Hace tiempo que me pregunto por los indicadores de la calidad moral de nuestra cultura. ¿Cuáles son las concepciones, las actitudes y los comportamientos que nos indican una buena salud moral de la sociedad? Pienso que uno de ellos es el trato que dispensa a los ancianos y a las ancianas.
En un momento en el que la juventud se ha convertido en una etapa fulgurante de la vida, ¿qué sucede con las personas mayores que viven en las casas y en las Residencias sus últimos años de vida? En una etapa en la que la rentabilidad es una obsesión, ¿qué pasa con los ancianos que ya no son productivos? En una época en la que la velocidad y la prisa se han vuelto determinantes, ¿qué hacen los ancianos y las ancianas que por ley de la naturaleza tienen que caminar y vivir despacio? En una coyuntura en el que la salud y la belleza se han convertido en prioridades, ¿qué hacemos con las personas mayores que, a veces, carecen de ambas?
Los ancianos y las ancianas necesitan el reconocimiento y el afecto que durante tantos años han brindado a los demás. Hay que recuperar el valor de la vejez. Cuando muere un anciano es como si se quemara una biblioteca.
Sé que no es fácil envejecer en un clima que no tiene consideración por las personas mayores. Pero no voy a ocuparme de esa cuestión en estas líneas. Aquí me quiero preguntar por la actitud de los hijos hacia sus padres y sus abuelos y de la sociedad hacia las personas mayores.
Por lógica, los ancianos han acumulando la sabiduría de la vida. “Un rostro sin arrugas es un pliego de papel en el que no hay nada escrito”, dice Jean Paul Ritchter. Por ley de vida, los ancianos saben muchas cosas.
Me duelen las actitudes de agresividad y de desprecio de algunos hijos e hijas respecto a sus padres, que han sacrificado sus vidas de manera incondicionalmente generosa. Me causa una rabia y una pena enorme la desagradecida violencia de algunos adolescentes. Hace no mucho tiempo me contaba una desesperada mamá que no pudo estudiar en sus años jóvenes que su hijo, pésimo estudiante, le había respondido ante un justificado reproche por su holgazanería:
– Cállate, que eres una burra.
Pues sí, desconsiderado jovencito, tu madre es una burra de carga que se sacrifica trabajando sin descanso, que lee sin cesar, que se esfuerza por saber lo que no le enseñaron como te están enseñando a ti.
He visto hace un ratito un breve relato gráfico que, con palabras e imágenes, expresa magníficamente la idea sobre la quiero reflexionar en estas líneas.
Se ve en la imagen a dos personas sentadas en un banco en el jardín de una casa. Luego sabremos que se trata de un anciano padre y de su hijo, ya adulto, que lee tranquilamente el periódico a su lado. Se oye cantar un pájaro mientras la cámara enfoca en plano detalle un diminuto gorrión entre la maleza de los setos.
El padre, que ha observado el movimiento u oído el ruido, pregunta escuetamente:
– ¿Qué es eso?
El hijo, dejando de leer el periódico un instante, contesta:
– Un gorrión.
Y se enfrasca inmediatamente en la lectura mientras el padre parece ausente mirando hacia el infinito. La cámara recoge un nuevo revoloteo del pájaro y el padre vuelve a preguntar:
– ¿Qué es eso?
El hijo, levanta la vista del periódico y con un tono enérgico y un tanto malhumorado, responde.
– Un gorrión, ya te lo he dicho.
Por tercera vez, el padre, pregunta, acercando su cabeza a las páginas del periódico que el hijo sostiene en la mano.
– ¿Qué es eso?
El hijo, visiblemente irritado, le grita a su padre:
– Ya te lo he dicho, un gorrión. Un go-rri-ón.
El anciano padre pregunta un cuarta vez y el hijo estalla y responde gritando:
– Papá, ¿por qué estás haciendo esto? Ya te lo dije un montón de veces. Es un gorrón. ¿No lo entiendes?
Entonces el anciano se levanta lentamente y, ante las palabras del hijo que le pregunta a dónde va, responde con un gesto de la mano, indicándole que espere.
El padre entra en la casa y vuelve, unos minutos después, con un cuaderno en la mano. Se sienta en el banco al lado del joven y, después de seleccionar una página, le indica con un leve golpeteo dónde tiene que leer.
Y dice con indudable autoridad:
– En voz alta.
El hijo va leyendo despacio: Hoy mi hijo, que hace unos días cumplió tres años, estaba sentado conmigo en el parque cuando un gorrión se puso delante de nosotros. Mi hijo me preguntó veintiuna veces qué era eso y yo respondí las veintiuna veces que eso era un gorrión. Le abracé cada vez que me hizo la misma pregunta una y otra vez, sin enojarme y sintiendo afecto por mi pequeño hijo inocente.
Las imágenes cierran el relato de una forma hermosa. El hijo, después de unos segundos de silencio y reflexión, abraza a su anciano padre y le besa amorosamente la cabeza.
Me ha emocionado el relato y me ha hecho pensar en los ancianos de nuestra época, en los ancianos y ancianas de hoy. La juventud se ha convertido en el paradigma deseable de la vida. En la televisión vemos rostros de personas jóvenes, hermosas y sanas. Sin embargo, los ancianos parecen estorbar y ralentizar el ritmo trepidante de la vida moderna.
¿Qué pasa con nuestros ancianos y ancianas? No me refiero solo a los hijos y a las hijas que han recibido gratuitamente durante muchos años atenciones y desvelos. Me refiero también a una sociedad que debe sentirse en deuda con ellos y con ellas. Porque sacaron a flote el país, porque crearon y mantuvieron a sus familias. Porque llenaron de esfuerzo y amor el mundo. No pueden ser hoy arrinconados como si fueran unos trastos inútiles. Sé que hay excepciones, sé que hay padres crueles que solo han provocado, desde la incomprensión y el egoísmo, abandono y dolor. Es probable que ellos recojan la desolación que sembraron.
No quisiera que nuestros ancianos y ancianas se sintieran menospreciados por no ser jóvenes sanos y vigorosos. Ellos tienen tanta necesidad de afecto como de sol. Me gustaría verles felices recibiendo la gratitud y el amor de sus conciudadanos y, sobre todo, de sus hijos y de sus nietos. “Cuando la simpatía está unida a las arrugas, es adorable. Hay un indecible amanecer en la ancianidad feliz”, dice sabiamente Víctor Hugo.
Hermosas reflexiones las de Miguel Ángel sobre la vejez. No podemos ignorar el cúmulo de experiencias, de penas, alegrías y esfuerzos que hay detrás de cada anciano. Yo he asistido a la muerte de más de un anciano y siempre me ha impresionado cuando vienen los de la funeraria y lo cogen como un fardo y se lo llevan como si fuera un paquete. Siempre pienso: cuántas cosas, vivencias, esfuerzos, penas, alegrías se van ahí y se lo llevan como si nada hubiera ocurrido. Quizás no pueda ser de otro modo, pero son sentimientos.
Nuestros ancianos merecen todo nuestro cariño y respeto por el hecho de serlo a pesar de que algunos sean unos cascarrabias o peor. Los largos años de vida van dejando sus huellas…
Me quedo con esta frase de Miguel Ángel cogida de Victor Hugo: “Cuando la simpatía está unida a las arrugas, es adorable.”
Le agradezco enormemente este artículo, señor Santos. Ojalá mucha gente tuviera su sensibilidad.
Un saludo, y muchas gracias.
Enhorabuena por tu artículo, me ha parecido muy bueno, invita a la reflexión. Se lo he leido a mis hijos.
Por Vila-real todavía recordamos tu paso por el Congreso de Mediación Policíal.
Por cierto, no perdemos la esperanza de contar contigo, de nuevo, en próximos Congresos.
Que reflexión más profunda y como duele ver que son una gran realidad y para colmo los dejan en casa de reposo para que no les estorben. Cómo no se dan cuenta de la riqueza que cada adulto mayor tiene y nos pueden seguir entregando. Nuestra sociedad está envejeciendo y las ciudades y servicios deberían ser más amables con todos aquellos que un día nos entregaron lo mejor de ellos su energía para hacer mejor esta sociedad que hoy les da la espalda.
La gran pregunta ¿Que estoy haciendo para modificar estos eventos?¿Cómo me comprometo al cambiar esta verdad que nos empequeñece ?
Atentamente
Buenas a todos y todas.
Primeramente debo disculparme por no aportar al ensayo de la semana anterior puesto que a veces los tiempos y demandas nos superan, y vaya al caso, nuestros hijos y seres queridos son importantes siempre.
al tema de esta semana puedo aportar solamente con un encargo que me hiciera hace algunos años un club de adultos mayores, crearles un himno que los representara, bueno, quisiera compartir con ustedes y con el respeto que me merecen si así es oportuno esta composición, al menos la parte escrita, y la fuente inspiradora. espero no ser latoso ni alargar el espacio de comentarios, pero por esta vez, me disculpan, saludos a todos desde Chile, y en particular a nuestro mentor, Miguel Ángel.
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“Que trata de la experiencia, la entrega, el esfuerzo y sacrificio de quienes dieron y siguen dando todo en su vida, hoy quieren seguir soñando, hoy desean que la vida no termine, años de siembra, la cosecha lista está, para vivirla y gozarla con plena libertad. El amor, el cariño, la tristeza, la soledad, la melancolía, sueños, ideales, todo se plasma en los últimos surcos de siembra, que hoy son la cosecha de la experiencia y sabiduría. Es el recuento de lo vivido y no vivido, de lo que se hizo y no se hizo, y tal vez de lo que algún día quizás pudo ser. La compañía y amistad por sobre todas las cosas, es el camino para encontrar la felicidad.
LETRA Y MÚSICA: CARLOS MENÉNDEZ M voz y coros: Cristóbal Cañas,
Violín y Cello : Marcelo Menéndez Ríos
San José de Maipo, Enero 2009
VIDA NUEVA
A
Muchos años han pasado
De experiencias y campos vividos
Son recuerdos que inundan de alegría
Son mi razón de vivir
A
La siembra de aquellos años
Hoy la quiero cosechar
Del sacrificio entregado
Hoy lo quiero convertir en libertad
B
No somos árboles caídos
Sabiduría es lo que ves
No somos una carga en tu vida
Somos la experiencia de tu andar
C
Déjame vivir y gozar
Es hora de mi tiempo
Que no termine mi caminar
Acompáñame en mi felicidad
No existe un mañana
Sin un hoy que contar
En este lugar de encanto
Vida nueva, vida nueva tendrás.
A
Y si ves un arco iris brillar
Será el reflejo de mi soledad
Sabiduría te entregaré
Mil colores de libertad
A
Leyendas en frías noches querrás
Sólo tienes que oír y soñar
Las melodías dulces de mi voz
Alguna (bella) historia te contaré
B
No somos árboles caídos
Sabiduría es lo que ves
No somos una carga en tu vida
Somos la experiencia de tu andar
C
Déjame vivir y gozar
Es hora de mi tiempo
Que no termine mi caminar
Acompáñame en mi felicidad
No existe un mañana
Sin un hoy que contar
En este lugar de encanto
Vida nueva, vida nueva tendrás.
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GRACIAS!!
Cuando era pequeño, una persona mayor, por la calle, era toda una institución. Me apena ver que un anciano, en una sociedad neoliberalista, ha quedado o bien para cuidar (es un decir) a sus nietos o para, con su menguada pensión, alimentar a toda su familia en el paro. Señal de los tiempos.
Interesante interpelación a la sociedad y a cada uno de nosotros. Para pensar. Y para actuar.
Qué bueno y oportuno llamado a la reflexión.
En un tiempo en el que en mi país, a diario se ve cómo atacan con saña, golpean, matan a veces a pobres ancianos para robarles unos pocos pesos, los que cobran por sus magras pensiones. Siempre hablo de la violencia en general, no de la violencia de género…
Esto me hace pensar: “Todos podemos llegar a viejos”.
Este artículo me ha producido una gran emoción. Me ha hecho recordar a mis padres ya fallecidos. Me ha hecho lamentar todo lo que no les dije. Si pudiera retroceder en el tiempo les dedicaría más de vida, les daría más afecto, más abrazos y entendería muchas más cosas, que creía nos separaban. Ahora cuando no están,cuando me hago mayor, ya es demasiado tarde para mi.
No sé si los jóvenes de ahora entienden esto, quizás estén demasiado centrados en lo suyo y en sus mentes no quede espacio para el afecto de las almas.
Cuando se habla de los ancianos no pensamos a veces en los que tenemos más cerca. Por eso me ha emocionado el comentario de Guadalupe. A veces se hace tarde. Y es una pena. Sobre todo cuando se ha tenido unos padres sacrificados y amorosos. Algunos estamos a tiempo. Gracias al autor por rcordárnoslo.
Buenas M.Ángel,soy el “personaje” que le abordó el pasado sábado en la calle al verle pasear junto a su familia, y le aburrí con mi experiencia laboral y vuelta a la Universidad en plan reciclaje, con treinta y tantos, aunque con la ilusión de un chaval de dieciocho.
1ºaprovechando que desconocía su blog hasta que impartió su ponencia en Jaén: enhorabuena!
2º me toca de cerca la realidad que ha desarrollado en su artículo y he de reconocer, que a veces me he portado como el cabroncete del hijo con su padre, en mi caso, con mi santa abuela, con quién he tenido la suerte de echar los dientes.
¿Qué significa para mi la ancianidad? puff, es harina de otro costal y no quisiera explayarme aquí, se me viene a la cabeza tan solo una reflexión sobre la película “El curioso caso de Benjamin Button”…en realidad, cuanto más viejo es uno (físicamente hablando), más cariño, atención y comprensión necesitan nuestos ancianos ,como si retrocedieran de nuevo a ser lo que son, bebés de 80 años a las espaldas.
Que muchas gracias de nuevo por compartir 10 minutos con nosotros. Suerte con sus ponencias y con la vuelta a la tierra del Shamrock!
Por cierto, he leído “enough is plenty” y que ganas me han entrado de hacerme con unas cabras y tirar al monte cual cabrero!! 🙂
Un gran saludo.
Querido amigo:
Fue un placer charlar en plena calle contigo y con tu amigo. No me aburriste con tu historia. Todo lo contrario: me pareció muy aleccionadora. Creo que hay que felicitarte por tu decisión y tu valentía y, por otra parte, hay que aprender de quienes (como tú) saben cambiar sabiamente de rumbo en un momento de la vida.
Saludos parta tu familia y gracias por la conversación y el comentario. Un abrazo para ti.
Miguel A. Santos
Importante ertera reflexión en una sociedad que necesita reflexionar sobre la naturaleza moral de las relaciones. Ahí está la clave de la inteligencia social.
Un día las personas aprenderemos que la mejor edad es la de estar vivas… Y entonces seremos un poco más felices…