Son innumerables las ocasiones en las que hacemos juicios infundados sobre el prójimo. Guiados por las apariencias, por los prejuicios, por los estereotipos o por los intereses, hacemos valoraciones o descalificaciones completamente gratuitas, especialmente sobre aquellas personas a quienes no apreciamos.
A un alumno que es etiquetado como agresivo se le atribuye la autoría de una pelea, incluso en un día que, por enfermedad, no acude al Colegio. A un gitano se le cataloga de vago, sin conocerlo, aunque sea un trabajador infatigable. Algunos inmigrantes estarán bajo sospecha de ser delincuentes a través de una conexión causal arbitraria realizada insistentemente por algunos políticos torpes o malintencionados.
Este proceder no sólo atenta a la lógica sino a la ética. No existe rigor alguno en estas conclusiones, no se utiliza una argumentación consistente y racional para llegar a ellas. Sólo una gratuita precipitación presidida por la antipatía y el rechazo. Tampoco existe respeto a quien se hace objeto de una valoración negativa. El respeto al que toda persona es acreedora por su congénita dignidad.
Explicaré esta idea con una historia elocuente. Muchas personas podríamos reconocernos en ella.
Dos familias viven en una urbanización con jardín compartido. Los hijos de las respectivos matrimonios piden a sus padres que les compren como mascota un animal. A uno de los niños le gustaría tener un conejo. Al otro, un Doberman. Cuando el padre del niño que quiere tener el conejo conoce la petición del amigo de su hijo dice que no es posible hacer el regalo a su hijo porque el Doberman acabará con el conejo en un segundo.
– No, dice la madre, si los vecinos compran un cachorro de Doberman. El perro aprenderá a jugar con el conejo y podrán crecer felices en el jardín cuidados por los niños.
Compran los animales: un conejo y un cachorrito de Doberman. Conviven los animales en el jardín, juegan juntos, corretean sobre el césped. Los niños disfrutan cuidandolos y jugando con ellos. Pasa el tiempo. El Doberman se convierte en un ejemplar magnífico.
Un buen día el Doberman aparece en la casa con el conejo muerto entre las fauces. El cadáver del animalito está lleno de barro y de sangre. Se quedan petrificados. Alguien dice:
– ¡Tenía que pasar!
Están asustados. Piensan en el disgusto del niño vecino. Será terrible para él saber cómo ha muerto su conejo. Deciden lavarlo y colocarlo en la jaula como si estuviera dormido. Al menos evitarán una primera impresión desgarradora. Todos conocen el amor del niño por el animalito.
Los vecinos se han ido a pasar el fin de semana con otros miembros de la familia. Cuando regresan del viaje el domingo por la noche, llaman a la casa de sus vecinos. Después de los saludos protocolarios, el padre dice:
– Qué pena lo que le ha sucedido al conejo.
– ¿Qué le ha sucedido? Hace un momento estaba muy tranquilo en su jaula.
– ¡No puede ser! El conejo murió el viernes y lo enterramos detrás de la casa.
La sorpresa de la familia es tremenda. En ese momento caen en la cuenta de lo sucedido. El Doberman echó de menos a su “amigo”, lo buscó por todo el jardín, lo descubrió a través de su olfato privilegiado, escarbó en la tierra y acudió a la casa para mostrar lo sucedido a su “amigo”, para “preguntar” por las causas y para que alguien le “devolviera la vida” que le habían incomprensiblemente arrebatado.
Al Doberman le atribuyen la muerte del conejo. No le han visto matarlo pero suponen lo que ha sucedido, se lo inventan, establecen un nexo causal falso, proveniente de un estereotipo, de una suposición, de un prejuicio.
La facilidad con la que establecemos esos juicios gratuitos es asombrosa. Incluimos en ellos no sólo hechos sino intenciones. Si ya es difícil juzgar hechos sin haber visto lo sucedido, ¿qué decir de las intenciones? ¿Cómo atribuir a alguien el motivo que le ha llevado a realizar una acción? ¿Cómo hacerlo con tanta facilidad, con tanta alegría, con tanta seguridad?
Los estereotipos influyen mucho en el establecimiento de conclusiones sin fundamento. El estereotipo es una etiqueta que se coloca sobre un grupo y que lleva a generalizaciones tan gratuitas como injustas. También se confeccionan etiquetas individuales: “Esta persona siempre ha sido…”, “este niño es…”. Los comportamientos de ese niño se enjuiciarán desde esa configuración básica.
No es fácil liberarse del mecanismo de fabricación de etiquetas. Es triste e injusto recibir los juicios descalificadores ajenos cuando a uno le han colgado del cuello una etiqueta maldita. Conozco a una familia con varios hijos. Uno de ellos se ganó a pulso el calificativo de vago, pero no se sentía cómodo con él. Decidió demostrar que era capaz de hacer esfuerzos y de tener éxito. Estudió concienzudamente. Cuando acudió con el informe de evaluación y los padres vieron las extraordinarias calificaciones que había obtenido, exclamaron escépticos:
– Te habrás hinchado a copiar.
La reacción supone una condena para el niño. ¿Cómo puede demostrar que sus padres están equivocados? El juicio descalificador se produce no a través del análisis de lo sucedido sino bajo el influjo de una etiqueta, de un estereotipo que pretende explicarlo todo.
– ¡Tenía que pasar!, dicen los dueños del Doberman. Como si de una ley inexorable se tratase. Si esa ley se aplica a toda la especie humana, es fácil que, ante cualquier situación, se busque la peor interpretación de las posibles. La más negativa. De ese mecanismo perverso han surgido muchos refranes castellanos. Uno de los más condensados en estupidez y maldad es el que dice: “Piensa mal y acertarás”.
El problema del etiquetado es terrible. Está arraigado en la familias, en la escuela y en la sociedad. Es muy importante superarlo por razones de justicia y de racionalidad.
Los estereotipos se aplican sin cesar, casi siempre de forma discriminatoria. Algunas veces sobre colectivos y otras sobre personas concretas. La tarea de la educación es desarrollar respeto y confianza hacia los demás.
«Piensa mal y mal recibirás»
Qizás sea éste el principal problema que tenemos actualmente en educación. Es muy fácil pone etiquetas y no preocuparse del origen de esa actitud,dan por sentado que no merece la pena poner en marcha los mecanismos disponibles para ayudar a ese alumno.
Su artículo, profesor, me ha recordado un cuento tradicional africano, titulado «La rana y la serpiente». Pongo el enlace donde lo encontré. Le mando un saludo.
http://www.radioteca.net/result.php?id=11080009
Es verdad, ¡cuánto daño causan y qué injustos son los estereotipos! Todos los que nos hemos dedicado a la educación creo que hemos sido testigos de esos hechos: alumnos clasificados como vagos a los que no se les reconoce ningún esfuerzo, el que parece que siempre es el culpable de todas las trastadas, etc.
Sr. Miguel Ángel, qué hermosas refexiones que nos deben hacer pensar antes de emitir juicios de valor y, sobre todo, descalificaciones colectivas que siempre son injustas. Saludos
Mi querido Profesor….
Esto realmente pasa a cada rato…no es cierto??
Como si de por sí, no fuera difícil proponerse cambiar en algunos aspectos personales; pareciera que además debiéramos poner en antecedentes al resto de la gente que nos rodea para que ese cambio sea permitido.
Ojalá cada encuentro con las persona, especialmente si ya las conocemos, fuera una nueva oportunidad de percibir lo nuevo que hay en ellas. Un encuentro sin esta gran mochila de prejuicios y juicios que le encanta a nuestro ego y que nos impide mirar a través del amor.
un abrazo grande
María Paz
Los prejuicios se han dado y desarrollado en la humanidad desde nuestros orígenes. Una teoría extendida y aceptada es que la extinción de los neardenthales es obra nuestra, esto es, del homo sapiens: eran muy parecidos, si, pero diferentes en definitiva, menos evolucionados que nosotros así que.. Y desde ahí, hasta ahora, no hay muchas diferencias. El esclavismo ha sido, durante siglos, una práctica extendida: las personas de raza negra eran «inferiores», en todos los sentidos. Se les negaba hasta el alma, simplemente por el color de la piel. Los indios americanos, fueron exterminados: eran también diferentes, sus elementos culturales eran inaceptables. Así que «aquellos salvajes» (tan mal vistos en las películas de John Ford, entre otras), fueron aniquilados a base de mentiras y marginación. Las personas que son «diferentes» porque, en el contexto educativo, son de necesidades educativas especiales siguen siendo invisibles en la sociedad: ¿donde están los síndromes de down, por ejemplo, cuando son adultos?. ¿Cuántos de ellos, en épocas no muy lejanas, antes de la ampliación de la enseñanza a los 16 años y la extensión de las medidas de atención a la diversidad en todos los Centros educativos, no pasaba por ser el «tonto del pueblo»? La diversidad afectivo sexual sigue sin estar bien vista. Una gran parte de la población (por ideologías religiosas, entre otros factores) no conciben la idea de que dos personas del mismo sexo puedan estar emparejados; y otra inmensa mayoría de la población concibe aún menos que puedan tener hijos. La mujer… está cargada de estereotipos en una sociedad que sigue negando la igualdad real en cuanto a efectividad de derechos y oportunidades. Y… bueno, paro. Estereotipos, prejuicios, subvaloraciones… termino con el imperalismo británico en Huelva, en la explotación de las minas de Rio Tinto durante un siglo de los británicos. Para ellos, los andaluces de la zona eran algo así como… «indigenas, incultos y que vivían en pésimas condiciones por la zona, en chabolas sin agua corriente ni electricidad… la perfecta mano de obra baratísima, fácil de manejar y que a nadie le importará si por efectos del trabajo bajo tierra van muriendo rápidamente…», según reza por boca de un solo niño británico que, precisamente, quitándose los prejuicios de encima, se dedicó a jugar con los «indigenas» y que posteriormente escribió, entre otros libros, El Corazón de la Tierra. Iba a parar pero… no. Si se le pregunta cualquier ciudadano español, andaluz quizás por los magrebíes, es fácil imaginar la palabra que emplearía, absolutamente despectiva para referirse a ellos (y eso que las nuevas generaciones desconocen a El Guerrero del Antifaz) incidiendo en toda clase de tópicos, incluso su olor corporal. En fin… lo dejo ya. Nada nuevo bajo el sol, por desgracia. La esperanza, como siempre, depositada en las nuevas generaciones. Salud y buena suerte, compañeros/as..
Profesor
Qué le puedo decir,es muy doloroso que se tilden a las personas sin conocimiento de las cosas que suceden.Yo soy una persona a la cual etiquetaron y es difícil sacarse esa maldad de encima,no habiendo tenido parte ni arte en la maldad de otros.
En fin,lo bueno es que tengo la madurez y la calidad de persona, la tranquilidad de conciencia y aquí estoy leyendo sus hermosas redacciones.
Cariños para usted.
La política del etiquetado es especilamente perniciosa en educación. Las personas suelen responder a las etiquetas como si de condenas irremiables se tratase. Hay que evitarlas y hay que ayudar a que las personas se rebelen contra ellas.
Querida Isabel:
Es aleccionador el cuento que nos brindas de La rana y la serpiente. Algún día lo utilizaré porque está cargado de enseñanzas.
Gracias por compartirlo con todos los lectores y lectoras. Una leyenda persa dice que, al comienzo de los tiempos los dioses repartieron la verdad dando a cada persona un trocito, de modo que para reconstruir la verdad, hay que poner el trazo de cada uno. Todos son necesarios. Ninguno es despreciable. Gracias, Isabel.
qué bueno poder entrar a este blogg. Hoy presencié su charla en Colon.
hola! primero quiero decirle muchas gracias por acercarnos sus conocimientos y compartir sus experiencias con los docentes quienes asistimos a la ciudad de Ceres el sabado 11, y con respeto al articulo somos los adultos quienes cometemos esos errores de etiquetar a los niños,el que siempre habla, el que pega, el que molesta, entonces cuando sucede algo segun sus «etiquetas» son acusados, aveces muy injustamente, por eso es buenos saber escuchar a los niños. una llega un padre y me dice: mi hija no quiere venir a la escuela porque un niño la molesta, le digo: ¿esta seguro?..luego de la charla, entramos a clase le pregunto a la niña en que momento la molestaba, me responde no me molesta, y entonces porque no queres venir a clase? porque esta nublado y hay tormenta. esta niña le tiene mucho miedo a las tormentas e invento toda esta historia aprovechando que este niño tiene algunos problemas de conducta.entonces tuvimos una larga charla con todos los niños y escuchar sus opiniones por lo sucedido.