Hace unos años escribió George Snyders un libro cuyo título debería inquietar a padres y madres: “No es fácil amar a los hijos”. Se podría pensar equivocadamente que el amor natural orientará el quehacer educativo de los progenitores. No es así. Se podría suponer que basta con el amor. No es así. El amor paterno y materno está lleno de trampas. Ahí está la sobreprotección, el chantaje afectivo, el complejo de culpa (“le compro todo porque sé que le estoy negando lo esencial”), el deseo de que el hijo sea lo que los padres no pudieron ser, la obsesión porque no les pase a los hijos lo que les pasó a los padres, la indoctrinación, el perfeccionismo, la comparación destructiva, el libertinaje consentido…
Me preocupa sobremanera un fenómeno que está cobrando cada día más presencia en los centros educativos. Me refiero a la actitud de algunos padres y madres que actúan como si fueran los abogados defensores de sus hijos e hijas ante las razonables exigencias de los educadores.. No era imaginable hace unos años que al llegar el hijo del colegio con una castigo quien recibiera la desaprobación fuera el maestro y no el propio hijo.
– ¿Qué has hecho?, ¿por qué lo has hecho?, eran la preguntas severas del padre o de la madre.
Es probable que esos padres, preocupados y apesadumbrados, acudieran al colegio para conocer lo sucedido, para apoyar al profesor, para pedirle disculpas y para asegurarle que no se volvería a repetir el mal comportamiento del hijo. En caso de que el chico negase lo sucedido, era impensable que los padres se pusieran de parte del hijo y que insultasen y amenazasen al profesor por haberse inventado la historia. Sencillamente, impensable.
Hoy podemos ver a algunos padres y madres (bien es cierto que pocos) que llegan al centro y le dicen irritados al profesor:
– ¿Qué has hecho?, ¿por qué lo has hecho? Que no se vuelva a repetir.
Resulta sospechoso oír decir a los padres cuando el hijo es reprendido o castigado en la escuela, las siguientes frases:
– A mi hijo le han faltado al respeto.
– A mi niño le tienen manía los profesores.
– Es imposible que mi hijo haya hecho eso.
– A mi hijo no le riñe nadie.
– Los profesores no tienen por qué castigar a mi hijo.
– Que le enseñen matemáticas, yo le educaré en la casa..
– Mi hijo es muy bueno..
– Mi hijo nunca me engaña.
– Se van a enterar esos estúpidos profesores.
– No estoy dispuesto a que me lo suspendan.
Es inadmisible que llegue al centro un padre enfurecido dando gritos, profiriendo insultos, amenazando de forma soez y golpeando todo lo que encuentra a su paso. Qué decir del que, brutalmente, golpea a un profesor o a una profesora en presencia incluso de su hijo o de otros niños.
La tarea educativa de la escuela no puede ser eficaz sin la colaboración decidida y constante de la familia. Cuando un educador orienta, sanciona o corrige no lo hace porque sí. ¿Se va a inventar un profesor una situación conflictiva por capricho?, ¿va a implicar a un niño en una mala acción sólo porque no le cae bien?, ¿va a darle un castigo por puro sadismo?…
Está claro que los educadores cometen errores, que se equivocan, que no lo saben todo y que pueden hacer daño a los alumnos. También los padres se pueden equivocar. Para eso está el diálogo. Para eso está el análisis riguroso de lo que ha sucedido. Y las consiguientes disculpas si se ha descubierto el error. Pedir disculpas no es humillante. Nadie pierde la autoridad por pedir perdón. Al contrario, es entonces cuando la gana.
Es preocupante el fenómeno que ocurre en algunos centros en los que los padres desautorizan sistemáticamente a los profesores y, en caso de conflicto, se ponen del lado de sus hijos de forma casi irracional.çCuando un profesor le dice a un chico que va a informar de su comportamiento a los padres y el niño se ríe, sabedor de que va a encontrar en sus padres unos aliados y no unos jueces, la causa está perdida.
He trabajado hace unos días con las asociaciones de padres y madres del Ayuntamiento de El Prat. Los asistentes veían con claridad la necesidad de esta colaboración estrecha y firme, de este diálogo sosegado y exigente, de una formación de los padres y madres para realizar una tarea compleja y arriesgada como es la de la educación. A fin de cuentas tanto a la familia como a la escuela les anima el mismo empeño: educar a los niños. Claro que quien va a este tipo de jornadas, quien asiste a las reuniones, quien lee libros y procura formarse no está en ese grupo de padres y madres de quienes estoy hablando.
El padre y la madre que sobreprotege al hijo, que lo disculpa, que lo defiende, que lo encubre, que lo respalda, que lo ampara cuando ha cometido un acto de violencia o de falta de respeto, son los principales agentes de la destrucción de su hijo. Creen que le están ayudando, pero no le están haciendo otra cosa que daño, un daño irreparable. Cuesta pensar que los chicos encuentren en los padres sus principales enemigos. Porque eso son los padres cuando se comportan así. ¿Qué ejemplo le dan?, ¿qué valor tiene, en esas circunstancias, la intervención escolar?, ¿qué efectos persuasivos tiene la desaprobación de su comportamiento?… “Si al que amas no aconsejas, le detestas”, decía Publio Siro, poeta dramático romano, hace ya muchos años.
¿Sería lógico que un padre golpease al médico que le está poniendo una inyección a su hijo por el hecho de que éste llore y se resista a la acción que le va a curar? ¿Sería justo? ¿Preferirían los padres que el médico no le pusiese esa inyección y le causase la enfermedad y la muerte?
La solución es el diálogo, es la reflexión, es el encuentro, es la formación. Todas las piedras que los padres tiren al tejado de la escuela hacen que caigan las tejas sobre las cabezas de sus hijos. Creen los padres que defendiendo el mal comportamiento de los hijos hacen daño a los profesionales (y se lo hacen), pero no piensan que le hacen un daño más importante e irreversible a sus hijos. Pobres hijos. Pobres padres los de estos hijos. Acabarán pagando su torpeza porque lo que han estado haciendo es alimentar un monstruo que los acabará abandonando, despreciando o destruyendo. Lean, por favor, el libro de Javier Urra titulado “El pequeño dictador. Cuando los padres son las víctimas”. Les ayudará a pensar.
¡AH! ¡QUÉ BUENO! SI LO QUE USTED AFIRMA ES LO CORRECTO, MI ESPOSO Y YO, CON LA EDUCACIÓN DE NUESTROS HIJOS,ANDAMOS POR EL BUEN CAMINO.
NO SOMOS TIRANOS, NO LOS COMPARAMOS, Y AUNQUE A VRCES NOS DUELAN LOS SUEÑOS QUE NO PUEDEN CUMPLIR, LOS DEJAMOS CAMINAR SUS CAMINOS, MANEJAR LOS TIMONES DE SUS VIDAS.
DIALOGAMOS, DIALOGAMOS Y VOLVEMOS A DIALOGAR. SÍ, DE VERDAD QUE A VECES EL AMOR DUELE, Y QUE LOS PADRES QUISIÉRAMOS TIRARNOS AL PISO PARA QUE LOS HIJOS NO SE GOLPEEN EN LAS CAÍDAS, PERO ESO NO LES SERVIRÍA PARA SUS VIDAS.
HAY QUE SABER VIVIR Y DEJAR VIVIR, AUNQUE NOS DUELAN SUS FRACASOS MÁS QUE SI FUERAN LOS NUESTROS, QUE AL FIN NO SOMOS LOS DUEÑOS DE NUESTROS HIJOS.
Si a mi hijo le llaman la atencion es por algo no creo que el profesor invente algo que no es ,yo conosco a mi hijo y se cuando me miente entonces yo tambien le llamare la atencion y lo correjire
Para qie no lo buelva a ser
Es lo que asen los padres .jamas le taparia algo malo que el esta haciendo, yo si le llamaria la atencion si el esta mal
Querida María:
Esa es la postura correcta. Una postura de reflexión, de análisis y de coordinación de la familia con la escuela. Como bien dices, es seguro que el profesor no se va inventar algo porque sí. Los padres y los docentes están en la misma barca y quieren ir al mismo sitio: buscar el bien de los hijos/alumnos. Por consiguiente tienen que remar en la misma dirección para llegar a buen puerto.
Besos y gracias por tu cordura.
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