Al terminar una conferencia en la ciudad argentina de Rosario del Tala (Entre Ríos) se me acercó una docente y me entregó un escrito redactado por un alumno de 12 años. Me contó que una profesora les había pedido a sus alumnos y alumnas que escribieran lo que sucedía en el trayecto que recorrían desde la casa a la escuela. Uno de los niños había presentado el ejercicio que, en ese momento, ella ponía en mis manos. Lo transcribo íntegramente eliminando cualquier referencia que permita identificar al alumno, al colegio y a la profesora:
“Cuando salgo de mi casa voy muy bien hasta que llego a la calle (…). Cuando entro al Colegio y miro para fuera veo a la señora (…) venir en su moto 110. Me da un escalofrío y cuando termina la hora de ella es para todos un alivio”.
El texto no puede ser más corto ni más elocuente. Todo hace pensar que el escalofrío del que habla el niño tiene que ver con el miedo y no con el entusiasmo. Las cosas van bien hasta que llega la hora de clase de esa docente. Y luego todo va mal hasta que termina. Por lo que escribe el alumno, eso sucede con todo el grupo al que pertenece. No es, por consiguiente, un mal rollo del autor del escrito. Es un problema que genera la actitud de la profesora.
Me gustaría saber con qué ánimo acude la docente a sus clases. Si disfruta o padece su trabajo, si quiere a los niños y a las niñas o los aborrece. O quizás, si le son indiferentes. Me gustaría saber cómo termina ella su hora de clase. Es decir, si ese sentimiento de alivio que tienen sus alumnos es también para ella un sentimiento de liberación. Porque creo que las relaciones del aula se establecen en espejo. Los niños ven reflejada su imagen en el espejo del profesor y viceversa. Ambos devuelven la imagen proyectando lo que sienten, reflejando lo que viven. Ambos se retroalimentan. En esta historia me preocupan los alumnos y las alumnas. Y también la profesora. No creo que se sienta muy feliz. Y no hay nada más importante que serlo. ¿No sería mejor que pudiese disfrutar de su tarea?
Pero hoy me quiero centrar en la actitud de esta docente que convierte sus clases en un calvario para los escolares. Lo que podía ser un fiesta se convierte por arte de su mala magia en una tortura. Lo que podría ser hermoso se convierte en horrible. Decía Winston Churchill: “Me encanta aprender, pero me horroriza que me enseñen”.
Es probable que, preguntada por las reacciones de sus pupilos, ella argumente que son indeseables, que son malos estudiantes, personas de escasa capacidad y de nulo interés. Sin caer en la cuenta de que, quizás, ese mismo grupo sea un grupo aceptable o excelente para otros docentes que trabajan con ella en la misma escuela.
Sé que hay alumnos y alumnas que hacen la vida imposible a sus compañeros y a sus profesores. Es muy fácil reventar una clase. Sé que hay alumnos y alumnas que acuden a la escuela forzados por la familia y por la ley. Lo oigo cada día. Y sé que no es fácil, para aquellos docentes esforzados que quieren enseñar, reducir esos aires desafiantes y provocadores. Sobre todo si los padres han arrojado la toalla o han dimitido de cualquier responsabilidad. El verbo aprender como el verbo amar no se pueden conjugar en imperativo. Sólo aprende el que quiere.
Pero no es menos cierto que nosotros podemos hacer más cosas y, sobre todo, hacerlas mejor. La docente de nuestra historia está enfrentada a la enseñanza. Está enemistada con ella. Su presencia hace ingrata una tarea que, en sí misma, es placentera e, incluso, apasionante. El ser humano está diseñado para el aprendizaje. Los niños y las niñas gatean, exploran, preguntan, tienen una curiosidad innata. ¿Cómo es posible que cuando llega la hora de realizar aprendizajes sientan el escalofrío del miedo? ¿Cómo es posible que cuando termina una experiencia de aprendizaje sientan alivio? Algo falla cuando esto sucede. Y si sucediese en todas las clases no es aventurado deducir que los alumnos carecen de aquella disposición emocional para el aprendizaje que hace viables las adquisiciones relevantes y significativas. Pero si sólo sucede en una asignatura, si sólo sucede con una profesora, es obvio que ella arrastra un problema a sus clases, que su actitud está provocando un rechazo peligroso.
No todas las clases pueden ser divertidas, chispeantes, motivadoras. Los niños y las niñas tienen que aprender que algunas serán más aburridas, más pesadas, menos emocionantes. Es entonces cuando tienen que echar mano de la voluntad, del esfuerzo complementario, del interés añadido.
Pero es obligación del docente procurar que sus alumnos tengan interés por el aprendizaje, provocar con su actitud, con sus métodos, con su ejemplo y con sus palabras el deseo de aprender y de ayudar a que los demás aprendan.
Cuando saco a colación un caso como este no es que quiera desprestigiar a los docentes, sacarles los colores o decir cuán inútiles son. No. Sé que la inmensa mayoría de los docentes son trabajadores esforzados y entusiastas. Lo que me interesa es instar a la pregunta, a la interrogación, a la preocupación por la mejora. Porque si no nos hacemos preguntas es imposible que busquemos y que encontremos respuestas.
Dice Manuel Cruz en un excelente artículo titulado “Amar la duda”: “Al ignorante, por su condición de tal, todo debería sorprenderle y, sin embargo, nada parece venirle de nuevas”. Eso es. Cuando la rutina, la pereza, el desamor, el pesimismo, la comodidad o el desaliento matan la perplejidad, estamos condenados a repetir aquello que hacemos, aunque esté impregnado de evidentes y lamentables errores.
Impresionante. Está claro que hay que hacer esfuerzos, que no todo tiene que ser divertido, pero no es igual esforzarse con sentido, con ilusión, con gusto que a la fuerza, con miedo y con antipatía. Parece que esto que se cuenta sólo es perjudicial para los alumnos. Yo diría que hay la víctima más afectada por esa actitud es la propia profesora. Yo creo que una persona así no puede ser feliz.
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Querido Miguel Angel, siempre eres muy optimista, pero veo que también muy realista. Mi vida se dedicó a la educación, pero entre los docentes, policías, políticos y todas aquellas profesiones que parece que tenemos más derecho a exigir honestidad, nos sobra experiencia para observar, cada día, como se prostituye, en muchos casos, el noble ideal, que en principio, inspira a tantas profesiones. Por suerte, este mundo sigue funcionando gracias a que el bien hacer predomina sobre su contrario.
Gracias, Miguel Angel, por todos tus artículos que nos ayudan a reflexionar y a ser mejores. Un abrazo
La actitud de los docentes es fundamental. La enseñanza es una tarea que se basa en la comunicación. Es fundamental que exista una buena actitud hacia lo que se hace y hacia las personas con las que se hace. ¿Qué se puede esperar de quien llega al aula y despierta esas reacciones entre sus alumnos? Ese escalofrío de miedo constituye un obstáculo difícil de superar para que haya aprendizajes significativos. La solución está en seleccionar mejor, en formar mejor y en evaluar la docencia y no sólo a los alumnos.
“Hace bastantes años, en un curso que impartí al alumnado de bachillerato en el instituto de Montilla (Córdoba) sobre ‘Educación para la Paz’, abrí un debate con los asistentes acerca de la violencia en las aulas. Aparecieron las formas de coacción que ejercen profesores y profesoras con sus alumnos. En un momento dado, les planteé que la enseñanza era en trabajo con una componente vocacional muy alta, en el sentido de que este trabajo no solo sirve para transmitir conocimientos, sino también valores, motivación, confianza… y que para que ello se produjera era necesario que al profesor o a la profesora les gustara mucho su labor de enseñar. En medio del coloquio, les planteé la siguiente pregunta: ‘¿Cómo sabéis vosotros que quien os da las clases le gusta la enseñanza?’ Se quedaron un tanto sorprendidos porque les parecía que la pregunta era muy sencilla. Uno de los chicos levantó la mano y me respondió: ‘Eso es muy fácil, se le ve en la cara”.
Si traigo esta pequeña anécdota para explicar el carácter vocacional del docente, es para hacer ahora la pregunta: “¿A cuántos se les ve en el rostro que disfrutan impartiendo sus clases?”.
Como en cualquier gremio, habrá profesionales más compenetrados con su labor que otros, que lo estarán bastante menos. Esto es evidente y creo que ya se han sucedido varios artículos en esta línea y no pocas opiniones al respecto como para volver a incidir en que entre otras virtudes asociadas a la aptitud docente, se debe ser un buen comunicador,conocedor de dinámica de grupos, conocimiento del perfil psico cognitivo del alumnado en relación a su edad, etc. Lo que nos debe importar, por encima de poner énfasis una y otra vez en hipotéticas disfunciones del cuerpo docente, es que la inmensa mayoría hace un trabajo extraordinario: dentro del aula, a nivel tutorial, en relación a las actividades complementarias y extraescolares, en atención a la diversidad, generando medidas de compensación educativa, contribuyendo a la adquisición de las competencias básicas, incidiendo en la lectura comprensiva… En fin, quién conozca, en el día a día, la actividad de un Centro Educativo, de cualquier nivel, dará fácilmente fe de ello, sobre todo los que tienen experiencia dilatada al respecto como docentes. Por último, me resulta extraño que no se haya publicado ningún artículo en torno al PISA, independientemente de los resultados, pienso que ya suficientemente conocidos por la sociedad en su conjunto, tal incidencia tienen los resultados en los medios de comunicación. Bueno compañeros y compañeras, un saludo muy fuerte.
Volviendo de mis mini vacaciones me encuentro con este artículo que me ha tocado el alma…de mamá y de docente.
Decía Paulo Freire en “Cartas a quien pretende enseñar”: No permita que el miedo a la dificultad lo paralice. Continúa Freire: “Creo que el mejor punto de partida para este tema es considerar la cuestión de la dificultad, la cuestión de lo difícil, y el miedo que provoca. Se dice que alguna cosa es difícil cuando el hecho de enfrentarla u ocuparse de ella se convierte en algo penoso, es decir, cuando presenta algún obstáculo. “Miedo”, según la definición del Diccionario Aurelico, es un “sentimiento de inquietud frente a la idea de un peligro real o imaginario”. Miedo de no poder franquear las dificultades para finalmente entender…”
Ud. mi querido Maestro ha dado un ejemplo doloroso de la actitud de un docente con su alumno… Y obviamente comenzaré por describir a la docencia como “virtud”, y de esta manera, formaré una concepción inicial de las características que, según mi criterio, debería portar o ser el docente – educador. Para Cullen, “(…) entender, la docencia como virtud es calificar su profesionalidad como moralmente buena y el entender esta virtud es calificar su práctica como éticamente justa”. La docencia como virtud se refiere, según Cullen a actuar cada vez mejor en la práctica, de manera inteligente. Poder elegir, en base a la propia actividad, los métodos o acciones que resulten moralmente buenos sin pensar o permitir exigencias o presiones externas o internas. Lo que no significa que dicho contexto no exista y que no influya en el sistema educativo. La docencia como virtud, se presenta así, como una forma de resistencia, como un modo de saber diferenciar, por medio de la educación, lo que es justo y correcto de lo que es injusto o incorrecto. También entender a la docencia como virtud, implica estar abiertos al dialogo, a la escucha, a la alteridad.
Ya que por medio de la enseñanza de conocimientos, se realiza simultáneamente la socialización del sujeto. Por eso enseñar bien no es solo enseñar tales o cuales contenidos de manera correcta, sino que también es el reconocimiento de la libertad y el deseo de aprender de todos los alumnos. Además de esta apuesta a la justicia como virtud social por excelencia, Cullen propone a la docencia como la constructora del espacio público y como hacedora de un lugar común que se normativiza con las crítica. “La docencia enseña bien, porque enseña a pensar”.
Pero ni lo que enseña Cullen o del Miedo que nos habla Freire, me permiten olvidar el enorme daño que a mi hija hoy de 26 años, la Directora de un Jardín Exclusivo de Argentina en sala de 4 años, le hizo cuando ella que no cortaba una figura como correspondía; al entrar en la sala y observarla le gritó: “Te obligó a que cortes”. Fue tal el grito que le dio a María Emilia, que quedo paralizada y lloro en silencio y ni siquiera se animó a contármelo a mí (Me entere por su maestra) y mi hija jamás volvió a cortar nada.
Como mamá y Prof. De Nivel Inicial, me quería comer a la Directora, pero el daño estaba hecho. Casos como el que nos cuenta o el que yo expongo, hay miles lamentablemente.
No soy la mejor docente pero como diría Freire “Saber enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción”
Esta frase me lleva a reflexionar que la educación no es solo depositar conocimientos y valores, sino que debe ser un acto cognoscente responsable, donde el educador aprenda y resignifique los saberes y las experiencias de los educandos. De este modo, “el educador ya no es sólo el que educa, sino aquel, que en tanto educa es educado a través del diálogo, quien al ser educado, también educa”.
Así la educación se convierte en una comunión donde nadie es superior a nadie. Donde los educandos, se vuelven investigadores críticos de su proceso. Se logra, a través del diálogo constante, una comprensión del mundo en la relación entre educador y educando que lleva a una transformación profunda de la concepción de la educación.
Mi Cariño y Admiración de siempre Maestro!!!
Sin lugar a dudas, es la profesión de educador una de las que más relaciones humanas establece, si no es la que más, tanto directa como indirectamente. Y también creo que cada docente tiene el deber de decidir cada mañana y antes de estar frente a sus alumnos, si desea convertirse en un factor de dicha o desdicha para cada uno de ellos.
En el trato con los alumnos, mucho tiene que ver, el simple y placentero hecho de practicar la cortesía. Los alumnos son nuestros clientes y lo deseable sería generar en ellos diariamente y como un reto profesional: el deseo de volver a estar frente a nosotros en el día a día.
En los enfoques de una educación modernizante,ya no son concebibles actitudes autoritarias, despóticas, ásperas o agrias por parte del docente que realmente pretenda ejercer un liderazgo efectivo, y menos aun cuando hoy en día se conocen teorías que dan soporte al trabajo por competencias, como por ejemplo, la de Inteligencias Múltiples de Gardner. Así, es posible comprender al niño que requiere del movimiento, como del aire para respirar; y es entonces cuando nos damos cuenta que hoy más que nunca se requiere de Maestros talentosos, creativos y enamorados de su profesión, por la oportunidad que ésta ofrece para el trato cotidiano con Personas en Construcción y en donde es Él, el docente, un elemento fundamental para que esa edificación sea una verdadera obra de arte.
Es común escuchar aún hoy en día tanto a educadores como a padres de familia que dicen: “Si se portan bien, les daré un premio”. Ante esto, surge la pregunta: ¿Y qué significa portarse bien? En el concepto de la educación tradicionalista significa: no hablar, no moverse, no cuestionar, hacer lo que el maestro indica y sin chistar, casi, casi…no respirar.
Hacer que los alumnos amen la duda, como bien dice Manuel Cruz y la expongan sin temor a ser ridiculizados ante el grupo para el logro de conclusiones mas precisas es labor deseable en el docente actual. El día que los alumnos no tengan nada que preguntar o cuestionar por saberlo todo, se acabarán las escuelas.
Dice Paulo Freire en su “Pedagogía del oprimido” “Hemos creado una pedagogía de la respuesta en lugar de crear una pedagogía de la pregunta” Es decir: nos la pasamos dando respuestas a cuestiones que los alumnos ni siquiera desean saber, en lugar de dar pie a las preguntas generadas por ambas partes.
Sócrates decía que cuando dos personas que tienen ideas opuestas establecen un diálogo, entonces se acercan a lo mas parecido a la verdad.
MAESTRO MIGUEL ANGEL, MI SALUDO, AGRADECIMIENTO Y ADMIRACIÓN REITERADOS POR SUS IDEAS QUE ILUSTRAN.
Querido Maestro, antes que nada un afectuoso saludo y un gracias extensivo también, a los compañeros y compañeras que comparten sus pensamientos.
No puedo estar más de acuerdo con usted.Qué necesarios son los espacios y tiempos para una verdadera reflexión!
Una nueva mirada no es posible, si la escuela y nosotros mismos no somos capaces de generarlos desde la honradez , el respeto, el afecto y la disponibilidad de crear vínculos.
Espero poder seguir aprendiendo de su saber y saludarle el dia 2 de febrero en Valencia.
Besos
El ámbito afectivo me parece fundamental en la tarea académica. Es decisivo que el profesor esté contento con la tarea elegida. Los alumnos saben muy bien cuándo le importan a un profesor. En este caso, en lugar de satisfacción, el alumno lo que siente es miedo. Qué terrible para los dos (profesor y alumno). Saludos.
Ante comentarios tan documentados como los que aquí suelen aparecer, los que a mí se me ocurren son bastante simples. Así pues, he estado tentada a no escribir la reflexión que este artículo me ha sugerido, pero lo voy a hacer. Escalofríos me han producido a mí con frecuencia ese tipo de profesores en las sesiones de evaluación, ocasiones ha habido en que creía haberme distraído y he tenido que preguntar si las opiniones que tal o tales profesores expresaban y compartían se referían a tal alumno, porque las mías no tenían nada que ver con las que yo estaba escuchando. Si uno da lo mejor de sí mismo recibe en la misma medida y viceversa. Ojalá este tipo de artículos motivasen a los que no lo están, que lo dudo, porque lo que no suelen hacerse es autocrítica.
Un saludo, querido profesor.
Me parece tremendo que un niño, ante la presencia de quien tiene que enseñarle, en lugar de sentir empatía y emoción, lo que sienta es un escalofrío. Y, por lo que cuenta en su relato, no es el sólo. Todos los alumnos sienten alivio al terminar la clase. Algo falla.
La mejor manera de conseguir aprendizajes significativos es crear un buen clima en el aula, a través de lña relación sincera y afectuosa del profesor con los alumnos. Para que haya buenos aprendizajes es preciso una disposición emocional favorable. Y esa disposición la consigue el profesor a través de su relación. Los esfuerzos se hacen más fácilmente cuando hay motivación.