Estamos viviendo unos tiempos convulsos. No es posible, en pocas líneas, describir el momento difícil que está atravesando nuestro mundo. El caldo de cultivo de la cultura neoliberal en la que estamos inmersos, con sus presupuestos demoledores (individualismo, competitividad, relativismo moral, obsesión por los resultados, olvido de los desfavorecidos, hipertrofia de la imagen, privatización de bienes y servicios, capitalismo salvaje, imperio de las leyes del mercado, reificación del conocimientos…), hace difícil la convivencia pacífica, honesta y respetuosa entre las personas.
El fascismo avanza con una fuerza arrolladora e impone sus tesis miserables en los países y en las conciencias de la gente. El fascismo se caracteriza principalmente por su nacionalismo extremo, su totalitarismo, su militarismo y su culto a la violencia, junto con un desprecio por la democracia y los derechos individuales. A menudo, se basa en una ideología que promueve la idea de un líder carismático y la unidad nacional en detrimento de la diversidad y la disidencia.
El auge de la ultraderecha en todo el mundo, con sus banderas de odio al inmigrante, a los homosexuales, a los diferentes, a los adversarios políticos, con su amor a los bulos, a las fake news, a las dictaduras, nos sumerge en un clima de preocupación y de temor.
Por si todo esto fuera poco, ahí tenemos las guerras y las invasiones, televisadas cada día, como si se tratase de un espectáculo intrascendente que nos muestran las cámaras de manera rutinaria y fácilmente digerible.
La elección a la presidencia de los EE.UU. de un siniestro personaje, después de un nefasto primer mandato, que impulsó el asalto al capitolio, condenado después por la justicia, que rompe impunemente todas las reglas del juego democrático, que nos hace sentir la inquietante sensación de estar sentados sobre un polvorín que puede hacer estallar por soberano capricho, que pretende convertir la franja de Gaza en un resort de lujo, que quiere anexionarse Groenlandia, que desata una disparatada guerra de aranceles, que gobierna el país olvidándose de los pobres, declarando una dislocada guerra arancelaria, privatizando todo lo privatizable, retirando ayudas a los más necesitados nos llena de incertidumbre y de terror.
En nuestro país, una oposición que no se resigna a serlo desde que no pudiera formar gobierno, exige a cada minuto elecciones generales, ataca sin piedad a la izquierda que gobierna, sin que se digne arrimar el hombro para resolver los problemas de la ciudadanía. En estos días he escuchado al alcalde de Madrid, con un aplomo insultante, decir “que resulta lamentabilísimo tachar de genocidio lo que está haciendo Israel en la franja de Gaza”. Lamentabilísimo es el horror de la masacre.
Imagino la realidad que estamos viviendo como un mar proceloso, en pleno diluvio, con tempestades y vientos huracanados. Y pienso en el Arca de Noé. En esa nave salvadora del Génesis que nos puede salvar del diluvio y que puede hacernos arribar a un mundo nuevo, cuando aparezca la paloma de la paz con un ramo de olivo en el pico, anunciando una nueva era. Una era en la que podamos vivir de otra manera, como seres humanos que se respetan, que reconocen su dignidad esencial.
¿De qué Arca salvadora estoy hablando? Hablo del Arca de Noé que ha de ser la escuela. Una escuela democrática, inclusiva, coeducativa, pacifista, crítica, solidaria, feminista, comprometida, participativa, antifascista. Una escuela que forme ciudadanos y ciudadanas para la democracia. La tarea de la escuela no es formar súbditos ni clientes, sino formar ciudadanos y ciudadanas para una sociedad democrática. La escuela tiene que formar no a los mejores del mundo sino a los mejores para el mundo. Voy a plantear a continuación diez rasgos que caracterizan al ciudadano capaz de construir una convivencia justa y armoniosa donde todos y todas puedan ser felices.
– Piensa, analiza, sabe por qué suceden las cosas. No es ingenuo, sino crítico. Sabe que existen hilos ocultos que mueven las decisiones que se toman, saben cómo iluminar esos hilos ocultos para no caer en la trampa de la manipulación. Cuestiona las leyes injustas y las decisiones arbitrarias. Es capaz de desmontar las fake news, de detectar los bulos, de descubrir las mentiras…
– Habla, opina, levanta la voz, se expresa con libertad sin las cortapisas del miedo al poder, sin caer en los señuelos de la adulación, sin hacer caso a desalentadoras admoniciones de los escépticos.
– Participa con su actividad laboral y social en la vida pública sabiendo que la democracia no acaba sino que comienza en las urnas. Se manifiesta, interviene en asuntos de interés general, no solo en los estrictamente privados.
– Se agrupa, no está solo, no permanece aislado, se organiza para la acción, consciente de que el grupo multiplica la fuerza individual.
– Exige, asume riesgos ante el poder, practica la valentía cívica que es una virtud democrática que nos hace ir a causas que de antemano sabemos que están perdidas.
– Se informa, lee críticamente, está al día, cuestiona las explicaciones inconsistentes e interesadas tanto del gobierno como de la oposición.
– Respeta a los demás y reconoce y valora la diversidad. Sabe que existen culturas diferentes y personas diferentes, más allá de la dignidad esencial de cada ser humano.
- Es solidario y sensible a la injusticia, se compadece de quienes sufren, no va exclusivamente a lo suyo, no se encoge de hombros ante las desigualdades que existen en su país y en el mundo.
– Vive de forma honesta, trabaja responsablemente y se esfuerza por mejorar ética y socialmente la sociedad en la que vive. Cumple con sus deberes públicos, paga fielmente los impuestos, cumple las leyes, respeta las reglas de tráfico y es consciente de que la libertad individual tiene unos claros límites en la del prójimo.
– Se esfuerza para que el planeta sea la casa común en la que todos y todas puedan vivir felizmente, ya que es consciente del peligro que supone el calentamiento global y de los estragos que causa en el planeta el comportamiento irresponsable de los seres humanos.
Si queremos formar ciudadanos críticos y salen adocenados, si queremos formar ciudadanos solidarios y salen egoístas, si queremos formar ciudadanos democráticos y salen fascistas algo estamos haciendo mal. Pues bien, no hay viento favorable para un barco que va a la deriva. Dicho de manera más contundente: no hay nada más estúpido que lanzarse con la mayor eficacia en la dirección equivocada
No basta proponérselo. Hay que saber si se está consiguiendo. Para ello hace falta interrogarse, poner en cuestión la práctica. Y comprobar si aquello que se pretendía conseguir se ha conseguido. Se trata de un mecanismo de comprobación cargado de lógica y de ética. ¿Esto que pretendíamos conseguir lo hemos conseguido? ¿Actuando como lo hacemos se alcanzan los objetivos propuestos?
Y luego hace falta poner en marcha otro mecanismo importante que llamo de atribución. Si no se ha conseguido, ¿por qué ha sido? Si no conseguimos lo que pretendíamos no podemos explicar el fracaso diciendo que los alumnos no han sido suficientemente esforzados, inteligentes o aplicados. Porque de esa forma nunca podremos mejorar.
Ese Arca salvadora tiene que tener una tripulación bien formada, competente, valerosa. Porque los tiempos y la tarea lo exigen. Hay que acabar con ese pensamiento arraigado en muchas sociedades de que para realizar la tarea educativa vale cualquiera, O, mejor dicho, valen quienes no sirven para otra cosa. Bernard Shaw dice con indudable cinismo: El que sabe hace y el que no sabe enseña. Pensamiento que adorna Muriel en la excelente novela “La elegancia del erizo”: “El que sabe hace, el que no sabe enseña, el que no sabe enseñar enseña a los que enseñan y el que no sabe enseñar a los que enseñan se mete en política”.
El Arca de Noé es responsabilidad de todos, no solo de la tripulación que la guía en circunstancias tan problemáticas, en tiempos del diluvio de la desigualdad, de las malas prácticas políticas, de las guerras insensatas, de un clima social en el que los valores se han olvidado y en el que las tormentas del poder amenazan con la destrucción. En el año 2014 publiqué en México un libro titulado “El Arca de Noé. La escuela salva del diluvio”. Hoy le añadiría algunos capítulos más inquietantes.
Buenas Miguel Ángel!
Precioso artículo y aviso para navegantes..también de Arcas. Gracias!!
Hoy también hemos tenido el placer de dialogar en el desayuno (con cariño y atención) la epístola del Apóstol Pedagógico MAS.
Hermanos y hermanas ¿De qué Arca salvadora estoy hablando?…Piensa, analiza, escucha..
Joer…que buen Papa hemos perdido!
Prácticamente la totalidad del artículo es un super Proyecto educativo para cualquier centro y también gran parte del articulo sirve como plan de centro. Que MAS queremos!!
Aunque si hubiese existido Noé (que el mismo te lo dice: No é realidad) sería el más animal del barco, creemos también en el poder de la enseñanza de los relatos- mitos. Navegamos por una Sociedad liquida que necesita tener claro por donde ir a Ítaca. Tus libros- artículos- mapas- brújula nos ayudan y esto No tiene precio. No sé, si es el piloto de navegación quien marca el rumbo en navegación…pero en Pedagogía contigo llegamos siempre a puerto seguro. Gracias
Además es un placer verte en acción y navegar codo a codo contigo. Por nuestra parte seguiremos remando, que ya el rumbo es acertado!
Mil abrazos y besos desde el barco, Capi!
Queridos Gema y Miguel:
Qué maravilla de comentario. Es que merece la pena seguir escribiendo aunque el periódico no afloje la cartera.
La verdad es que asusta la realidad en la que estamos viviendo. El mar no puede estar más revuelto y el cielo más nublado soltando agua a raudales.
No veo otro Arca, aunque sé que la educación no es responsabilidad exclusiva de la escuela.
Acabo de aterrizar de Tenerife donde ayer presidí un tribunal de tesis sobre un tema importante: LA RESPONSABILIDAD SOCIAL UNIVERSITARIA.
Allí también tuve que preguntar por el rumbo.
Navegar a toda máquina hacia el abismo es insensato.
El día 7 tendré en Tucumán 9000 marineros.
Un enorme abrazo.
Cuánto os quiero.
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