Escrito en la piel

23 Sep

Escrito en la pielQué hace falta para que la vida nos enseñe de forma eficaz? ¿Por qué se repiten de manera tan mecánica los errores de los que hemos sido víctimas? ¿Por qué no leemos con más frecuencia, detenimiento y eficacia lo que la vida ha escrito, a sangre y fuego a veces, sobre la piel?
Me sorprende sobremanera la facilidad con que se repiten los errores habiendo sido víctima de ellos. Hijos que han sufrido incomprensión se convierten en padres que no hacen esfuerzo alguno para comprender a sus hijos. Pacientes que han sido maltratados por la insensibilidad de los médicos y que luego se convierten en médicos insensibles. Alumnos que han sido objeto de evaluaciones rígidas, autoritarias, irracionales y que luego se convierten en profesores que practican una evaluación irracionalmente autoritaria. ¿Cómo es posible que en tan corto tiempo se haya olvidado todo lo que se ha vivido?
Lo que nos da a todos la experiencia, de forma inexorable, son años. No nos da, automáticamente, sabiduría. No nos da, sin más ni más, compromiso con la acción y solidaridad con las personas más desfavorecidas. Para que la experiencia se convierta en sabiduría (que, etimológicamente tiene que ver con saber y con gustar, ya que el verbo saber procede del latín ‘sapere’=saborear) hacen falta varias exigencias:
– Observar con rigor lo que sucede. Hay personas que pasan por la experiencia sin enterarse de nada, sin aprehender sus significados, sin descubrir los hilos invisibles que se mueven entre bastidores.
– Analizar críticamente lo que sucede, comprendiendo las causas y las consecuencias. Existe una forma de entender la realidad que la considera ahistórica, es decir que no depende de decisiones humanas. Como si las cosas fuesen como son porque no pudiesen ser de otra manera.
– Voluntad de asimilar en la propia historia aquello que se ha descubierto. La actitud positiva hacia el conocimiento es un componente sine qua non para que se produzca un aprendizaje significativo.
Para que luego se lleve a la práctica ese aprendizaje hacen falta algunas exigencias complementarias:
– Un compromiso con la práctica profesional que rompa las rutinas incorporadas a la forma de entender y de vivir la profesión. Muchos docentes actúan por inercia: cómo han actuado los docentes que han tenido y cómo actúan los docentes que los rodean.
– Que el entorno permita poner en práctica experiencias que sean originales, que se salgan del planteamiento hegemónico. Si el sistema asfixia la innovación, se actuará de forma homogénea.
– Autoridades que concedan libertad para la innovación y la creatividad. No es igual plantearse la práctica profesional bajo el lema: “que todo siga igual, salvo que sea necesario cambiarlo” que bajo el opuesto: “hay que cambiarlo todo, salvo que se demuestre que merece ser mantenido”.
– Clima que no asfixie el intento de transformación de las prácticas innovadoras. En un contexto entregado a las rutinas es frecuente que se produzca la fagocitosis de quien desea ser innovador.
– Condiciones favorables para llevar a la práctica los cambios: tiempo, número de alumnos, leyes coherentes con la práctica educativa enriquecedora. Las contradicciones entre las proclamas legales y las exigencias prácticas son a veces clamorosas.
En una ocasión pedí a los más de cien alumnos y alumnas de la asignatura de ‘Evaluación de Alumnos, Centros y Programas’ que escribieran lo que habían aprendido en las evaluaciones recibidas a lo largo de su paso por el sistema educativo. Me impresionó leer los textos redactados anónimamente. En primer lugar porque a pesar de que la consigna que les había dado, se refería a lo más significativo (no a lo negativo solamente), casi la totalidad de las experiencias tenían un contenido doloroso. En segundo lugar, porque los sentimientos adquirían un peso extraordinario en las reacciones.
Seleccionaré para el lector algunos fragmentos de los relatos que hicieron mis alumnos, futuros maestros y maestras: “Recuerdo de siempre la evaluación como algo terrible, ya que me causaba y me causa muchos nervios, ansiedad y estrés”.
Es frecuente que tengan arraigado el sentimiento de injusticia. Piensan que una forma de evaluar impersonal, homogeneizadora, presionante, rígida, memorística, provoca situaciones injustas: “Al igual que todos mis compañeros he recibido calificaciones injustas en las que me esperaba una buena nota y me suspendieron”. Otra alumna, dice con acidez: “Nos explicó los músculos y nos preguntó por los huesos”.
El miedo aparece entre los testimonios como un sentimiento que nace más de la forma de ser del profesor que del hecho mismo de la evaluación: “Recuerdo sobre todo un aspecto negativo de la evaluación. La profesora explicaba, mandaba hacer los ejercicios diariamente y el día que se le cruzaban los cables sacaba sus bolígrafos (por cierto, aún recuerdo cómo eran) y nos poníamos a temblar…”.
La autoridad que tiene el profesor en el aula hace que los alumnos, sobre todo en edades tempranas, reciban la influencia de sus apreciaciones con mucho énfasis emocional: “Un día hicimos un examen y yo lo suspendí con un 2, él me llamó a su mesa y me avergonzó delante de los demás, me peleó porque estaba acostumbrada a que sacara muy buena nota”.
Una alumna hace referencia al hecho de recibir comentarios negativos en público debiendo, además, dar las gracias por ello:“Usted no tiene ni idea, señorita”, delante de una clase de 30 alumnos, encima de una tarima, sola y… encima tener que decir: muchas gracias, profesor”.
Muchos informantes hablan, a veces con dolor, a veces con rabia, sobre las experiencias que han vivido en el proceso evaluador: “Me hundieron. Desde ese año no tengo miedo, tengo pánico a los exámenes.”
La evaluación encierra importantes fenómenos psicológicos. Uno de los que tienen mayor repercusión en los alumnos son las profecías de autocumplimiento que hacen los profesores, a todo el grupo, a un grupo pequeño o a personas concretas de los mismos: “Carolina, (el nombre es supuesto) tienes mucha fuerza de voluntad, pero…esto no es lo tuyo”.
Me asalta, al pensar en sus vivencias, la duda de si ellos repetirán en sus prácticas las experiencias vividas, aunque hayan resultado tan sangrantes. ¿Leerán mis alumnos lo que la historia de sus evaluaciones ha ido escribiendo en su piel?

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