Los seres humanos tenemos una endiablada tendencia a complicarnos la vida. Comienza con la forma en que nos entendemos y relacionamos con nosotros mismos. No aceptarse uno como es constituye la puerta de un laberinto del que a veces no se puede salir. Los demás son también una fuente de conflictos cuando esperamos que sean como nosotros deseamos y no como ellos quieren ser. Pretendemos que la vida, la historia y la naturaleza se acomoden a nuestra forma de ser y de pensar y nos rebelamos cuando esto no sucede. Interpretamos las situaciones de forma tan complicada que las hacemos ininteligibles. Buscamos desesperadamente el sentido de la vida como si la vida, en sí misma, no tuviera sentido.
Lo dice el refranero de una forma sugerente: nos empeñamos en “buscar tres pies al gato”. Refrán que tiene también cierta complejidad porque lo difícil sería encontrarle cinco pies, no tres. Algunos autores dicen que la forma originaria del dicho hacía alusión a cinco pies, poniendo en discusión con absurdas razones si el rabo podría tomarse por el quinto. Cervantes, en el capítulo XXII de la primera parte de El Quijote hace referencia a la forma actual del refrán cuando el irrepetible Hidalgo detuvo a la cadena de presos que iban a galeras y a los que quería dejar en libertad: “Los forzados del rey quiere que le dejemos, como si tuviéramos autoridad para soltarlos, o él la tuviera para mandárnoslo. Váyase vuesa merced, señor, notrabuena su camino adelante, y enderécese ese bacín que trae en la cabeza, y no ande buscando tres pies al gato”.
Una sencilla historia nos muestra cómo retorcemos las reflexiones de manera innecesaria, ridícula y casi absurda. Mientras tanto, olvidamos lo esencial, lo evidente, lo más obvio, lo más práctico.
Sherlock Holmes y el Dr. Watson se fueron a pasar unos días de acampada. Tras una buena cena en la que compartieron una botella de buen vino, se desearon buenas noches y se acostaron en sus respectivos sacos. Horas más tarde Holmes se despertó y llamó con el codo a su fiel amigo:
– Watson, mira el cielo y dime qué ves.
– Veo millones de estrellas…
– Y eso, ¿qué te indica?, volvió a preguntar Holmes.
Watson pensó durante unos minutos y plenamente decidido a impresionar a su amigo con sus dotes deductivas contestó:
– Desde un punto de vista astronómico me indica que existen millones de galaxias y, potencialmente por lo tanto, billones de planetas.
Astrológicamente hablando me indica que Saturno está en conjunción con Leo.
Cronológicamente deduzco que son aproximadamente las 3.15 de la madrugada.
Teológicamente puedo ver que Dios es todopoderoso y que nosotros somos pequeños e insignificantes.
Meteorológicamente intuyo que mañana tendremos un hermoso y soleado día.
– Y a usted, ¿qué le indica mi querido Sherlock?
Tras un corto silencio Holmes contestó:
– Watson, cada día eres más enrevesado. Nos han robado la tienda de campaña.
Así de sencillo. Así de claro. Así de contundente. Las explicaciones de Watson podrían llegar al infinito, pero no se da cuenta de lo más inmediato, de lo más necesario, de lo más sencillo. Y así nos sucede muchas veces. En la vida privada, en el ejercicio profesional, en la esfera social y política.
Muchos sinsabores, muchas complicaciones, muchos conflictos se podrían evitar o resolver si fuésemos directamente al grano, si no nos perdiésemos en vericuetos complicados e interminables. Hay personas que retuercen el pensamiento, que malinterpretan las acciones, que tergiversan las cosas en un afán absurdo por llegar a profundidades abisales buscando lo que se encuentra en la superficie. Todos conocemos ese tipo de personas que son capaces de hacer complicado lo sencillo, incomprensible lo obvio, perverso lo ingenuo y malintencionado lo veraz. No es buen camino aquel que nos pierde por los callejones de nuestro ser, de nuestras relaciones y de la vida misma. Hay quien se pasa de rosca para desgracia suya y de quienes con él conviven. Una cosa es ser simple y otra ser tan complicado que nunca se llegue a tener claridad y tranquilidad. Lo malo es que algunos creen que mientras más complejos y más ininteligibles son, se consideran son más inteligentes y más profundos.
“Se debe hacer todo tan sencillo como sea posible, pero no más sencillo”, decía Albert Einstein. Qué manía nos ha entrado por huir de la sencillez. Por eso me parecen tan peligroso como pegadizo el estribillo de la canción que se puso de moda hace poco (¿o es mucho?) tiempo: ‘Antes muerta que sencilla’.
Una dimensión peculiar de esta actitud consistente en complicarse la vida es el oscurantismo. Se trata de una “orientación o tendencia política a propiciar la oscuridad en los asuntos humanos, en la acción política o en la vida social”. La pretensión en este caso no es complicarse a sí mismo la vida sino complicársela a los demás, ocultando los móviles auténticos o las intenciones y los proyectos reales. Como producto ideológico que es, no reconoce un uso intencionado. Nadie dice: “voy a adoptar una actitud o una política oscurantista”.
Una profesora y amiga de Valladolid me recuerda este pensamiento que tenía empolvado en la memoria y que viene como anillo al dedo para cerrar y para dar título a estas breves reflexiones: el abejorro es un insecto que tiene unas características técnicas que le impiden volar. Pero, como él no lo sabe, vuela.
El vuelo del abejorro
29
Jul
si hay pero nolos puedo expresar ya que estas palabras son progundas