Cuentan que una mujer en un cálido día de verano llevó a su hijo a la playa a bañarse. Aunque el niño sabía nadar se arriesgó un poco más que otras veces y se terminó alejando bastante de la orilla.
De pronto le dio un calambre en la pierna derecha, se empezó a poner nervioso, tragó agua y todos los indicios hacían suponer que iba a ahogarse si nadie le socorría. La madre que lo vio comenzó a pedir socorro a gritos para que alguien ayudara a su hijo. Ella, lamentablemente, no sabía nadar. Un muchacho joven y valiente que pasaba por allí no se lo pensó dos veces y se lanzó al agua, nadó hasta llegar al niño y lo trajo sano y salvo hasta la orilla donde se encontraba su madre. La mujer, al ver al niño, se volvió hacia su salvador y le dijo, malhumorada: Oye, espera un momento. El niño llevaba unas gafas y un gorro de baño. ¿Dónde están? ¿Por qué no los has traído?
La pregunta de la madre es típica de las personas de actitud mezquina. En lugar de agradecer al joven el enorme favor que le ha hecho, sólo tiene ojos para ver una miserable ausencia.
Todo el mundo conoce a personas que reaccionan de esta manera tan triste e indignante. Ante un hecho cargado de maravillosas connotaciones, sólo se fijan en un pequeño detalle negativo. De una persona extraordinaria sólo destacan un pequeño defecto. Sobre una espectacular expectativa, ponen la mancha de una minúscula reserva. Son personas que suscribirían a pie juntillas el pensamiento de Wendy R. Ellner: “¿Qué se puede esperar de un día que comienza teniendo que levantarse?”. Y la afirmación de Bob Uyeda: “Cada mañana anuncia un nuevo día en el cual algo puede salir mal”.
Es el “síndrome del punto negro”, que caracteriza a las personas que sólo ven la mancha minúscula en un enorme lienzo blanco.
Pondré algunos ejemplos de manifestaciones del síndrome. Si alguien va a realizar un viaje ante el que muestra una gran ilusión, esa persona deja caer una premonición insidiosa: “Pues va a llover”. Si se habla del examen que va a realizar un allegado, un examen decisivo para aprobar una oposición o para finalizar la carrera, vaticina con aplomo: “Suspenderá”. Si un compañero decide disfrutar de una jornada esquiando, advierte con acento premonitorio y una amargura anticipatoria difícil de superar: “Se romperá una pierna, lo estoy viendo. Y Dios quiera que no se rompa la columna o la cabeza”. Si un conocido abre un negocio, comienza un trabajo o se embarca en una empresa que encierra algún riesgo, la adivina pronostica: “Tendrá que cerrar”. Si alguien sale apresuradamente de la casa para coger un avión, un tren o un autobús, le advierte como si tuviera por cabeza una bola de adivinación: “Llegarás tarde”. Y si ella misma tose levemente dos veces seguidas, hace una exclamación cargada de resignación y angustia que, de no conocerla, dejaría a todos sin aliento: “He cogido una pulmonía. No saldré de ésta”.
El mecanismo que utiliza para anunciar los males, no sólo se aplica a las personas. También vale para la política nacional y para el devenir del mundo: “Menuda catástrofe se avecina con esta política. Estamos al borde del precipicio. Estamos asistiendo a la desintegración del país”.
El arte de la mezquindad psicológica se perfecciona sin cesar. Las personas con el ‘síndrome del punto negro’ encuentran cada día mil ocasiones nuevas de ejercitarlo. Mil modalidades ingeniosas de colocar la atención en la sombra, en el defecto, en la desgracia. A fuerza de insistir, a base de practicar, acaban por hacerlo perfectamente.
Estas personas son pájaros de mal agüero, que anuncian males y desdichas. Olvidan que la verdadera desgracia es permanecer a su lado. Tienen el don de encontrar una plasta de vaca en un inmenso territorio sembrado de flores, la facultad de ver una mancha imperceptible en un traje resplandeciente, la habilidad de percibir un defecto minúsculo en una persona ejemplar. Tienen en los ojos dos lupas que agrandan lo negativo, que lo potencian, que lo magnifican.
Las personas con esta actitud encuentran un secreto placer al aguar una fiesta, al anunciar un desastre, al predecir una calamidad. Es su forma de hacerse notar, de hacerse valer. El síndrome de lo negativo nace de una actitud pesimista y destructiva. No vale para ellas la lógica ni existe forma de persuadirlas de sus errores de apreciación. Tienen tal convicción que resulta imposible disuadirlas de sus vaticinios calamitosos. Hacen y deshacen a su antojo los nexos entre los males y sus causas.
Resulta terrible vivir con estas personas Son capaces de ensombrecer el día más luminoso, de matar cualquier sonrisa, de anunciar cualquier catástrofe, de acabar en un instante con cualquier ilusión. Están especializadas en detección de males, desgracias y accidentes. Pocas veces sucede lo que anuncian, pero no se dan por vencidas. Alguna vez aciertan y entonces lo hacen saber con insistencia machacona: “Ya lo había dicho yo”. Cuando esto sucede se regocijan interiormente.
Si los vaticinios maléficos no se confirman, piensan que ha existido algún fallo. O bien, que todavía no ha llegado el momento preciso en que se cumplirá su premonición. Se trata, probablemente, de un mero aplazamiento. Mejor será suponer que acaecerá inexorablemente algo peor de lo que habían anunciado .
Cuando las personas con este síndrome ven que su negro vaticinio no se cumple lo lamentan y se deprimen. Les sucede lo que Augusto Monterroso cuenta en su fábula “El Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio”. Dice así: “Hubo una vez un Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió mucho”.
El síndrome del punto negro
24
Feb
Una actitud optimista y positiva frente a los contratiempos de la vida requiere de un esfuerzo constante. Lo defectos se ven con más facilidad. ser pesimista es más fácil.
Si vemos la belleza del vestido, y no nos importa la manchita, si sabemos descubrir en los otros lo mejor que tengan (¿quién no tiene algo bueno?)seremos más felices y serán más felices los que tengamos cerca.
Sabemos que el sol siempre está aunque no lo veamos, pero a veces vivimos como si nunca fuera a aparecer de nuevo. Una actitud alegre, optimista y positiva hace que cada día sea mejor, cada momento malo un crecimiento, una puerta para abierta a la esperanza.
Me encantó el texto, creo que un fiel ejemplo son algunos docentes de la Universidad que como me he dado cuenta tienen ciertos prejuicios sobre los alumnos. A la hora de evaluar anteponen dichos prejuicios sobre los conocimientos de sus alumnos. Logrando de este modo dos tipos de evaluaciones muy disímiles y contradictorias: A los unos los evalúan por lo que saben y a los otros por lo que no saben. Creo que es una de las mayores injusticias en las que se ponen en juego la viveza y picardía de los unos frente a la responsabilidad y esfuerzo de los otros. Como egresada de una Universidad pública reconozco que en las materias que mejor preparada estuve y de las cuales tengo mayor manejo y conocimiento tengo las calificaciones más bajas; en cambio, las mayores calificaciones las tengo en algunas que algún que otro libro me ha faltado leer (soy profesora en Letras). Por ello siempre se debe tener cuidado en que no se le ponga la nota al alumno sino que el se la merezca. Quizás se una utopía pero hay que intentarlo. Aún sostengo lo que dije cuando aprobé Literatura Angloamericana a un amigo que me preguntó cómo me fu: Me saqué un 10, lástima que el profesor me puso un 7. De igual modo he reconocido cundo me han puesto un 10 y me he sacado un 7. Ante todo,la honestidad. Aún sabiendo que es difícil escapar a los prejuicios, con muchas ansías trabajaré para no cometer con mis alumnos las injusticias que he visto se cometen a la hora de calificar.
Me encantó el texto, creo que un fiel ejemplo son algunos docentes de la Universidad que como me he dado cuenta tienen ciertos prejuicios sobre los alumnos. A la hora de evaluar anteponen dichos prejuicios sobre los conocimientos de sus alumnos. Logrando de este modo dos tipos de evaluaciones muy disímiles y contradictorias: A los unos los evalúan por lo que saben y a los otros por lo que no saben. Creo que es una de las mayores injusticias en las que se ponen en juego la viveza y picardía de los unos frente a la responsabilidad y esfuerzo de los otros. Como egresada de una Universidad pública reconozco que en las materias que mejor preparada estuve y de las cuales tengo mayor manejo y conocimiento tengo las calificaciones más bajas; en cambio, las mayores calificaciones las tengo en algunas que algún que otro libro me ha faltado leer (soy profesora en Letras).
“Levantarse cada día con una sonrisa…verás lo divertido que es ir desentonando con todo el mundo”
Me ha gustado su artículo, al igual que muchos otros, son cosas que pasan cada día, que están en nuestro entorno más inmediato y que apenas le tomamos importancia, pero lo triste es que esas personas disfruten del pesimismo.
El pesimismo es especialista en ver puntos negros por donde vaya. El pesimismo es desmotivante, crea inseguridad, no deja crecer, cierra las puertas a la esperanza….
En este mundo tan lleno de dificultades y miserias levantarse cada día con actitud pesimista es añadir negativismo a todo lo malo que nos rodea. Por el contrario plantearnos las cosas con optimismo posibilitan la armonía, el crecimiento, la solución de problemas.Una mente más flexible y que todo lo relativiza viendo un halo de esperanza a pesar de las dificultades y tropiezos que nos da la vida siempre genera menos sufrimiento y alivia más.
Como muy bien dice Ramiro Calle en sus obras “porque echarle sufrimiento al sufrimiento”. Hay gente que en la adversidad busca motivos y razones para machacarse todavía más.
Si estamos en verano ¡que calor hace, que mal se está!, por el contrario si estamos en invierno ¡que duro es!. Muchas veces no vivimos el momento porque nuestra mente se alía con las preocupaciones y problemas que nos rodea llevándonos al terreno del pesimismo. La vida que puede ser un instante hay que intentar vivirla con esperanza e ilusión cada momento . Para ello es más fácil buscar los momentos felices con una mentalidad optimista que pesimista.
Vicente R.