Dedicaré hoy mis reflexiones a unos personajes a los que llamaré listillos. Aunque no me gusta utilizar el diminutivo para identificarlos, dada la catadura moral de la que hacen gala. Sería mejor denominarles caraduras y, aun mejor, sinvergüenzas.
Son esos tipos espabilados que no dan puntada sin hilo, que van a lo suyo caiga que caiga, que saben urdir muy bien las tramas que redundan en su beneficio. Se trata de personas que las ven venir de lejos, que saben de qué parte sopla el viento y que pueden engañarte y quedar como si te hicieran con ello un gran favor.
“Todo vale” es el lema que preside sus vidas, sus pensamientos y sus acciones. Donde ponen el ojo, ponen la bala. Para conseguir sus objetivos puede valer la adulación, la zancadilla, el guiño o el engaño. Y, si es necesario, la puñalada. Tienen una capacidad de maniobra extraordinaria que no se frena ante el mayor escrúpulo.
He leído estos días el estupendo libro de Manuel Vicent (qué magnífica pluma, qué fino estilete) titulado “El azar de la mujer rubia”. Me interesa el triángulo de personajes sobre el que arma la historia de aquellos años que me tocó vivir casi febrilmente: Adolfo Suárez, Juan Carlos de Borbón y la espléndida mujer que fue Carmen Díez de Ribera.
No es el libro el objeto de este artículo sino una historia que en él se narra sobre este tipo de personaje a los que he hecho referencia al comienzo. Cuenta Vicent cómo aquel increíble fenómeno que fue Jesús Gil (al que tuve el honor de criticar ácidamente cuando estaba en la cumbre de la gloria) se hizo rico e importante.
Dice que Jesús Gil desayunaba todos los días en la cafetería Sonora de Madrid. Allí se encontraba con diversos personajes a los que estudiaba con detenimiento y paciencia. Uno de ellos era un general del Opus Dei, amigo del Caudillo, que tenía como amante una prostituta del bar Chicote. Durante meses Jesús Gil observa que, un día por semana y siempre a las dos y media, la lleva a comer al restaurante El Viejo Valentín.
“Lo vigilé durante unos meses, dice Jesús Gil en el libro. Esperé mi oportunidad en una esquina estratégica de la calle Montera. Aquella vez, al verlos pasar con el coche, me llegó la inspiración. Me dije: “ahora o nunca, o me mata o me hago de oro, allá voy”.
Así continúa la historia en el libro del escritor castellonense.
“La calle Montera solía estar muy concurrida a esa hora, los peatones cruzaban la calzada sin respetar los semáforos, un desorden ideal, el coche iba despacio, gracias a eso el atropello no fue grave, pero aun con todas las ventajas el golpe le rompió un brazo al hombre. El general salió muy angustiado y se encontró cara a cara con aquel cliente que desayunaba a su lado en el taburete de la barra de la cafetería Sonora. “MI general, ni un problema”, le dije mirando a la puta, que se había tapado el rostro con el bolso. “No es necesario que demos parte de este accidente a la Policía. Yo me hago cargo de todo bajo mi responsabilidad. Aquí no ha pasado nada”.
“(…) Sin necesidad de pedirle nada, para que siguiera con la boca cerrada, el general le hizo socio de un negocio de importación de coches. Después le ayudó a montar un emporio inmobiliario en Los Ángeles de San Rafael, con restaurante por todo lo alto”.
Ese es el estilo de estos tunantes. Un mezcla de ingenio, desvergüenza y oportunismo. Les suele ir bien en la vida. Casi siempre a costa del prójimo. Prosperan. Unos desde la nada y otros desde donde están.
Suelen ser personas con don de gentes, una extraordinaria capacidad para olfatear el futuro y una conciencia tan laxa que les permite poner en acción los planes más indecentes.
Suelo poner de ejemplo de este tipo de actitud el caso de un individuo que quiere hacer un negocio con un burro. Se entera de que un campesino vende el suyo, así que acude a su domicilio y se enzarza en una negociación para efectuar la compraventa. Al fin, llegan a un acuerdo. Como la cuadra está lejos y está lloviendo, el dueño le dice que vuelva al día siguiente a buscar el burro. Cuando llega a la casa le dice al vendedor:
– Vengo a por el burro.
– Lo siento, amigo. Cuando fui esta mañana a buscarlo se había muerto.
– Es lo mismo. Yo quiero ese burro para hacer el negocio. No le pagaré nada porque está muerto, pero le pido por favor que me deje llevarlo.
Le agradece al campesino la concesión gratuita, carga el burro en el camión y se lo lleva.
A los tres meses el campesino se encuentra al comprador en la calle.
– ¿Qué pasó con aquel negocio que pensabas hacer?
– Fue estupendo.
– ¿Qué negocio era?
– Una rifa. Vendí 600 participaciones a 10 euros cada una. Gané 5990 euros limpios.
– Pero, bueno, ¿no protestó nadie porque el burro estuviera muerto?
– Sí, protestó aquella persona a la que le tocó el burro. Y a esa persona le devolví los 10 euros.
El negocio fue estupendo para el organizador de la rifa. Asentado en una estafa, pero negocio al fin y al cabo.
Es lo que quiero denunciar en estas líneas. Esa habilidad que consiste en ignorar cualquier obstáculo moral que se interponga en el camino hacia el poder, hacia el éxito, hacia la fama o hacia la riqueza.
Se considera listo al que sabe moverse bien en la vida, situarse bien, ganar dinero, acceder al poder, llegar a la fama, conseguir los propósitos, alcanzar las metas. Importa el fin, no los medios. Importa el resultado que se persigue, no la forma de alcanzarlo. Importa el lugar de destino, no la forma a través de la cual se llega hasta él.
Hay personas que construyen con facilidad escaleras con los hombros de amigos y enemigos, con cadáveres que ellas mismas han generado. Se trata de llegar alto, no dónde se pongan los pies.
He visto aduladores tan pertinaces que han conseguido hacer desfallecer a los adulados. He visto expertos en zancadillas tan eficaces que han dado en tierra en pocos metros con aquel a quien consideraban un obstáculo para medrar. He visto tramposos tan hábiles que han acabado por llevarse al huerto al amigo más entrañable.
Pero, ojo, que es fácil denunciar lo que otros hacen porque se considera de una escala diferente. El problema radica en que cada uno piensa que en su nivel no hay problema, porque es un nivel insignificante. Lo malo es lo que hacen los otros. Porque se trata de cantidades mayores, porque está menos justificado. Alguien ha definido ética como “aquello de lo que los demás carecen”.
Lo más negativo es que esos personajes sean aplaudidos, admirados y convertidos en modelos a los que imitar. He aquí el prototipo de persona de éxito. Por haber llegado hasta ahí se les aplaude y admira. Sin conocer cuáles han sido los medios utilizados, los caminos recorridos, los amigos traicionados, las trampas urdidas, las camas por las que se ha pasado, los robos perpetrados…
De esas personas con sentido pragmático, con inteligencia despierta, con rapidez de reflejos, con pocos escrúpulos, se dice: Qué tío más listo, qué tía más espabilada… Lamentablemente se convierten en los amos, en los que dominan la sociedad. Tienen dinero, fama e influencia. Se mueven como peces en el agua. Un agua turbia, por cierto, que ensuciamos todos con la indiferencia, el aplauso o la estupidez.
Excelente metáfora, Miguel Ángel, del paisaje que en estos años vemos, vivimos y sufrimos. Pero, ¿es algo tan actual o es que ahora estamos despertando del sueño de habitar en un país en el que cualquiera (según Carlos Solchaga, tiempo atrás Ministro de Ecomomía)podía hacerse rico?
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Es evidente, señor Santos.
Intento que estos chorizos (¿también chorizas?) no cuenten con mi apoyo, indiferencia, o complicidad.
Un saludo, y muchas gracias.
Siempre ha habido pícaros. Ahora, como dice Aureliano, conocemos algunos. No todos. Porque esta gente sabe cómo eludir la responsabilidad pública.
En lugar de utilizar su inteligencia para el bien común, la utilizan solo para el propio beneficio a costa del bien de los demás. Y ahí está el quid, a mi juicio. En el hecho de que se aprovechen de la ingenuidad o de la inocencia de otros.
Como siempre, el dardo en la diana. ‘Alguien ha definido ética como “aquello de lo que los demás carecen”’. Ayer vi en La Sexta que la herencia de Jesús Gil no llega a 800 euros, de los 60 millones de euros que él reconoció tener. Recuerdo a mi padre realizando algunas reflexiones políticas. Aprendí algo sobre las teorías que subyacen en las corrientes político-económicas. Un día le pregunté a mi padre cómo era posible que esas teorías que yo entndía más justas no hubieran triunfado en los gobiernos del mundo, sobre todo de los países democráticos. ¿Cómo es posible que Trasímaco tuviera razón? Ahí quedan estas preguntas que invitan a la reflexión. Y se agradece cualquier posible respuesta, ya que las mías son limitadas, como limitado es el que las tiene, (yo).
Un afectuoso saludo a mi querido profesor: Miguel Ángel Santos.
Resulta que estos personajes resultan graciosos a muchas personas. Son descarados y tramposos pero saben mentir muy bien. Hay que descubrirlos y no dejarse manipular por ellos.
Maquinan y maquinan hasta llegar a conseguir lo que quieren. No les importan los médios que utilizan. Es horrible vivir em uma sociedade donde estos tipos proliferan.
Es increible. Se está exteniendo la idea de que quien no se aproveche (a su escala) es un imbécil.
Los listos son quienes funcionan como los personas (reales o ficticios) del artículo. Esos son los que saben vivir.
Y esos se convierten en modelos a los que imitar.
Así nos va.
Yo lo que observo en nuestra sociedad actual es que lo que importa es el éxito, en especial el económico, y los medios como conseguirlo importan poco, en todo caso, que no te pillen.
Cuando esto arraiga en una sociedad de modo bastante generalizado estamos perdidos, pues los más elementales principios de la ética se desmoronan, sino ¿cómo se entiende que el pueblo vote a elementos claramente corruptos y que éstos, incluso condenados, se mantengan en puestos de decisión sobre los ciudadanos?
Cierto que no todo éxito económico es equivalente a corrupción, pero hoy en día los medios de comunicación nos tienen saturados y sobrecogidos con tanto listillo.
Como siempre, gracias por tus reflexiones, Miguel Ángel.
Saludos.
Alguien ha definido ética como “aquello de lo que los demás carecen”.
¿Qué tal si todos hiciéramos examen de conciencia? Empezando por mí misma: hace unos días me serví de unos amigos para colar a mi niña en la cola de los hinchables, pero más de una vez he protestado con firmeza si alguien hacía lo mismo conmigo. También he aceptado facturas sin IVA para pagar menos, pero exijo enérgicamente que no haya recortes en unos servicios que se financian con los impuestos de todos. He encargado unos trabajillos a alguien que sé que está cobrando el paro, porque así me lo hace más barato, pero me rasgo las vestiduras ante las cifras del paro….
Prefiero no seguir hurgando: me creía una persona con más ética.
Saludos,
Lucía.
Lo malo de los pícaros es que se aprovechan el prójimo.
Siempre se ceban en sus víctimas.
Es necesario ponerles freno ya que ellos no se lo ponen.
Saludos
ME GUSTA EN VERDAD