Verano. Calor y diversión para muchas personas. Para otras, abandono y soledad. Lo saben bien algunos ancianos y ancianas que viven en estas fechas la asfixia de la temperatura y, sobre todo, la asfixia de la soledad. Como resultan un estorbo para algunos planes, sus familiares los dejan en cualquier residencia o, más sencillamente, los dejan solos en la casa.
Susanna Tamaro (que no es santa de mi devoción) ha escrito recientemente una novela corta titulada ‘Luisito’. Luisito es el nombre de un papagayo que recoge una anciana solitaria (maestra jubilada, viuda y madre de dos hijos) de entre un montón de basura. El papagayo le brinda la compañía que le niegan los hijos y las personas que la rodean. A su lado recupera las ilusiones y el entusiasmo por vivir. La crueldad de algunas personas pretende privarla también de esta salvífica compañía. Se trata de una fábula compuesta, según las palabras de la autora, «en contra de un mundo inhumano que desprecia a los ancianos».
Betty Friedan es autora de un excelente libro sobre el arte y la ciencia de envejecer. Se titula ‘La fuente de la edad’. En él habla de la vejez como una nueva aventura que hay que saber vivir. No es tarea fácil porque comenzamos a pensar en ella cuando las velas empiezan a valer más que la tarta. Podemos enseñarnos mutuamente qué es y cómo es realmente envejecer. Para hacerlo más sabiamente, para evitar el terrible aislamiento de la edad. Lo que ella llama «el azote gris». Friedan sugiere que nos debemos preparar mucho antes siendo nosotros mismos a nuestra edad, cultivando amistades, adquiriendo independencia económica y, sobre todo, aceptando psicológicamente las condiciones de esa etapa de la vida.
Pasamos una parte de la vida queriendo tener más años, deseando ser mayores y otra quitándonos años, deseando rejuvenecer, haciendo la cirugía estética. La ocultación de la edad, la resta de años cuando se pregunta por los que uno tiene, el sabor agridulce de los cumpleaños, la indumentaria impropiamente juvenil»: he ahí algunas señales de alarma. Como siempre, también aquí la mujer lleva la peor parte. La decrepitud es una catástrofe para quien ha tenido que ser obligadamente hermosa (no necesariamente perspicaz o inteligente) para ser considerada una mujer valiosa. La vejez es un etapa complicada para quien ha sido dependiente del patriarca y cuidadora de los hijos (una vez que se encuentra con el «nido vacío»). La mujer envejece de forma diferente porque ha tenido esclavitudes peculiares: esclavitud de la belleza, falta de independencia económica, unión de sexualidad y reproducción, vivencia difícil de la menopausia… En definitiva, no es lo mismo envejecer siendo hombre que siendo mujer. Otro ejemplo: No es socialmente aceptable que una mujer mayor se una sentimental o sexualmente a un joven, pero sí a la inversa. Por eso se habla de la vejez como la segunda oportunidad de las mujeres.
Josefina Bianchi, un personaje de la excelente novela «De amor y de sombra», de Isabel Allende, que encarna a una famosa artista jubilada, en la Residencia de Ancianos «La voluntad de Dios’, dice a su interlocutor»:
– ¿Qué pasó, hijo mío? ¿Dónde están el vino, los besos, la risa? ¿Dónde los hombres que me amaron? ¿Y las multitudes que me aplaudieron?
– Todo está aquí, en su memoria.
– Soy vieja, pero no idiota. Me doy cuenta de que estoy sola.
He aquí la servidumbre, la desolada realidad. Muchos ancianos se encuentran solos. Muchos se extravían por los senderos de la vida. Porque los han ido aislando. Porque los abandonaron precisamente aquellos a quienes amaron. La soledad es la peor condena de la vejez. A los ancianos se les niega hasta el derecho a la sexualidad. No parece razonable que se enamoren dos personas de avanzada edad y cuando un anciano muestra interés por el sexo opuesto se le califica despectivamente de «viejo verde»… Resulta una broma mordaz aquel reclamo publicitario: «Joven ecologista busca viejo verde».
¿Por qué no compartir con los ancianos el tiempo, el recuerdo, las emociones de modo que juntos ahuyentemos el miedo a la muerte y a la soledad? Esa sería, a mi juicio, una señal de madurez de nuestra cultura y de nuestra sociedad. No una bobalicona compasión. Esa actitud que clasifica las edades del ser humano en juventud, madurez y ¡qué bien te veo! Nuevamente habrá que recurrir al optimismo. A fin de cuentas, como dice Maurice Chevalier, envejecer no es tan malo cuando se piensa en la alternativa. ¿Y los miles de cosas apasionantes que todavía se pueden hacer (no digo sólo contar)?
Pienso en esos ancianos que están confinados en las casas porque la ciudad es inhóspita para ellos. La ciudad está hecha para varones jóvenes y sanos que conducen el coche apresuradamente. Pienso en esos ancianos y ancianas que también sienten la hostilidad en el propio hogar, porque ya no se valen por sí mismos. No sirven. O, mejor, sirven para estorbar. El paso lento de los ancianos dificulta el ritmo frenético de nuestras zancadas. Resulta muy triste ver cómo se arrincona a quien ya no tiene juventud o vigor o capacidad de trabajar y de rendir. Tanto produces, tanto vales. Como no produces nada, no vales nada.
Resulta desolador que algunos desalmados se aprovechen de los ancianos que viven en una residencia Es intolerable que, ante su incapacidad para rebelarse, los maltraten, no los aseen o los sometan a tratos vejatorios. Es sobrecogedor que se robe y se asuste a los ancianos que viven en soledad. Es muy triste comprobar cómo se va arrinconando a las personas por la edad y haciéndolas descender en el orden jerárquico de las empresas. A un anciano le decían con desprecio en «su» empresa de toda la vida: «En el escalafón ocupa usted un lugar entre el último empleado y la mugre que está detrás del frigorífico».
Ernesto Sábato, que sabe mucho de dolores y de ingratitudes, dice en su libro «La resistencia»: «Me avergüenza pensar en los viejos que están solos, arrumbados rumiando el triste inventario de lo perdido». Creo que la altura moral de una sociedad se mide por el trato que brinda a los ancianos.
Todos queremos poseer el secreto de la eterna juventud. Vivimos en una sociedad donde la juventud y la belleza parecieran ser los principales aseguradores de la felicidad. Es difícil luchar contra una corriente tan fuerte. Y es más difícil si se es mujer. Por el simple hecho de ser humanos tenemos miedo a envejecer, pero el miedo es a la muerte. En realidad lo querríamos no es ser siempre jóvenes, sino ser eternos…
Pero cada persona es responsable, en parte, de como será su propia vejez. Se recoge lo que se siembra. Si pasaste por la vida pensando en vos y siendo consiente o inconsientemente egoísta, es muy probable que al final del camino te encuentres solo. Si sembraste amor, sin duda amor vas a encontrar.
Sería muy interesante analizar la historia cada persona que se encuentre en una residencia de ancianos.
Y no es una cuestión de dinero. Conozco infinidad de personas, que con muy pocos recursos cuidan de sus «viejos» con mucho cariño. Y conozco también quienes los depositan en expléndidas residencias: bellísimas cárceles de oro y soledad.
Valorar a un ancian@, es valorar nuestras vidas doblemente…
Pues es de ellos que estamos aqui hoy…
Que bonito se tod@s nosotros supiesemos aprovechar toda la experiencia de ellos para dejar de trompezar en nuestras vidas, nos serviria de mucho, y ell@s los mayores se sentiriam mucho mas útiles…
Amo a todos los maiores del mundo, y me encanta esucharles hablar, de sus esperiencias es como se ellos volvieran en el tiempo, es como se nosotros nada mas con escucharles les damos mas vida..
Com el simples acto de oirles les cargamos las pilas..
Lo que plantamos cojermos, si respetamos a nuestros maiores seremos igual de respetados, pues nuestro exemplo sirve para mucho en esta vida…
Mi mejores momentos fueron los que pase al lado de mi abuela y ti@s abuelos que em paz descanse..
Te amo abuela Antonia Maria…
Gracias por vuestra enseñanza.
La asfixia de la soledad nos alcanza a todos sin distinción de edades, se han de fumigar asedios y ritos familiares para poder arrancar el reguero de las propias decisiones. ¿No son los tópicos las tapias en las que caemos para no avanzar? .
Pues uno es actor responsable de su vida y no se simplifica con preinscripciones.
El amor se construye y ya no vale el principio de la culpa, esa herencia heredada y cíclica de poder: sumisión- explotación. Almenos hay gente que sobrevivió al dejar de practicarlo y otros que murieron para que hoy tuviéramos esa posibilidad.
Defiendo a ultranza la sensibilidad como patrimonio para no devorarnos pero nada debe ser impuesto si se quiere ser libre .
¡ Cuàntas verdades ¡ Humildemente considero oportuno recordar…» has a los demàs, lo que deseas para tì»… y què mundo de ancianos maravillosos tendremos….las cirugìas estèticas arreglan sòlo el envase, el contenido se deteriora inexorablente en todos…hasta siempre.
Dicen aquello de:»juventud divino tesoro». Pienso que ya es hora de cambiar el dicho por éste que dice:
«SENECTUD DIVINO TESORO».
¡Excelente artículo!
No sólo debemos cultivar el respeto a los mayores, sino valorar su experiencia y sabiduría.
Considero que se debe sustituir el concepto de relegarlos a un segundo o «tercer» plano («tercera edad»), por el de canalizar sus potencialidades de continuar aportando -a otro ritmo seguramente-. Pero el valor no estriba en cantidad sino en calidad. Pueden aportarnos cariño, capacidad de escucha, comprensión, experiencias vividas y consejos, conocimientos, técnicas, destrezas…
El desprecio a los que «ya no sirven» o «estorban» delata nuestra propia inutilidad, en cuanto que demuestra nuestra incapacidad de valorar lo que somos como especie.
Un abrazo y muchas gracias por el artículo.