimos, dice que nuestros cuerpos importan aunque ustedes los desprecien. Resistir no es solo sobrevivir, a veces resistir es hacer una trenza en mitad del dolor. Es armarse de valor para seguir cuidando lo que amamos, aunque el mundo se esté deshaciendo”. 

Las palabras de Noor me han hecho pensar en los niños y en las niñas dentro de las guerras. Niños y niñas a  los que se les roba la infancia, a los que se les roba la vida,   a los que se les roba el presente y el futuro. También destruye a los que sobreviven, porque esa tragedia que han vivido les acompañará hasta la muerte.

Cuesta pensar que hay seis mil camiones con ayuda humanitaria que están detenidos mientras mueren de hambre niños y niñas a los que se masacra sin piedad. No sé en nombre de qué dios o de qué causa, o de qué cruel venganza se está llevando a cabo este genocidio.

La franja de Gaza se ha convertido en un  campo de exterminio a cielo abierto. Se puede huir hacia el sur cuando Israel amenaza con bombardear el norte y se puede caminar hacia el norte cuando los genocidas anuncian  que van  a bombardear el sur. Pero nadie puede salir de allí.  Gaza es un inmenso campo de concentración. Un campo de concentración que, como dice la antropóloga argentina Rita Segato, a diferencia de los campos de exterminio nazi, televisa sin pudor a todo el mundo la miseria de una masacre. Y los genocidas le dicen al mundo entero que  alcanzarán el objetivo de llegar hasta el fin.

¿Qué pasa por la mente de los niños y de las niñas al contemplar tanto horror? ¿Cómo impactan en su psicología las imágenes de la destrucción, los ruidos de las bombas, los olores de la podredumbre, las lágrimas de los adultos? De un plumazo (de un bombazo)  se les arrebatan todos los derechos. Los derechos del niño y de la niña, establecidos en la Convención sobre los Derechos del Niño y de la Niña de la ONU, deberían garantizar su dignidad y desarrollo integral, incluyendo el derecho a la vida, al desarrollo, a la salud, a la educación, a la identidad, a vivir en familia y en condiciones de bienestar, y a no ser discriminados. Los Estados deberían asegurar estos derechos, y la sociedad y los adultos tendrían que ser  garantes y protectores de los mismos. ¿Cómo pueden dormir cada día  los miembros del gobierno que preside el señor Netanyahu?¿Cómo pueden dormir los integrantes de los gobiernos del mundo? Y nosotros y nosotras, adultos que vivimos en democracia, ¿cómo podemos  permanecer impasibles ante este atropello?

Todas las guerras tienen en los niños y en las niñas las víctimas preferidas. Recuerdo haber leído en el libro de mis queridos amigos José Antonio Marina y María de la Válgoma titulado “La lucha por la dignidad” que en la guerra de Camboya los soldados se entretenían en cortar la mano derecha a todos los niños. Una niña, de siete años si mal no recuerdo, cuando le llega el turno, le pide al soldado que le corte la mano izquierda porque acaba de aprender a escribir. La respuesta del soldado a su petición es cortarle ambas manos. ¿Qué nos sucede a los seres humanos en la guerra? ¿Qué nos pasa que nos pudre el corazón? Ni las fieras más crueles son capaces de tener comportamientos tan miserables.

 ¿Por qué vemos el exterminio de los niños y de las niñas sin inmutarnos? ¿Qué hace la ONU? ¿Qué hace la Corte Suprema de Justicia? ¿Qué hace Europa ante el genocidio? Mirar para otro lado. Hoy mismo le he oído decir al señor José Borrell que Europa ha perdido el alma en el exterminio de Gaza, que ha perdido todos los valores metiéndolos en el saco de la indiferencia.

 Hay que hacer algo para proteger a la niña de la trenza, para salvar a la mamá que puso su tiempo y su amor con el fin de que su hija saliera de la casa a buscar agua debajo del camión luciendo su hermosa trenza, para detener a los asesinos que están inmovilizando los camiones con la ayuda humanitaria y sembrando de muerte, de hambre y de horror  la franja de Gaza. Hay que salvar a los niños y a las niñas que siguen vivos en Gaza. Ya han muerto demasiados. Han muerto miles. Hay que decir basta.

La trenza de esta niña se ha convertido parta mí, desde que escuché una y otra vez las palabras de Noor Ammar, en un símbolo de la paz, en un acto revolucionario. En ella hay belleza, ternura, respeto y dignidad. En ella hay también coraje, fuerza y esperanza. La trenza de esta niña es un canto a la vida. Me imagino a la madre volcada en la tarea de cuidar el pelo de su hija y viéndola salir a la calle con el corazón encogido por el temor de tener que ir a buscarla entre los escombros producidos por una bomba.

La guerra tiene otro efecto de consecuencias devastadoras para los niños y las niñas. La niña de la trenza puede volver a casa con su recipiente lleno de agua y encontrar a toda la familia sepultada entre las ruinas de la casa. La imagino con el recipiente lleno de agua y con los ojos arrasados de lágrimas al ver que su casa ha desaparecido y que su madre ha sido sepultada entre las paredes y el tejado destrozados por un misil. Definitivamente sola, sin nadie que le vuelva a hacer amorosamente una preciosa trenza. La guerra es una maquinaria de hacer niños huérfanos.

Tenemos que detener este horror. Tenemos que salvar a todos los niños y niñas de Gaza. Tenemos que salvar a la niña de la trenza.

3 respuestas a «La niña de la trenza»

  1. Querido Miguel Ángel:
    Hermoso artículo en medio de lo horrible.
    Toda la humanidad es culpable de lo que pasa en Gaza, si bien no todos por igual.
    Primero el carnicero humano Netanyahu; segundo, el sin criterio Trump; tercero, los países árabes, que parece que tienen olvidada a Gaza; y finalmente el conjunto de naciones, menos España. Me siento orgulloso de nuestro denostado presidente Sr. Pedro Sánchez.
    El gran mal está en una ONU caduca, con sistemas intolerables, como es el derecho a veto. No priva la justicia si no el poder. Mal camino.
    Para que la abominación llegue a su cumbre solo falta dar el premio Nobel de la Paz a Trump, tan culpable como Netanyahu de lo que ocurre en Palestina.
    Finalmente diré lo que la Iglesia no dice: los judíos dicen que esa tierra es suya porque Dios se la dio. Pues bien, o Jesucristo fue el Medias o el Mesías no ha venido. Algo debiera decir la Iglesia.
    Reclamar una tierra que se tuvo hace dos mil años llevaría al mundo a un caos total. Antes que los judíos estaban los palestinos, tienen, pues, derecho a ser nación.
    Un gran abrazo, Miguel Ángel, y saludos a todos.

  2. Hola Miguel Ángel.

    Has descrito con detalle el horror que se está dando en Gaza… Sólo puedo decir que es increíble que aquellos que sufrieron un exterminio genocida en los campos de concentración de Alemania sean ahora los torturadores de otros seres humanos. El mundo al revés…

    El terrorismo de Hamás no puede ser un cheque en blanco para realizar un genocidio a antojo. Hay que perseguir a los terroristas, pero sin que «paguen justos por pecadores».

    No podría pensar en ninguno de mis alumnos y alumnas en una situación como la que se está padeciendo en Gaza, tanto niños como en adultos.

    A ver si la presión internacional que se está empezando a movilizar surte efecto en el fürher israelí.

    Un abrazo.

  3. Buenas Miguel Ángel!
    Estremecedor el artículo. Nos ha dejado conmovidos y sin palabras.
    El símbolo de la trenza simplemente es Brutal.
    Cómo humaniza!!
    Poco a poco nuestro mundo reacciona cada vez más aunque demasiado lento.
    Está en juego vidas de mujeres y niños…y la
    dignidad y humanidad (si algo nos queda) en este mundo.
    En fin, la unión hace fuerza y en ello estamos desde plataformas y movimientos sociales.
    Gracias por tu conmovedor artículo.
    Desde donde estés haciendo el bien, te mandamos un fortísimo abrazo.
    Tú también «lazas y entrelazas» con paciencia y Amor…. trenzas de ética y educación por él nuevo mundo!!
    Te queremos!

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