Hay historias para dormir e historias para despertar. Siempre nos han contado historias para acostarnos, para dormir. Aunque, si bien se mira, son especialmente valiosas las historias que ayudan no a dormir sino a despertar.
En realidad esta es una historia no de ficción, sino basada en hechos reales. Una historia que nos interpela sobre el contenido y la finalidad de la enseñanza. He repetido muchas veces que no hay conocimiento útil si no nos hace mejores personas. La finalidad de la enseñanza no sería, a mi juicio, meter en la cabeza de los estudiantes una serie de datos, principios o informaciones inertes, sino un conocimiento que movilice la voluntad hacia el bien.
Quiero compartir hoy con los lectores y lectoras una historia para reflexionar sobre nuestra labor como profesores y profesoras. La he leído en un blog llamado La página de Valeria Torres. Se trata de una historia sobre las tan repetidas quejas sobre la falta de interés de las clases y la consiguiente falta de atención por parte de nuestros alumnos hacía aquello que les explicamos. Muestra el camino para atrapar, para atraer, para “enamorar” a nuestros alumnos y alumnas. Una herramienta para luchar contra la desmotivación y la apatía. Y, sobre todo, para ayudar a pensar y a convertir la enseñanza no en una mera acumulación de conocimientos sino como un instrumento para comprender la realidad y para comprometerse con su mejora.
Cuenta la historia una de las alumnas presentes en la clase donde y cuando suceden los hechos, Ella es testigo de lo que sucede y cuenta sus impresiones y la repercusión que tuvo en ella la lección.
La historia transcurre el primer día de clase cuando el nuevo profesor entra en el aula y sin tan siquiera presentarse, ni plantear los objetivos, ni el programa de su asignatura, ni la metodología que se va a seguir, ni el proceso de evaluación que va a llevar a cabo, lo primero que hace es dirigirse a uno de los alumnos que está sentado en la primera fila, preguntándole su nombre
– Me llamo Luis, profesor, contesta el alumno, un tanto sorprendido y desconcertado.
Lo segundo que hace es gritarle a Luis y exigirle que salga de la clase inmediatamente. El alumno le mira con incredulidad y asombro. Quiere preguntar y hasta protestar, pero el profesor no le da oportunidad.
– Salga inmediatamente. Cierre la puerta al salir. ¡No le quiero ver más aquí!, le grita imperativamente.
Temblando de nervios y rabia, toma sus cosas y sale sin decir una palabra y sin olvidarse de dar un portazo para cerrar la puerta.
Hasta aquí los hechos y ahora la vivencia de una de las compañeras de Luis. “Todos nos quedamos asombrados y en completo silencio. Mientras el profesor sacaba un libro de su maletín, yo le miraba y pensaba que era un completo idiota, un déspota indecente y que seguramente nos haría la vida imposible todo el semestre. ¡Qué tipo tan insoportable!
Finalmente tomó asiento y preguntó qué materia nos iba a impartir.
¡Que ridículo! ¡Ni siquiera sabía a qué venía!, pensé. Todos, al mismo tiempo, sacamos nuestro horario de clases y dijimos al unísono: ¡Introducción al Derecho!
– Muy bien. ¿Alguien tiene idea de qué se va a tratar en esta clase? ¿Alguien intuye de qué va la asignatura?
Algunos, que querían impresionar al nuevo profesor, levantaron la mano. Él señaló a uno de ellos, quien de inmediato dijo que trataría del estudio de las leyes.
– Muy bien. ¿Alguien sabe para qué sirven las leyes?
La pregunta provocó varias respuestas. Para tener una sociedad organizada. No es exacto, dijo el profesor. Para que todos estemos obligados a cumplirlas. No. Para saber quiénes son los criminales. No… Y así, uno por uno… hasta que alguien dijo la palabra mágica que el profesor buscaba… Para que haya justicia.
-¡Ajá! Justicia. ¿Qué es la justicia?
La justicia es no permitir que se violen los derechos de los demás. Bien, ¿qué más?… La justicia sirve para regular las conductas de las personas. Bien, ¿qué más?… La justicia es buscar que cada persona obtenga lo que se merece.
– Bien, muchachos. Bien. Ahora díganme… ¿Ustedes creen que hice bien en expulsar a su compañero del aula? ¿Fue un comportamiento justo?
Silencio. Miradas de unos a otros.
– ¿Hice bien? ¿Sí o no?
– ¡Nooo!, gritamos convencidos y a la vez indignados.
– ¿Cometí una injusticia?
– ¡Sííí!, dijimos al unísono
– Y ¿por qué nadie dijo nada? ¿De qué sirven las leyes, las normas y los reglamentos si no tenemos el valor de aplicarlos? Todos estamos obligados a levantar la voz cuando vemos una injusticia. Ustedes y yo. ¡Nunca se queden callados!
Tras una breve pausa añadió:
– Que alguien vaya a buscar a Luis.
Silencio. Todos nos mirábamos con sonrisas idiotas. Alguien salió a buscar a Luis.
Esa mañana me enamoré de mi profesor de Introducción al Derecho”.
Esa es una lección que interpela. Esa es una lección que probablemente no se les olvide nunca. Ni a Luis ni a sus compañeros de clase. Si esa mañana el profesor hubiera repartido su programa de la asignatura y formulado, para su inevitable copia, unas definiciones teóricas tomadas de cualquier manual o de su propia cosecha, es probable que los estudiantes hubieran salido de la clase con las ideas claras sobre la epistemología de la asignatura, pero no se hubiese movido un ápice el compromiso de sus vidas con la mejora de la sociedad.
¿Alguien conoce una forma más contundente de explicar los objetivos de una asignatura?
La historia plantea la sutil diferencia entre mostrar y demostrar, una de las claves de la verdadera educación transformadora.
¿Para qué sirve aprender? Si hiciéramos esta pregunta a muchos alumnos es probable que algunas contestaciones se limitasen a decir: para aprobar. Respuesta que llevaría a una nueva pregunta: y, ¿para qué queremos aprobar? Para obtener un certificado. Y, ¿para qué queremos el certificado?… Encadenadas preguntas y respuestas de esta naturaleza, acabaríamos por concluir que ese estúpido juego no vale para nada. O, al menos, no sirve para tener una vida más digna y hacer una sociedad más justa.
Además del componente ético que encierra la anécdota, quiero hacer hincapié en otra cuestión importante. Me refiero a la capacidad del profesorado de captar la atención de los alumnos y alumnas. Eso que he llamado en alguna ocasión la capacidad de “poner una vaca púrpura en las clases”. Es decir, algo llamativo, algo extraordinario, algo que atraiga y provoque admiración y curiosidad.
Es más fácil entregarse a las rutinas y repetir lo que siempre se ha hecho y lo que muchos y muchas hacen. Como si nada nuevo hubiese sucedido. Como si fuera igual la Edad Media, que la galaxia Gutenberg, que la era audiovisual, que la era digital. Es decir, subirse a la tarima y pedir que los alumnos abran el libro por la página veinticinco. O, empezar a dictar apuntes. Como si no fuera más lógico dárselos fotocopiados o remitirles a una plataforma digital a la que podrían acceder desde sus casas. La capacidad de seducción resulta decisiva en la enseñanza.
Admirado profesor. Siento admitir que con su entrada de hoy me siento un tanto decepcionado. Siento que he perdido en parte uno de mis referentes, que se me ha caído un mito. Creo que al redactar la entrada de hoy no se han conservado los principios de justicia y honestidad que siempre pensé que le caracterizaban.
Es paradójico que precisamente con la entrada de hoy yo sienta que se comete una pequeña injusticia. Por tanto, aplicándome el cuento, ejerzo mi, considero, innegable derecho al pataleo.
Estimado lamariposayel elefante:
Verás. Yo no escribo para ser el mito de nadie. Escribo lo que sé y siento. Con sinceridad.
Lo que me sorprende es no saber la causa de tu decepción. Lo que no sé es cuál es la injusticia que he cometido con este arítuclo. Y me gustaría saberlo. Porque no soy consciente de ello.
He citado la fuente del artículo, como podrás ver. No me he apropiado de una historia que no es mía. He tratado de compartirla ya que me ha parecido interesante e ingeniosa.añadido algunos comentarios que me parecían necesarios para completar el relato y para comdarñlo a la extensión de mi columna. He No veo dónde está la injusticia y con quién la he cometido.
Y tampoco só, como es lógico, cómo se puede subsanar.
Y, desde luego, el mito debía ser insignificante si hacía falta tan poquito para derribarlo.
Pero bueno, lo interesante es discutiur sobre el texto, no sobre su autor.Y el texto nos interpela de forma muy directa a los docentes. Cuando el dedo señala la luna no es tan importante mirar la mano.
Miguel Ángel:
Me parece muy interesante su aportación. Estoy de acuerdo en que la tarea docente debe fundamentarse en provocar ese despertar en los alumnos. Sin embargo, puedo constatar todos los días que cada vez resulta más complicado atraer la atención de los chicos de la ESO. Treinta y cinco alumnos en una clase diseñada para veinticinco, a última hora de la mañana es realmente una labor ardua. Siempre se nos presenta como modelo educativo a seguir el de Finlandia, pero nuestra sociedad está a años luz de la de este país porque educar, es decir, contribuir al despertar de los chicos es una tarea de los padres, de la sociedad y, por supuesto, de los docentes.
Me gustaría saber qué opina Ud. sobre este tema.
Aprovecho la ocasión para saludarle.
Isabel
“La finalidad de la enseñanza es mejorarnos”, dice Miguel Ángel. Yo añadiría, y la de la Iglesia, también; la de los políticos, también. En fin, todas las instituciones se justifican en mejorar la vida de los ciudadanos. Otra cosa es el cómo lo entienden y de qué ciudadanos se trata.
Al mejorarnos y al hacernos más justos es hacernos también más comprometidos.
También hay poderes contrapuestos que lo que quisieran son ciudadanos borregos, fáciles de engañar y manejar.
M. Ángel anima a los educadores a ser creativos y a que no aburran a los alumnos. Cierto que eso es mejor que su contrario. En este sentido puedo decir que predica con el ejemplo en cuanto a lo que yo conozco: he tenido la satisfacción de asistir a varias conferencias suyas. No hay tiempo para la distracción o el aburrimiento. Son una gozada y muy enriquecedoras.
Saludos
Admirado profesor… Uno de los pequeños rituales que suelo hacer cada sábado por la mañana es dedicar unos minutos para leer los siempre interesantes artículos que acostumbra a publicar, cosa que, por otro lado no pienso dejar de hacer. La razón de mi primer comentario ha sido poner por escrito la sensación que hoy me ha dejado su lectura. He de admitir que tal vez un tanto atacado en mi orgullo (cada cual tiene sus defectos).
No existe ningún blog llamado “la pagina de Valeria Torres”, es sencillamente un perfil de G+ en el que hace meses yo también leí esta anécdota del profesor de derecho. Al leer su entrada no he podido dejar de apreciar bastantes semejanzas con el artículo que publique recopilando esa historia. En ese sentido me he sentido alagado al ver reproducidas la intención y algunas frases del citado artículo. Para mi es un honor compartir opiniones sobre educación con alguien como usted. Pero, me hubiera gustado alguna referencia al blog entre las fuentes utilizadas.
http://lamariposayelelefante.blogspot.com.es/2012/05/un-cuento-para-despertar-los-alumnos.html
Con todo también creo que lo importante es el texto y no su procedencia, puesto que muestra la esencia del proceso educativo, la búsqueda de sentido, la importancia del para qué educativo. Y lo considero una reflexión imprescindible para todo docente.
Quizás las palabras utilizadas hayan sido excesivas, pero era mi sensación primigenia. Ahora, pensándolo mejor, me siento honrado de tenerle entre los lectores del blog.
Un saludo.
Extraordinario, señor Santos. Yo también me he enamorado de ese profesor (es una pena que existan tan pocos como él).
Un saludo, y muchas gracias.
¿A alguien se le ha ocurrido pensar en la vivencia de Luis durante los minutos que estuvo fuera? Espero que la historia sea sólo ficción.
Estimado “Abuelo”:
No sé si la historia es verídica.
Pero yo creo que todos y todas hemos pensado en Luis. Incluido el profesor de la historia. Prueba de ello es que pide que lo vayan a buscar. Yo me imagino que le explicaría la situación, que le pediría disculpas por el mal rato y que le daría las gracias con un abrazo.
Lo que yo hubiera hecho (y no sé si lo habrá hecho el profesor) es decírselo previamente y pedirle que colaborase en la experiencia sin dársela a conocer previamente a los compañeros y compañeras.
Alguna vez he hecho expeirecncias de este tipo, pero simepre contando con la anuencia de quien hacía de “sujeto experimental”. Los alumnos y alumnas suelen mostrarse muy dispuestas a colaborar.
Lo que considero importante de la historia es la reflexión que aporta sobre la necesidad de que el conocimiento no se quede reducido a información inerte.
Profesor!!! Una vez más me deja pensando acerca de la importancia de nuestra profesión, de nuestro rol… estoy totalmente convencida que debemos dejarles a los alumnos enseñanzas para la vida, de que sirve enseñarles las características del sol, sus componentes, sus funciones, si no nos tomamos el trabajo de MOSTRÁRSELOS y aunque sea, sentarnos bajo de él para vivenciar lo conversado? Para mi es un desafío diario intentar plantearles a mis alumnos nuevas situaciones de aprendizaje… cuesta!!! pero al ver sus caras a lo largo de la clase, me doy cuenta que VALE LA PENA!!! Gracias Profesor por cada uno de sus artículos!!!
Querida Isabel no se porque esa indefensión adquirida que manifiestan algunos profesores echándole la culpa a todo lo que te rodea.Si las cosas no te gustan intenta cambiarlas y no hay nada como la educación para cambiar la sociedad esa que tu quisieras . Empieza por tus alumnos a educarlos en libertad con espíritu crítico en democracia conscientes con el medio ambiente solidario en resumidas cuenta una buena persona.Que profesores ,protagonista del artículo, de este talante no abundan es verdad que a algunos les cuesta también,pero hay que intentarlo.Que los alumnos se aburren y les parece que el esfuerzo no les merece la pena también.Que se estudia no para aprender sino para aprobar un examen también .Que el camino está en la innovación ,la educación emocional.Esta es mi opinión no se sí estoy en lo cierto.Nuestras esperanzas están en ustedes los maestros y profesores para cambiar a estos dirigentes que sacaban 10 pero resultaron ser no muy buenas personas y también construir una sociedad más justa.Gracias.
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Antonio:
No pretendo echar la culpa a todo lo que me rodea y quedarme tan tranquila. Desde hace muchos años y desde distintos sistemas y niveles educativos, intento educar teniendo en cuenta la particularidad de cada alumno para que sean buenas personas. Sin embargo, cuando vuelvo a casa y pienso en las clases del día, siempre tengo la impresión de que podría haber hecho más,sigo pensando que atender a 35 alunmos por hora produce insatisfacción, porque a uno le gustaría poder llegar a todos. Claro que yo y tantos ponemos nuestro granito de arena para cambiar la sociedad, pero la Administración también podría ayudarnos simplemente reduciendo el número de alumnos por clase y ampliando la plantilla de profesores. De este modo no iríamos todos a golpe de timbre y corriendo por los pasillos para ser puntuales en la siguiente clase.
Por otra parte, también he pensado en cómo se debió sentir el alumno Luis durante los minutos que estuvo expulsado de clase.
Un saludo.
Isabel
Yo quiero comentar mi experiencia en la Universidad. Profesorado que faltaba constantemente, exámenes y más exámenes, sin que prácticamente nunca apareciera en el aula una construcción del conocimiento que me hiciera situarme justo en el contexto del tema: pensar, reflexionar, debatir. Academicismo puro. Más exámenes. De vez en cuando un trabajo más de relleno que otra cosa. Memorizar. Los profesores jamás estaban en la hora de tutoría que les correspondía. Absoluta pedantería, insoportable, de los profesores más veteranos, de los catedráticos. Más memorización al servicio de una buena calificación en los exámenes. El único aprendizaje significativo: en la biblioteca, con un grupito de compañeros y compañeras, donde razonábamos, intercambiábamos ideas y opiniones y nos enriquecíamos mutuamente. Tengo un título, si. Pero no he disfrutado de los años en la Universidad. Espero que algo haya cambiado, por el bien común, desde Bolonia. Gracias.
Creo, Miguel Ángel, que la historia que cuentas y que sirve de modelo es un “ejemplo de alto riesgo”. Yo, personalmente, no me atrevería a comenzar una clase con estudiantes que no conozco y que ellos tampoco que conocen con una acción que no se sabe por dónde puede salir, y con posibilidades de que haya “efectos secundarios”.
Este ejemplo me recuerda a un documental estadounidense titulado “Una clase dividida” que utilizábamos los miembros del Colectivo Educación para la Paz de la Universidad de Córdoba. Diría, brevemente, que en él se abordada una experiencia que una profesora de educación Infantil llevaba en su aula, con permiso de los padres, para que niños y niñas aprendieran a no discriminar. Así, durante una jornada, a la mitad de la clase les ponía un pañuelo en el cuello, mientras que la otra mitad no lo tenía. Los que tenían en pañuelo eran los “culpables” de todo lo malo que acontecía ese día. Al día siguiente se cambiaban los papeles, y el otro grupo era el receptor de todos los males.
He de apuntar que la profesora era muy cariñosa, conocía muy bien a los críos y ellos, finalmente, entendían que era un juego del que habían aprendido a no reírse o burlarse de sus compañeros.
De mayor, esta profesora fue invitada para llevar la experiencia a las cárceles y se mostraba en el documental. Lo cierto era que tenía que tener un gran aplomo pues se vería que en cualquier momento se le podía ir de la mano el tema.
Un hecho real: un alumno de quinto curso, inteligente y comprometido, lo vi entrar un día en clase con cara de pocos amigos. “Manolo, ¿qué te sucede?”, le pregunto antes de comenzar la clase.
Puesto que sus compañeros ya sabían lo que había acontecido, me dice el grave malestar que le provocó que en una conferencia sobre la ayuda internacional (con asistentes de distintos países de América Latina) el profesor ponente se bajara del estrado y le amenazara durante un largo rato con todo tipo de gritos, pues creía que algunos de los presentes se habían ido por su culpa.
Dado que no le dejaba hablar, me decía que los esfínteres se le habían aflojado y temía lo peor. Cuando finalmente le dejó, explicó lo sucedido que no tenía nada que ver con él; el profesor se echó las manos a la cabeza del gran error cometido y le estuvo pidiendo disculpas públicamente durante un largo rato.
Lo cierto, y a pesar de todas las disculpas recibidas, me indicó que esa experiencia no se le olvidará en la vida.
He contado brevemente algo que se asemeja al ejemplo propuesto, y en base a lo explicado he tachado al ejemplo del artículo como de “alto riesgo”.
Un abrazo desde la Córdoba española.
Más que la historia, lo que me preocupa es el mensaje que conlleva y que se ha querido proponer a nuestra consideración. Creo que el asunto tiene mucha miga. Porque lo que se propone es el valor del conocimiento para mejorar nuestras vidas y nuestra sociedad. Es decir: ¿para qué sirve lo que aprendemos? Esa es, a mi juici, la cuestión. Y eso es lo que ese profesor quiso proponer a la consideración de los alumnos.
Me parece que es un tema para pensar y para interpelar a quienes enseñamos y a quienes aprenden.
No conocía esta histori, pero me parece muy significativa. Ese profesor utilizó un recurso discutible, pero eficaz, para plantear a sus alumnos una cuestión capital. ¿Qué tipo ciudadanos sois? ¿Cómo puede influir esta asignatura (este conocimiento) en haceros mejores.
Lo que plantea es que estudiar las leyes y aplicarlas no va a mejorar la sociedad si nosotros no tratamos de hacerla mejor.
El conocimiento académico tiene valor de uso y valor de cambio. El valor de uso es el que estamos discutiendo en este texto. ¿Tienen realmente valor de uso? ¿Vale para algo? ¿Es importante para la vida, para mejorar la vida?
El valor de cambio sí está claro. El conocimiento tiene valor de cambio porque si demuestras que lo has adquirido te lo canjean por una nota, por un aprobado, por un sobresaliente.
Me gustaría saber qué es lo que sucedería en el sistema educativo si el conocimiento no tuviera valor de cambio. Si solo tuviera valor de uso. Pensemos: ¿qué sucedería?
Querido Maestro! Interesante experiencía de lo que debe ser una clase en la actualidad,donde el principal aporte sea la motivación del alumnado.
Además de comunicarle que hace tiempo que no entraba en su blog por motivos personales.Espero seguir sus comentarios con el mismo fervor que lo hacía antes pues me hacian sentir más viva, más persona, más humana.
Escribo una frase, ” quién ha dicho que vivir es fácil”.
Gracias por estar aqui,reciba de mi parte saludos cordiales.
La cuestión no puede ser más pertinente. ¿Para qué vale el conocimiento que adquirimos?
¿Cómo nos compromete personalmente?
La pregunta sería:¿El conocmineto tiene solo como misión saber cosas, sin conexión alguna con la vida y la justicia?
Motivo interesante de reflexión.
Hay en el artículo otra cuestión que tiene que ver con la didáctica. Y es el arte del profesor para captar la atención del alumno y par avivar su compromiso con la verdad y con la bondad.
Curiosa y significativa historia, Yo creo que habrá muchas similares de prfosores que quieren hablar a sus alumnos con hechos y no solo con discursos. A mí me parece muy bien que los contenidos de las asignaturas sean interpeladores. Lo bueno sería poder compartirlos. Aprenderíamos mucho y nops sentríamos muy estimulados.
Saludos a todos los lectores y lectoras.
Soy alumno de segundo curso de Psicopedagogía de la Universidad de Córdoba (España).
Desde mi punto de vista, la presentación (el primer día) de un nuevo profesor ante sus alumnos debe de ser interesante y motivadora. Quizás, si el profesor de esta historia hubiese llegado a clase el primer día presentando el libro y el programa de dicha asignatura, no hubiese pasado de ser “un profesor más” que llega a clase, suelta su charla y se marcha a casa. Sin embargo, capta la atención de los alumnos y los lleva a su terreno. Esto es lo que más nos gusta a los alumnos, cuando un profesor se sale de lo “normal”, crece nuestro interés y ello nos hace prestar más atención. Muy pocos son los profesores que durante mis estudios han conseguido esto, los podría contar con los dedos de una sola mano.
Por otro lado, respecto a las preguntas de Miguel Ángel y desde mi punto de vista, si el conocimiento no tuviese valor de cambio, el valor de uso aumentaría siempre acompañado de un buen educador (auto evaluador). Quizás nosotros, los alumnos, no tendríamos esa presión por aprobar asignaturas “pesadas” (porque los “docentes” de estas asignaturas no saben transmitir los conocimientos), y ello haría que los docentes se preocuparan más el valor de cambio, que evaluaran el propio cambio en la sociedad y no el simple hecho de los conocimientos adquiridos que nunca serán puestos en práctica.
Un saludo.
He de decir que nunca había leído esta historia y me ha llamado mucho la atención. Es curioso como una historia de este tipo puede hacerte reflexionar. Por una parte, te paras a pensar en los profesores que has tenido a lo largo de toda tu vida como estudiante, y por más que piensas, encuentras muy pocos, por no decir ninguno que tengan estos planteamientos y esta forma de actuar…
Por otro lado, reflexionas en tu actividad como docente. Piensas que se profesor siempre ha sido tu sueño, pero en realidad nunca has puesto en práctica una metodología que esté probada, una metodología que sepas seguro que va a atraer el interés de tus alumnos… y piensas que en los años que has estado estudiando en la Universidad, te han repetido hasta la saciedad que tienes que utilizar “métodos innovadores”, que hay que captar la atención de los alumnos, que lo que importa no son los contenidos, que en realidad estamos formando a personas y no máquinas… pero personalmente, considero que desde la misma formación, en ocasiones las acciones no se corresponden con lo que se dice.
Me ha gustado mucho esta entrada, hace reflexionar sobre el verdadero sentido de la educación. Pero también tenemos que tener en cuenta que la educación no es solo cosa del profesor, sino que el contexto de la misma influye, ya que en muchas ocasiones se ven perjudicadas algunas acciones que los profesores intentan llevar a cabo con sus alumnos. La sociedad, la política, o incluso la propia institución. En muchas ocasiones no es fácil, pero estaría genial que los alumnos aprendieran con hechos, con situaciones, con vivencias… y no tanto con “lo común”.
Estoy totalmente de acuerdo, que el profesor desde que entra al aula debe mantener en sus alumnos el 100% de su atención, potenciar en ellos el 100% de la motivación que les lleve a nuevos aprendizajes y ponerlos en contextos extremos donde se les haga pensar en la situación, y que harían en la esa situación como en otra que se les plantean diariamente. Un buen profesor no debe de ser un mero transmisor de de su conocimiento, sino que debe de ser el mediador de que en sus alumnos se despierten cada día con ilusión e interés de buscar soluciones a los problemas que se les muestran cada día, no que sus alumnos vayan a la escuela de manera receptiva, lo que este profesor intento reivindicar en esta primera clase fue que todos derecho a decir lo que pensamos en cada momento. Desde mi punto de vista y después de leer esta entrada pienso que más de uno debería de aplicarse al cuento cada vez que entra a clase.